Fotocarne
Lo raro es que no hayamos analizado tomates y les hayamos encontrado pl¨¢stico dentro o lechugas con un porcentaje de cart¨®n reciclado
Si trat¨¢ramos a las hamburguesas como a los pol¨ªticos, despu¨¦s de las revelaciones del estudio de la OCU que ha detectado, entre otras irregularidades, ADN de caballo en ciertas marcas, no faltar¨ªa qui¨¦n dijera cosas como: vaya, ya lo ves, todas las hamburguesas son iguales. O quiz¨¢: las hamburguesas est¨¢n desprestigiadas, basta ya de prebendas para las hamburguesas. O si no, sentencias morales como: todo el mundo guarda silencio en torno a las hamburguesas porque en alg¨²n momento se ha comido alguna. No faltar¨¢ quien vea tras un Burguer King la opacidad de la Casa Real, tan examinada en estos d¨ªas. A la espera de saber si el an¨¢lisis provoca una oleada de indignaci¨®n general y hasta un cambio de men¨² reconozcamos que la sorpresa ha sido m¨ªnima.
Sabemos que existe una corrupci¨®n general del sabor basada en los abusos del consumo. La necesidad de empaquetar y vender en grandes superficies la comida genera una p¨¦rdida de calidad. Por eso, lo m¨¢s sabio en la crisis de las hamburguesas ser¨ªa decir lo mismo que decimos ante la crisis pol¨ªtica. La culpa es del sistema. Si fu¨¦ramos honestos con nosotros mismos entender¨ªamos que nuestra forma mayoritaria de comprar est¨¢ re?ida con la pervivencia de la calidad. Es como nuestra forma de votar. Por decirlo en una frase fina, aunque suene a esas rutinas lamentables de la autoayuda, el problema es nuestra forma de consumir.
Lo raro es que no hayamos analizado tomates y les hayamos encontrado pl¨¢stico dentro o lechugas con un porcentaje de cart¨®n reciclado. Cualquier d¨ªa alguien se escandalizar¨¢ al descubrir que acaricia una teta de silicona o besa un labio de col¨¢geno y pedir¨¢ explicaciones a la OCU. Vivimos para el ojo, en el imperio de la imagen vaciada de contenido y sabor, de esencia. Por eso los cuatro minutos de indignaci¨®n desatada por los restos de ADN de caballo encontrados en ciertas hamburguesas envasadas no evitar¨¢n la ceguera frente al porcentaje much¨ªsimo m¨¢s elevado de sulfitos con los que las marcas atiborran el producto para que mantenga el color, ese color tan radiante y saludable. Nos equivocamos quiz¨¢ al no entender que el destino ideal de esa comida empaquetada no es com¨¦rsela, sino seducir a nuestros ojos
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