Hablar solo, maldecir, ser un poeta¡
Aparece en Lumen una amplia selecci¨®n de la poes¨ªa de H?lderlin En una nueva versi¨®n al castellano de Eduardo Gil Bera con pr¨®logo de F¨¦lix de Az¨²a, un declarado seguidor admirado del gran poeta alem¨¢n
H?lderlin, sin ser propiamente un rom¨¢ntico, fue todo lo desgraciado que se espera de un poeta rom¨¢ntico de pro. Su obra abarca 10 escasos a?os de su azarosa vida (en medio del muy idealizado y hasta sereno neoclasicismo), que tiene mucho de errante, por dentro y por fuera. Son legendarias sus amistades de juventud (comparti¨® albergue con Hegel y Schelling) y su gran amor, tambi¨¦n desdichado, por Susette Gontard, una mujer casada. La Diotima de los poemas de H?lderlin es siempre su Susette, a quien tambi¨¦n dedic¨® el Hiperi¨®n. Ella y el ardoroso Friedrich fueron sorprendidos m¨¢s de una vez por Jacob Gontard (el marido), con lo que el bardo perdi¨® su empleo y debi¨® salir por piernas. Su sensibilidad encontr¨® asidero en la tradici¨®n grecolatina, donde busc¨® reflejos, temas y s¨ªmiles. Ahora se edita Poemas (Lumen).
Hay varias y buenas biograf¨ªas de H?lderlin (1770-1843), pero ninguna consuela, sino muy al contrario, cada detalle que se a?ade hace el paisaje m¨¢s agrio. Los testimonios coinciden en que se perd¨ªa vagando sin rumbo y que las manifestaciones de la esquizofrenia se hicieron cada vez m¨¢s dram¨¢ticas. De hecho, en su poes¨ªa hay algo, por encima de la forma, de r¨ªo incontenible, de exaltaci¨®n, de aliento enardecido por un fuego mortal y propio, y puede ser quiz¨¢s que ese meollo, esa substancia ya trufada por la locura, vaya abri¨¦ndose paso desde el ¨¦xtasis a la sinraz¨®n.
Cuando sus amigos ya no pueden con ¨¦l, es especialmente su fiel Isaac von Sinclair quien lo interna en una cl¨ªnica para enfermos mentales en Tubinga. Esto empeor¨® las cosas, al menos en la atribulada cabeza del poeta. El terapeuta de aquel centro era el m¨¦dico Ferdinand Autenrieth, cuya verdadera especialidad era la medicina forense. H?lderlin fue encerrado en solitario dentro de una de aquellas habitaciones. Hab¨ªa ¡°15 camas y 12 cuartos¡±. Sali¨® y entr¨® de la vetusta y fr¨ªa casa varias veces, pero ya nunca m¨¢s dej¨® de hablar solo, de responder airadamente a su fantasma. De hecho, en su magistral obra l¨ªrica (que F¨¦lix de Az¨²a distingue con acierto en su pr¨®logo como ¡°gran poes¨ªa¡±, como la de Shakespeare y Rimbaud) hay un lamento sordo a la nada. Az¨²a titula su pr¨®logo ¡°?De qu¨¦ hablan los poetas?¡± e hila de manera fina y exquisita al juzgar la traducci¨®n de Gil Bera como ¡°m¨²sica de c¨¢mara¡±. No todo el mundo ha tenido la ilustrada suerte de F¨¦lix de Az¨²a, cuyo primer ¡°tropiezo¡± con la l¨ªrica fue precisamente H?lderlin.
?AQUILES
Espl¨¦ndido hijo de los dioses, cuando privado de tu amada
fuiste a la orilla del mar y le lloraste al oleaje,
quejoso ansiaba ir tu coraz¨®n al abismo bendito,
al silencio, lejos del ruido de los barcos,
lejos y hondo bajo las olas, donde mora en gruta gozosa
la bella Tetis, la que te proteg¨ªa, la diosa del mar.
Ella, poderosa diosa que tiernamente amamant¨®
al ni?o en la costa rocosa de su isla, era la madre
del joven y lo cri¨® para h¨¦roe,
con la canci¨®n brav¨ªa de las olas y el ba?o vigorizante.
Y la madre acogi¨® la queja del joven,
afligida ascendi¨® del fondo del mar como una nubecilla,
aplac¨® con tiernas caricias los dolores de su querido,
y este oy¨® c¨®mo ella cari?osa promet¨ªa ayudarle.
?V¨¢stago divino! Si yo fuera como t¨², podr¨ªa confiar
a uno de los celestiales la queja por mi secreto padecer.
Pero no ver¨¦ tal cosa, y habr¨¦ de soportar la afrenta como si
no fuera nada para aquella que me recuerda entre l¨¢grimas.
pero, dioses ben¨¦volos, vosotros escuch¨¢is cada s¨²plica humana,
y yo, oh bendita luz, te amo profunda y devotamente,
desde que vivo, y a ti tierra, y a tus fuentes y bosques,
y a ti padre ¨¦ter, a quien mi coraz¨®n a?ora con deseo puro,
aplacad, oh ben¨¦volos, mi sufrimiento,
para que mi alma no enmudezca, ay, demasiado pronto,
para que viva y os d¨¦ gracias, sumas potencias celestiales,
con un canto piadoso en el d¨ªa que huye,
gracias por el bien pasado, por la alegr¨ªa de la juventud ida,
y acoged benignos al solitario.
* POEMAS. Friedrich H?lderlin (Edici¨®n biling¨¹e). Traducci¨®n: Eduardo Gil Bera. Pr¨®logo de F¨¦lix de Az¨²a. Lumen, Barcelona, 2012. 16,90 euros
Poemas
DIOTIMA (segunda y tercera estrofas)
?C¨®mo ha cambiado todo!
Cuanto odi¨¦ y evit¨¦
armoniza ahora con ben¨¦volos acordes
la canci¨®n de mi vida.
Cada vez que suena la hora
me maravilla el recuerdo
de los d¨ªas dorados de la ni?ez,
desde que hall¨¦ mi ¨²nico bien.
Diotima, criatura feliz,
deliciosa, por quien mi esp¨ªritu,
curado del miedo de vivir,
se augura la juventud de los dioses.
?Nuestro cielo perdurar¨¢!
Afines en lo insondable,
antes que nos vi¨¦ramos,
se conocieron nuestras almas.
QUEJAS DE MEN?N POR DIOTIMA (Fragmento)
2
Tambi¨¦n es in¨²til, dioses f¨²nebres, una vez
hab¨¦is cogido y sujetado al hombre vencido,
cuando h malvados, lo baj¨¢is a la noche espantosa,
buscarlo, suplicar o airarse entonces con vosotros,
o bien morar con paciencia en el terrible destierro,
y escuchar con una sonrisa vuestra fr¨ªa canci¨®n.
?Ha de ser as¨ª, olvida tu salvaci¨®n, y duerme sin chistar!
Pero te brota una voz esperanzada en mi pecho,
a¨²n no has podido, alma m¨ªa, acostumbrarte
y sue?as en medio de tu sue?o de hierro.
No guardo fiesta, pero desear¨ªa coronarme,
?es que no estoy solo? Pero algo querido debe
aproximarse a m¨ª de lejos, y he de sonre¨ªr y maravillarme
de cu¨¢n dichoso soy en medio del dolor.
A LOS J?VENES POETAS
Queridos hermanos, acaso madure pronto nuestro arte,
cuando, semejante al adolescente, tras el largo fermento,
alcance la serenidad de la belleza;
vosotros sed piadosos como eran los griegos.
Amad a los dioses y recordad con benevolencia a los mortales,
abominad de la embriaguez como del hielo, guardaos de
[adoctrinar y describir,
y si el maestro os atemoriza,
pedid consejo a la gran naturaleza.
(Traducciones de Eduardo Gil Vera)
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