Existir junto al Sena
Una ciudad puede ser un fermento de actividad intelectual. Sobre todo cuando confluyen vectores ideol¨®gicos llegados de distintas latitudes
En Revuelta y resignaci¨®n (Pretextos), el libro potente pero terrible de Jean Am¨¦ry sobre la vejez y la muerte, se encuentra la rese?a inolvidablemente cruel de una conferencia de Jean-Paul Sartre. El fil¨®sofo que fue ¨¢rbitro y est¨ªmulo de la juventud veinte a?os atr¨¢s es visto por los hijos de aquellos admiradores con una curiosidad casi arqueol¨®gica, empeorada por la incomprensi¨®n y cierto aburrimiento. En vano se esfuerza por volver a seducir, el antiguo encanto ya no funciona. Es la eterna maldici¨®n de quien ha estado clamorosamente de moda: envejecer de modo irremediable y no menos clamoroso¡
Sin embargo, ser¨ªa no solo injusto sino err¨®neo quedarnos con la impresi¨®n de que Sartre fue nada m¨¢s que una fugaz moda parisina o el desenfocado compa?ero de viaje de estalinistas y mao¨ªstas. Porque fue esas cosas perecederas y rechazables, pero tambi¨¦n un esp¨ªritu vigoroso de b¨²squedas audaces y hallazgos torrenciales, implicado hasta el esc¨¢ndalo en los retos hist¨®ricos de su tiempo, y de vez en cuando un escritor admirable, casi genial. Pero sobre todo represent¨® como nadie una ¨¦poca que conced¨ªa a los intelectuales una relevancia pol¨ªtica y social ¡ªyo dir¨ªa que una especie de magistratura moral¡ª que despu¨¦s nunca recuperaron, aunque hoy se multipliquen los congresos y los seminarios internacionales, bien surtidos de canap¨¦s. Para ser justos, digamos que tan comprometedora influencia no siempre fue provechosa para el g¨¦nero humano¡
A mediados del siglo pasado, en Par¨ªs, bull¨ªa una efervescencia cultural que abarcaba desde la metaf¨ªsica hasta la chanson y cuyo centro indiscutible era Jean-Paul Sartre. Nadie se limitaba a vivir, todos quer¨ªan existir y disfrutar de un gozo angustiado que paladeaba el absurdo como ayer se entregaba a la absenta. Junto a Sartre, pero en modo alguno anulada por ¨¦l, tej¨ªa su obra Simone de Beauvoir: m¨¢s centrada en cuestiones concretas que ¨¦l como pensadora ¡ªdecisiva en la teorizaci¨®n del feminismo¡ª y probablemente mejor como novelista. Y tambi¨¦n Albert Camus, valeroso y vulnerable, cuya instintiva honradez le dot¨® de un talento prof¨¦tico de un alcance que hoy es por fin reconocido aunque en su d¨ªa le granje¨® m¨²ltiples sinsabores. Sin duda el paso del tiempo, demoledor y caprichoso, ha sido m¨¢s clemente con ¨¦l que con sus compa?eros de generaci¨®n: el a?o que viene es su centenario y podremos comprobarlo. Todos ellos y otros m¨¢s secretos ¡ª?Cioran!¡ª fueron amigos y adversarios, c¨®mplices y rivales, pero se complementaron y fecundaron unos a otros, incluso cuando m¨¢s se detestaron. Sobre todo estimularon la reflexi¨®n inconformista de quienes vinimos despu¨¦s que ellos y por eso tenemos que estarles fundamentalmente agradecidos.
Ser¨ªa err¨®neo quedarnos con la impresi¨®n de que Sartre fue nada m¨¢s que una fugaz moda parisiense
A veces, una ciudad puede ser en s¨ª misma un fermento de actividad intelectual. Sobre todo cuando en ella confluyen y se amalgaman vectores ideol¨®gicos llegados de distintas latitudes: de esa confrontaci¨®n nace un mestizaje enriquecedor. Es lo que ocurri¨® en Paris inmediatamente despu¨¦s de la segunda guerra mundial. En el crisol vecino al Sena hirvieron juntas las ideas de Marx y las de Freud, las de Husserl y Heidegger con las de Bergson y Kierkegaard, las de Bakunin y las del Marqu¨¦s de Sade con los estilos narrativos de Faulkner y Dos Passos o los dram¨¢ticos de Ibsen y Strinberg, el solipsismo de Max Stirner con el pesimismo de Leopardi y las apor¨ªas de Kafka¡ Todo ello al ritmo del jazz y con el nervio f¨ªlmico de John Ford o Jean Renoir. El resultado no fue solamente una nueva forma de pensar sino tambi¨¦n una actitud vital frente a la pol¨ªtica, el sexo, el arte¡ y los retos de un mundo dividido, convaleciente de una guerra atroz y enfermo ya de otra guerra, fr¨ªa en este caso aunque no menos cruel ni decisiva.
S¨®lo se hallaron soluciones transitorias y dudosas, pero se plantearon los problemas que de verdad importaban. Quiz¨¢ en ning¨²n momento ni en ning¨²n lugar se pueda pedir nada m¨¢s¡
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