El primer para¨ªso de Paul Gauguin
Hay aspectos poco conocidos de la infancia del pintor en Per¨² y la relaci¨®n con su madre que dan nuevas claves para la huida a Polinesia
Paul Gauguin y Vincent van Gogh llegaron a Montpellier en tren el 17 de diciembre de 1888 alrededor de la una de la tarde. Un lunes lluvioso, aunque menos que el d¨ªa anterior, para una excursi¨®n de apenas unas horas, con la idea de coger el tren de las cuatro de vuelta a Arles. Fue Gauguin el que insisti¨® en hacer esa visita al Museo Fabre, donde cuatro a?os antes ¡ªen medio de un estramb¨®tico viaje enviado a una misi¨®n clandestina para los republicanos espa?oles exiliados en Francia, finalmente in¨²til¡ª hab¨ªa visto un cuadro que le hab¨ªa impresionado fuertemente hasta el punto de impulsarlo a realizar un boceto apresurado de ¨¦l, cosa que no acostumbraba hacer. Necesitaba verlo otra vez y comentarlo con Vincent, en esos turbulentos d¨ªas en que ambos compart¨ªan techo y taller, apasionadas discusiones sobre arte y competitivas sesiones de dibujo y pintura en la ya hist¨®rica Casa Amarilla de Arles.
?La pintura se titulaba Aline, la mulata, un cuadro de Eug¨¨ne Delacroix, artista al que ambos admiraban profundamente. Una obra que marcar¨ªa el futuro derrotero vital y art¨ªstico de Gauguin por una serie de razones que no dejaban de obsesionarlo. Para empezar, es el retrato de una hermosa mujer negra que mira al espectador, con la blusa ca¨ªda en los hombros y uno de sus pechos asomando, entre casual y seductor. Una especie de Venus mestiza retratada con la seriedad y relevancia que en el arte occidental estaba reservado solo a las mujeres blancas. Van Gogh escribe despu¨¦s a su hermano Theo, comentando la visita al museo: ¡°Gauguin y yo hablamos mucho de Delacroix, de Rembrandt, etc¨¦tera. La discusi¨®n fue excesivamente el¨¦ctrica. Acabamos con la cabeza fatigada como una bater¨ªa descargada¡±.
La pintura tiene como referencia una foto de Aline Gauguin que el pintor guard¨® hasta su muerte.
Probablemente lo que impact¨® tanto o m¨¢s a Gauguin la primera vez que vio la pintura de Delacroix fue el t¨ªtulo. La mujer ten¨ªa el mismo nombre que la madre de Gauguin ¡ªy el de su hija m¨¢s querida¡ª. Cabe anotar que los padres hab¨ªan conocido bien a Delacroix desde antes de casarse ¡ªtodos ellos pertenecientes al c¨ªrculo de amigos de George Sand¡ª, y que este adem¨¢s era vecino de los Gauguin al tener su estudio en la calle de Notre-Dame de Lorette, donde naci¨® Paul el 3 de junio de 1848. Esa misma noche o al d¨ªa siguiente de la visita a Montpellier, Gauguin pint¨® por primera y ¨²nica vez el retrato de su madre y lo hizo de una manera sumamente significativa. Sobre un fondo amarillo reluciente y plano ¡ªun amarillo ¡°contagiado¡± de Van Gogh y particularmente del cuadro que este pintaba con dedicaci¨®n angustiosa al mismo tiempo que ¨¦l, La arlesiana: la se?ora Ginoux con libro, seg¨²n la dataci¨®n de D. W. Druick y P. Kort Zegers en Van Gogh-Gauguin. El estudio del Sur (2002)¡ª se ve a una chica muy joven de labios carnosos, pelo muy negro, ojos ligeramente rasgados. La pintura tiene como referencia una foto de Aline Gauguin que el pintor guard¨® hasta su muerte. Solo que su madre ten¨ªa en realidad los labios m¨¢s finos y los ojos muy grandes y redondos. Se considera la primera muestra de su posterior y creciente afici¨®n a pintar mujeres de apariencia no europea. Pero ?por qu¨¦ aindiar a su madre en ese retrato? ?Por qu¨¦ pintarla tan joven, casi virginal y ex¨®tica a la vez?
Es muy posible que este haya sido el momento en que el ¡°salvaje¡±, como sol¨ªa calificarse a s¨ª mismo Gauguin, empezara a configurar su nueva identidad, m¨¢s cercana al mito y a sus crecientes deseos de habitar un para¨ªso alejado de los vicios de una civilizaci¨®n decadente, tal como ¨¦l la ve¨ªa. Transformando su origen, ¨¦l mismo acced¨ªa a ¡ªo nac¨ªa en¡ª ese otro mundo idealizado. Pero cabe preguntarse tambi¨¦n qui¨¦n fue, en realidad, Aline Gauguin. Qu¨¦ papel tuvo ella en los derroteros que lo empujaron a ir a vivir y a crear en la Polinesia esa explosi¨®n de color y vida que trastoc¨® la historia del arte.
Gauguin se hizo ind¨ªgena por convicci¨®n, no por filiaci¨®n.
Aline Gauguin es quiz¨¢ uno de los personajes menos estudiados en la vida del pintor y, sin embargo, una figura crucial. Quiz¨¢ haya llegado la hora de despejar algunos datos habitualmente err¨®neos, dispersos o incompletos en la biograf¨ªa de Gauguin, que incluso ¨¦l mismo fue incapaz de valorar. Hay todav¨ªa estudios que aluden al origen peruano del artista para deducir que necesariamente ten¨ªa sangre ind¨ªgena. No fue as¨ª. Gauguin se hizo ind¨ªgena por convicci¨®n, no por filiaci¨®n. ¡°Si digo que por l¨ªnea materna desciendo de un Borgia de Arag¨®n, virrey del Per¨², dir¨¢n que no es cierto y que soy un pretencioso¡±, escribe el artista en Escritos de un salvaje y, despu¨¦s, donde hace un sucinto relato biogr¨¢fico. Sin entrar ahora en mayores explicaciones, eso era b¨¢sicamente verdad. La familia Trist¨¢n y Moscoso se jactaba de la pureza de su sangre espa?ola y era una de las m¨¢s adineradas del pa¨ªs sudamericano. Paul Gauguin dio sus primeros pasos y pronunci¨® sus primeras palabras ¡ªen espa?ol¡ª en la capital peruana. Lleg¨® con poco m¨¢s de un a?o, en noviembre de 1849, tras un terrible viaje en barco desde Francia, en cuyo trayecto muri¨® su padre, un periodista republicano que hu¨ªa de persecuciones pol¨ªticas con la idea y el capital necesario para montar un peri¨®dico en Lima. Viuda con apenas 23 a?os y dos hijos peque?os ¡ªPaul y su hermana mayor, Marie¡ª, Aline fue recibida por su t¨ªo abuelo, P¨ªo Trist¨¢n y Moscoso, poderoso personaje en lo pol¨ªtico y econ¨®mico, que acogi¨® a la desolada familia. De modo que el primer para¨ªso de Paul Gauguin fue en realidad lo m¨¢s opuesto a una isla frondosa, primitiva y paradis¨ªaca. Creci¨® como un peque?o pr¨ªncipe con cuchara de plata, mimado y rodeado de sirvientes. Situaci¨®n que mejor¨® aun m¨¢s al poco tiempo, cuando su t¨ªo abuelo se convirti¨® en suegro del presidente de la joven rep¨²blica, Jos¨¦ Rufino Echenique, durante una de las ¨¦pocas m¨¢s pr¨®speras del pa¨ªs, gracias a la explotaci¨®n del guano y la exportaci¨®n de ese fertilizante. ¡°Veo todav¨ªa a nuestra peque?a negra, la que seg¨²n las reglas deb¨ªa traer la peque?a alfombra sobre la que se rezaba en la iglesia. Veo tambi¨¦n a nuestro criado chino, que tan bien planchaba la ropa¡±, recuerda el pintor de esos a?os dorados.
Pero Aline no se content¨® solo con la opulenta situaci¨®n social en la que viv¨ªan. Se sinti¨® atra¨ªda por el arte precolombino, unas ¡°antiguallas¡± despreciadas por esa aristocracia local, e inici¨® una importante colecci¨®n de cer¨¢micas y objetos arqueol¨®gicos. Entre ellos numerosos huaco-retratos de la cultura mochica, que Paul imitar¨ªa a?os despu¨¦s poni¨¦ndoles su propio rostro. La magia de esas civilizaciones desconocidas y desaparecidas fue algo que acompa?¨® aquellos a?os de inocente y despreocupada felicidad. Por eso su retorno a Francia, cuando concurrieron las circunstancias de la ca¨ªda en desgracia de la familia peruana (que provoc¨® incluso una guerra civil) y el reclamo de su abuelo paterno en el lecho de muerte, que quer¨ªa conocer a sus nietos y dejarles su herencia, lo obligaron a una brusca ruptura con ese para¨ªso de confort y privilegios. Lleg¨® a Orleans sin hablar pr¨¢cticamente el franc¨¦s, estigmatizado por una procedencia demasiado ex¨®tica para ser concebida con propiedad por dicha sociedad provinciana. Los otros ni?os hac¨ªan burla de ¨¦l. Como franc¨¦s se sent¨ªa extranjero. Tampoco era peruano. Se convirti¨® en un ni?o rebelde. Una especie de ap¨¢trida.
Al morir el abuelo Gauguin, un comerciante de mediana fortuna, heredaron la casa que lindaba con la de su t¨ªo Isidore, que se convirti¨® en su tutor. Pero lo cierto es que Paul Gauguin careci¨® de una referencia paterna. Con el tiempo incluso es posible que la rechazara. Cuando su madre decide volver a Par¨ªs e instalar una casa de modas en 1861, Paul Gauguin se enfrent¨® a nuevos cambios. Aline conoci¨® a Gustave Arosa, un rico hombre de origen espa?ol, que se convirti¨® en su protector y con toda probabilidad en su amante. Compart¨ªa con ¨¦l la afici¨®n por las cer¨¢micas antiguas y la fotograf¨ªa. M¨¢s conocido como coleccionista de arte moderno, ya que fue ¨¦l quien introdujo a?os m¨¢s tarde a Paul en su apreciaci¨®n del arte de vanguardia, tuvo tambi¨¦n piezas precolombinas peruanas que llegaron a exponerse en la Exposici¨®n Universal de 1878.
La relaci¨®n de Paul con Gustave Arosa siempre fue tirante, seg¨²n la biograf¨ªa can¨®nica del pintor escrita por David Sweetman. No le gustaba ver a su madre en esa situaci¨®n, de modo que se embarc¨® como marino mercante a los 17 a?os. Estuvo embarcado, con algunos intervalos de regreso a Francia, hasta los 23 a?os. Madre e hijo estaban algo distanciados. Mientras estaba en India, en 1867, Aline muri¨® y Arosa se qued¨® como tutor de Paul y de su hermana. Fue ¨¦l quien le consigui¨® el trabajo en la Bolsa de Par¨ªs con el que Paul lleg¨® a convertirse en un burgu¨¦s acomodado. Se cas¨® con una danesa, tuvo cinco hijos, y lo dej¨® todo cuando decidi¨® dedicarse al arte. Lo dem¨¢s es la parte m¨¢s conocida de su historia.
Pero hay un detalle m¨¢s. En 1890, dos a?os despu¨¦s de pintar el retrato de Aline, termina una acuarela conocida como Eva ex¨®tica. Paul Gauguin est¨¢ arruinado, enfermo y decepcionado. Prepara su viaje a Tahit¨ª con la idea de establecerse en la Polinesia. En esa acuarela representa a Eva en el jard¨ªn del Ed¨¦n sola, sin Ad¨¢n, con el fruto prohibido en la mano izquierda y cogiendo un segundo fruto del ¨¢rbol. Esa Eva pecadora tiene el rostro de Aline ¡ªla Aline aindiada del retrato¡ª y es la primera vez que Gauguin aborda un tema que volver¨¢ a su pintura una y otra vez a lo largo de su vida. Muchas evas sin compa?ero. Tampoco es un paisaje convencional el que rodea la escena. La madre primigenia est¨¢ en un para¨ªso de paisaje extra?o. No es una frondosa jungla tropical que aluda al paisaje tahitiano. Hay cipreses y palmeras, plantas de dos mundos. Un lugar m¨ªtico, origen de la humanidad, de donde ¨¦l procede y hacia donde va.
La novela El Para¨ªso en la otra esquina, Mario Vargas Llosa, que recorre en paralelo los ¨²ltimos a?os de Gauguin en las islas del Pac¨ªfico y los de la gesta idealista de su abuela, Flora Trist¨¢n, aguerrida precursora del socialismo y el feminismo (esa es otra apasionante historia), alude a esa meta vital inalcanzable, a la utop¨ªa. La exposici¨®n Gauguin y el viaje a lo ex¨®tico, que se presenta ahora en el Museo Thyssen-Bornemisza, se remite tambi¨¦n a los a?os en las islas de los Mares del Sur donde, por cierto, Gauguin tuvo momentos de plenitud ed¨¦nica, pero tambi¨¦n de horribles sufrimientos. All¨ª est¨¢ modestamente enterrado. El para¨ªso solo est¨¢ en la imaginaci¨®n. Aunque tal vez quepa citar una vez m¨¢s a Rilke cuando escribe: ¡°La ¨²nica patria feliz, sin territorio, es la conformada por los ni?os. La verdadera patria del hombre es la infancia¡±. En el origen est¨¢ la clave, incluso en el que inventamos a la medida de nuestros sue?os y obsesiones.
Gauguin y el viaje a lo ex¨®tico. Museo Thyssen-Bornemisza. Paseo del Prado. Madrid. Hasta el 13 de enero de 2013.
Babelia
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