Fervor de Ulises
Soy m¨¢s sensible a la gran burla de Joyce contra el nacionalismo irland¨¦s: contra su victimismo y narcisismo. Ten¨ªa una vocaci¨®n festiva para la parodia de cada una de las ret¨®ricas y las pomposidades y las tonter¨ªas de los lenguajes
No te sumergir¨¢s dos veces en el mismo libro. Aunque no haya pasado mucho tiempo desde la ¨²ltima lectura, el libro que uno ten¨ªa ya la sensaci¨®n de conocer bien le revela vetas nuevas en las que hasta ahora no hab¨ªa reparado, y siendo el mismo ya es tan otro como el r¨ªo de Her¨¢clito. Lo asombroso de releer no es la confirmaci¨®n de lo que ya se sab¨ªa sino el caudal de lo nuevo, la sorpresa de todo lo que quedaba a¨²n por descubrir. Despu¨¦s de tentativas diversas espaciadas a lo largo de muchos a?os, interrumpidas o fracasadas casi siempre, yo complet¨¦ la lectura de Ulises hace seis veranos, en la quietud de unas vacaciones. Llegu¨¦ al final y me gust¨® tanto que hice lo mismo que hac¨ªa cuando en otros veranos antiguos se me acababa La isla misteriosa: empec¨¦ de nuevo, sobre todo con la intenci¨®n de saborear ahora m¨¢s detalladamente el comienzo, que es algo que se debe hacer con las novelas si se quiere aprender c¨®mo est¨¢n construidas. Pero esa vuelta me despert¨® el apetito en vez de saciarlo, y la segunda lectura completa fue todav¨ªa mejor que la primera, exactamente por el mismo motivo por el que no hay gran pieza de m¨²sica que no se disfrute mucho m¨¢s en la segunda audici¨®n.
Ulises amedrenta por culpa de un malentendido en el que colaboran con igual eficacia sus detractores y una parte grande de sus defensores: que es sobre todo un experimento verbal, un juego de palabras o un laberinto de juegos de palabras, un despliegue de refinamientos t¨¦cnicos cuyo atractivo principal es el regocijo antip¨¢tico de los entendidos, y el consiguiente rechazo de esos palurdos que no est¨¢n a la altura de las audacias de la vanguardia, los anclados en el gusto vulgar del realismo, palabra esta que suele llevar a?adido entre nosotros un calificativo que certifica la antigualla: decimon¨®nico; realismo decimon¨®nico.
Como Cervantes, Joyce ten¨ªa un o¨ªdo glorioso para las vulgaridades y las bellezas del habla
Hay juegos de palabras en Ulises, desde luego, y parodias ling¨¹¨ªsticas, pero no muchos m¨¢s que en el Quijote. Como Cervantes, Joyce ten¨ªa un o¨ªdo glorioso para las vulgaridades y las bellezas del habla, y tambi¨¦n una vocaci¨®n festiva para la parodia de cada una de las ret¨®ricas y las pomposidades y las tonter¨ªas de los lenguajes escritos, literarios o no: el del periodismo, el de la pol¨ªtica, el de la publicidad, el de las novelas sentimentales y las novelas pornogr¨¢ficas. Como en el Quijote, el texto narrativo no est¨¢ hecho de un empe?o de estilo sino de una metamorfosis permanente de formas de lenguaje, de voces habladas y de parodias sucesivas que se corresponden con los mundos por los que van pasando sus dos h¨¦roes errantes, o con las conciencias y las hablas de los personajes secundarios que habitan en ellos: en la redacci¨®n de un peri¨®dico el charloteo de un grupo de conversadores queda entreverado con titulares en may¨²sculas; cuando el centro del relato es una muchacha sentimental que mira al horizonte so?adoramente en la playa, el lenguaje se transmuta en palabrer¨ªa de novelilla rom¨¢ntica; la noche deriva hacia un mareo de borrachera por los callejones siniestros de los prost¨ªbulos y la escritura narrativa se interrumpe para dar paso a un retablo teatral, un esperpento de m¨¢scaras que tiene una truculencia como de Valle-Incl¨¢n o Guti¨¦rrez Solana. A lo que se parece Ulises en esa errancia nocturna de h¨¦roes ca¨ªdos y disgregaci¨®n de las conciencias y de los lenguajes es nada m¨¢s y nada menos que a Luces de bohemia, como ha subrayado con imaginaci¨®n filol¨®gica e instinto literario Dar¨ªo Villanueva.
Tambi¨¦n se parece en algo que me ha llamado m¨¢s la atenci¨®n en esta nueva lectura: en su furia pol¨ªtica. James Joyce es tan descaradamente panfletario como Valle-Incl¨¢n, en el sentido en que fue panfletario Goya en Los desastres de la guerra o Bu?uel en La edad de oro, o Hasek en Las aventuras del buen soldado Svejk, o Cervantes en el Retablo de las maravillas: en la denuncia y el escarnio sin miramientos de la tiran¨ªa de los poderosos sobre los d¨¦biles y de la imbecilidad sobre la inteligencia, en la ira sarc¨¢stica contra las pompas embusteras del mundo. Joyce no muestra ninguna simpat¨ªa hacia los ocupantes brit¨¢nicos, pero le espanta por igual la intransigencia oscurantista de los patriotas irlandeses. Quiz¨¢s por vivir en un pa¨ªs en el que los nacionalismos identitarios parecen haber infectado y colonizado sin remedio la cultura pol¨ªtica, soy m¨¢s sensible a la gran burla de Joyce contra el nacionalismo irland¨¦s: contra su victimismo, su narcisismo, su propensi¨®n a los consuelos baratos de la mitolog¨ªa y la mala literatura, su servilismo hacia la Iglesia cat¨®lica. El monstruo Polifemo de la Odisea es en Ulises el personaje llamado el Ciudadano, nacionalista intransigente que no conoce mejor alimento para su identidad que el odio y el rechazo; el ojo ¨²nico del C¨ªclope es la idea ¨²nica y machacona en virtud de la cual no hay nada m¨¢s que el nosotros o el ellos. El Ulises de Homero logra burlar al C¨ªclope clav¨¢ndole en ese ojo una estaca con la punta al rojo vivo: Leopold Bloom, el jud¨ªo de pertenencia dudosa a quien el Ciudadano quiere fulminar, esgrime frente a su ira un cigarro encendido, y frente a su palabrer¨ªa cerril una templanza igualitaria y universalista, basada, expl¨ªcitamente, en la raz¨®n y la bondad.
en cada lectura Bloom se vuelve m¨¢s pr¨®ximo, m¨¢s verdadero, mejor perfilado
De Leopold Bloom suele hablarse como de un don Nadie, un mediocre que ser¨ªa el reverso burlesco de un h¨¦roe de la mitolog¨ªa, un s¨ªmbolo del anonimato y la alienaci¨®n del ser humano en el siglo XX, etc¨¦tera. Comprendo que se quede bien diciendo esas cosas, sobre todo cuando se ha de teorizar sobre una novela sin haberla le¨ªdo. Pero en cada lectura Bloom se vuelve m¨¢s pr¨®ximo, m¨¢s verdadero, mejor perfilado, con esa presencia rotunda que s¨®lo tienen los personajes de la literatura cuando parecen vivir m¨¢s all¨¢ de las novelas en las que se originaron. Bloom es una silueta reconocida, una voz, un murmullo, una forma de caminar, una suma de h¨¢bitos, un traje oscuro, un abrigo ligero, una conciencia ¨¦tica escrupulosa que se detiene a considerar todos los matices de una situaci¨®n o de una persona antes de emitir un juicio sobre ellas, un var¨®n que desde hace mucho tiempo no se ha llevado ninguna alegr¨ªa sexual, que fantasea distra¨ªdamente y se permite alg¨²n desahogo solitario y secreto, que se abstiene por principio de toda violencia hacia las personas o los animales, que mira con indulgencia las debilidades de sus semejantes y est¨¢ convencido de las mejoras que la racionalidad, el sentido com¨²n, la observaci¨®n emp¨ªrica, la voluntad de concordia, pueden deparar a los seres humanos, que a?ora a su padre, muerto a los setenta a?os, y al hijo que vivi¨® nada m¨¢s que once d¨ªas, que sigue amando a su mujer aunque sabe que lo enga?a con otro, que protege en la noche de Dubl¨ªn al extraviado Stephen Dedalus.
En Ulises hay una pululaci¨®n de personajes como en Gald¨®s o en Dickens: su ruptura es tan f¨¦rtil porque es tambi¨¦n una culminaci¨®n. M¨¢s all¨¢ de sus dificultades parciales, cualquiera que se acerque con determinaci¨®n a ella encontrar¨¢ uno de los grandes festines de la literatura.
Ulises, de James Joyce. Debolsillo. Madrid 2011. 976 p¨¢ginas, 12,95 euros.
www.antoniomu?ozmolina.es
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