Volando voy

Robert Zemeckis vuelve a la imagen real, despu¨¦s de un compromiso con la t¨¦cnica del motion capture que ha resultado m¨¢s largo que rentable en cuestiones art¨ªsticas: solo una pel¨ªcula s¨®lida, Beowulf (2007), tras un credo est¨¦tico que buscaba liberar la c¨¢mara de las leyes f¨ªsicas y simular una animaci¨®n sin animadores. El vuelo, con su descarado apetito de oscars y menos nominaciones de las que, probablemente, acariciaba el cineasta en sus mejores sue?os, responde al modelo instaurado en Forrest Gump (1994) y posteriormente modulado en Contact (1997) y N¨¢ufrago (2000): proyectos capaces de aunar los (?uf!) Grandes Temas con el sentido del espect¨¢culo ¡ªy el diestro manejo de efectos especiales de ¨²ltima generaci¨®n¡ª que el cineasta ejercit¨® en sus a?os Amblin. En esta nueva pel¨ªcula, entra en juego otro factor relevante: Zemeckis parece dispuesto a recordar que, en su d¨ªa, con su c¨®mplice Bob Gale, parec¨ªa uno de los efectivos m¨¢s acelerados y desquiciados de la escuder¨ªa Spielberg. Las rayas de coca¨ªna, la resaca de alcohol y sexo interracial de la primera secuencia parecen decirnos que Zemeckis quiere ir de malote, pero, en realidad, nos est¨¢n diciendo que en su mirada hay un puritano al acecho, del que ser¨¢ muy prudente desconfiar. Cuando el personaje de John Goodman ¡ªel camello rockandrolla como secundario simp¨¢tico¡ª entra en escena a los sones de Sympathy for the devil¡ªen el uso m¨¢s ingenuo jam¨¢s hecho del tema de los Stones¡ª, el espectador puede darse cuenta de la distancia entre intenciones y resultados. Zemeckis quiere ir de malote como el ni?o que se pega sobre el labio un bigote postizo.

El vuelo plantea el tema de la ambig¨¹edad del h¨¦roe a partir de la historia de un piloto de l¨ªneas comerciales que logra efectuar un aterrizaje imposible salvando a la mayor parte del pasaje, llevando entre pecho y espalda una m¨¢s que imprudente tasa de alcohol y coca¨ªna. La secuencia de la ca¨ªda del avi¨®n es impecable.

Robert Zemeckis dota de tal dinamismo al relato que el metraje pasa en un suspiro, pero desestima el verdadero componente comprometedor del asunto ¡ªplantear que el consumo t¨®xico permiti¨® la proeza¡ª para abonarse a un convencional drama redentor propio de un telefilme de sobremesa.