Un carpintero de ADN azul
Unas pruebas gen¨¦ticas llevan cinco siglos despu¨¦s al descendiente directo de Ricardo III Los restos del monarca dorm¨ªan bajo un aparcamiento en Leicester

El linaje de Ricardo III, el ¨²ltimo monarca ingl¨¦s muerto en un campo de batalla, vapuleado por Shakespeare y la historia, ha reaparecido esta semana en un humilde taller de carpinter¨ªa del norte de Londres. Michael Ibsen, un canadiense tranquilo, discreto y amable que lleva la mitad de sus 55 a?os viviendo y trabajando junto al T¨¢mesis, ha sido la pieza fundamental para certificar que el esqueleto hallado en el subsuelo de un aparcamiento p¨²blico de Leicester era del monarca ingl¨¦s. Quinientos a?os y 17 generaciones despu¨¦s, Ibsen ha resultado ser el descendiente directo de aquella dinast¨ªa de los Plantagenet, expulsada del trono por los Tudor. El cotejo de su ADN con el de la osamenta localizada en la ciudad del centro de Inglaterra permiti¨® a un grupo de expertos proclamar el pasado lunes uno de los descubrimientos arqueol¨®gicos m¨¢s importantes en la historia del Reino Unido.
Ibsen, una persona pausada y de pocas palabras, recuerda su estado ¡°al borde del ataque de nervios¡± mientras esperaba los resultados del contraste de su ADN con el de los restos descubiertos bajo el aparcamiento de Leicester: ¡°Incluso, entonces, cuando las evidencias f¨ªsicas eran tan potentes [el laboratorio ya hab¨ªa determinado que el cr¨¢neo encontrado fue atravesado por la punta de una flecha o que la curvatura de la columna confirmaba la escoliosis que caracteriz¨® el f¨ªsico de Ricardo III], no pod¨ªa creer que un simple an¨¢lisis pudiera confirmar una conexi¨®n familiar de ?quinientos a?os!¡±.
Los expertos en gen¨¦tica de Leicester no solo consiguieron establecerla cient¨ªficamente, sino que subrayaron en la presentaci¨®n p¨²blica de los resultados que el conejillo de Indias canadiense encarna la ¨²ltima generaci¨®n que los ha hecho posibles. Ni Michael ni sus hermanos Leslie y Jeff ¡ªque viven, respectivamente, en Vancouver y Toronto¡ª tienen hijos, as¨ª que con ellos se extingu¨ªa la posibilidad de hallar una prueba viva. Entre la actual soberana de los brit¨¢nicos, Isabel II, y su antecesor lejano en el trono Ricardo III median veintitr¨¦s reyes, pero ninguno relacionado con Ricardo III por la v¨ªa familiar.
Aunque Ibsen se autodefine como ¡°una persona muy privada¡± y defiende que todo el protagonismo debe recaer en la figura del soberano, ha accedido a relatar c¨®mo ese villano que retrata la obra de William Shakespeare entr¨® en su vida con consecuencias insospechadas.
Estaba al borde del ataque mientras esperaba los resultados de las pruebas de ADN
Una llamada de su madre, Joy, en 2004, le transmiti¨® con cierta sorna que hab¨ªa sido identificada por un historiador ingl¨¦s y experto en genealog¨ªa como descendiente directa de Ana de York, hermana de Ricardo III. La revelaci¨®n del profesor John Ashdown Hill, quien estableci¨® ese v¨ªnculo familiar durante su investigaci¨®n sobre el destino de los restos del monarca, fue acogida con escepticismo por la progenitora de Michael Ibsen: ¡°Mi madre hab¨ªa sido periodista y todo aquello le pareci¨® muy abstracto, piense que por aquel entonces ni exist¨ªa la perspectiva de iniciar las excavaciones de Leicester¡±.
El asunto qued¨® en una an¨¦cdota hasta principios del a?o pasado. Joy Ibsen hab¨ªa muerto en 2009, por lo que el equipo de arque¨®logos que, ahora s¨ª, confiaba en localizar al menos los vestigios de la iglesia de Greyfriars, en el centro de Leicester, donde habr¨ªa sido enterrado el cuerpo del rey sin pompa ni ceremonia, contact¨® con Ibsen en Londres. A diferencia de sus hermanos, todos ellos pertenecientes a la decimos¨¦ptima generaci¨®n de descendientes directos de aquella casa real, fue el ¨²nico miembro de la familia, emigrada a Canad¨¢ despu¨¦s de la II Guerra Mundial, que en su d¨ªa opt¨® por hacer el camino inverso.
Tras una juventud consagrada a la m¨²sica cl¨¢sica y a la maestr¨ªa del corno franc¨¦s, un instrumento que le condujo a orquestas de Holanda y Alemania, en 1985 decidi¨® ¡°tantear un cambio de direcci¨®n¡±. ¡°Me instal¨¦ provisionalmente en el Reino Unido, donde me embarqu¨¦ en el aprendizaje de la ebanister¨ªa¡±, relata. La capital brit¨¢nica se ha convertido desde entonces en su domicilio fijo.

Ibsen estaba en el peque?o taller del norte de la ciudad, donde recibe y elabora sus encargos de muebles, cuando un grupo de locos visionarios reclam¨® su contribuci¨®n para reescribir la historia de Ricardo. La casi certeza de los expertos de la Universidad de Leicester de que el pavimento de cemento de un estacionamiento escond¨ªa la tumba del monarca, y sobre todo la recaudaci¨®n de fondos para acometer el proyecto, iba a traducirse en la perforaci¨®n del espantoso recinto en el verano de 2012.
¡°Cuando comenzaron las excavaciones, como m¨¢ximo confiaba en que se localizara alg¨²n trazo del monasterio de Greyfriars, quiz¨¢ una secci¨®n de sus muros, pero ni en broma, unos restos humanos¡±. La recuperaci¨®n, tan solo en los primeros d¨ªas de trabajos, de un esqueleto y un cr¨¢neo con aparentes heridas sufridas en el campo de batalla supuso ¡°una sorpresa may¨²scula e incre¨ªble¡± para el hombre cuyo c¨®digo gen¨¦tico iba a resultar fundamental en el desenlace de la investigaci¨®n.
Aquel monarca retratado como un ser deforme y cruel por la pluma del m¨¢s insigne literato ingl¨¦s ha sido v¨ªctima de la propaganda negativa de los Tudor, la dinast¨ªa que le sucedi¨®, seg¨²n reivindica la Sociedad Ricardo III, establecida para vindicar su figura y promotora esencial de la investigaci¨®n de Leicester.
Michael Ibsen concede que las pruebas f¨ªsicas recabadas ¡°no podr¨¢n determinar la verdadera personalidad¡± de su ancestro, que sigue dividiendo a la historiograf¨ªa brit¨¢nica. Pero el centro de informaci¨®n sobre su vida y muerte, que se establecer¨¢ el pr¨®ximo a?o en la catedral de Leicester, ¡°quiz¨¢ s¨ª pueda contribuir a ponerle en su contexto, en aquellos tiempos tan violentos en los que vivi¨®¡± y que no le diferencian en demas¨ªa de las acciones de sus sucesores en la corona.
Ibsen ya se las ha visto cara a cara con su ilustre pariente, en forma de una reconstrucci¨®n del rostro real elaborada a partir del cr¨¢neo que fue presentada esta semana al p¨²blico londinense. ¡°No le veo ning¨²n parecido ni conmigo ni con mi familia¡±, dijo.
La madre de Ibsen, periodista, entroncaba con la hermana mayor de Ricardo III
El canadiense pretende asistir al entierro solemne del monarca que se prepara en aquella catedral, si le ¡°invitan¡±. Por supuesto que ser¨¢ invitado en calidad de protagonista destacado, pero a lo largo de la conversaci¨®n con EL PA?S se desprende que esa precisi¨®n no responde tanto a una falsa modestia como a la voluntad de recuperar el anonimato.
¡°Atender mi propio negocio [de producci¨®n y venta de muebles] ha resultado muy complicado esta ¨²ltima semana, me ha sido casi imposible trabajar¡±, confiesa Ibsen, atribulado por la enorme presi¨®n medi¨¢tica que ha sufrido a ra¨ªz del anuncio.
Completamente al margen de las exclusivas sobre ¡°historias humanas¡± que tanto cotizan en la prensa de su pa¨ªs de adopci¨®n, ha comparecido lo justo ante los medios de comunicaci¨®n, incluida la sesi¨®n fotogr¨¢fica a la que accedi¨® mientras le extra¨ªan muestras de saliva para los an¨¢lisis gen¨¦ticos que luego confirmaron su parentesco regio.
¡°Entiendo toda esa atenci¨®n, porque se trata de una noticia positiva. Esta ma?ana, mi mec¨¢nico me ha explicado que est¨¢ leyendo con fruici¨®n toda la historia de Ricardo III, que es la de este pa¨ªs, y que su hijo universitario estar¨ªa orgulloso. Por eso intento atender a los medios, pero conf¨ªo en alg¨²n punto reanudar mi vida de siempre. O quiz¨¢ soy demasiado ingenuo¡¡±.
Un rey maltratado
El invierno de nuestra desventura se ha hecho verano de gloria por el sol del aparcamiento. Quiso el destino que la noticia el lunes de la (plausible) autentificaci¨®n de los restos de Ricardo III me llegara mientras estaba junto a un actor que lo ha encarnado. "?De veras? ?Qu¨¦ grande! Es como si me dices que han encontrado los condones de Romeo y Julieta", se entusiasm¨® genuinamente Pere Arquillu¨¦, que interpret¨® al personaje como un g¨¢nster en el sui generis montaje de ?lex Rigola de la obra de Shakespeare (2005).
Arquillu¨¦ es uno de los muchos rostros que ha tenido Ricardo III en el teatro y en el cine y que incluyen a Edmund Kean, Henry Irving, Laurence Olivier, Ian McKellen, Al Pacino o Ariel Garcia Vald¨¦s. Dos de mis interpretaciones favoritas, y generalmente poco recordadas, son las de Richard Dreyfus y Klaus Kinski, que encarnaban al personaje ocasional y marginalmente ¡ªteatro dentro del cine¡ª en La chica del adi¨®s, donde obligaban a hacer a Dreyfus un inolvidable Ricardo gay, y Lo importante es amar, en la que Kinski dirig¨ªa y protagonizaba, junto a Romy Schneider, una puesta en escena de la obra con est¨¦tica samur¨¢i: una mezcla ins¨®lita de Aguirre y Kurosawa.
En la obra de Shakespeare ¡ªme lo recalc¨® Llu¨ªs Pasqual en un taller del Instituto del Teatro que ¨¦l nos dirig¨ªa y en el que se me ocurri¨® caracterizarme como un Ricardo III atractivo (?) y sin minusval¨ªas¡ª Ricardo no puede dejar de ser villano y deforme. Va con el papel. Al igual que Shylock es jud¨ªo y Macbeth insomne. Dif¨ªcilmente podemos imaginarlo de otra manera.
Y sin embargo, est¨¢ claro que el Ricardo hist¨®rico, ese que ha aparecido en el aparcamiento parad¨®jicamente bajo tantos caballos (los de los motores de los veh¨ªculos), pudo ser muy diferente. En la propia obra (el personaje de hecho aparece en tres obras de Shakespeare, Ricardo III y la segunda y tercera partes de Enrique VI) hay indicios de ese otro Ricardo. El malvado, al que Shakespeare deja que se dirija a nosotros directamente y nos explique su programa criminal, tiene un lado ingenioso, brillante, divertido, definitivamente inteligente y moderno, que nos seduce tanto como a Lady Anne. Y cuando cae ¡ªpor no hablar de cuanto tiene esas horribles pesadillas ("ma?ana en la batalla", etc¨¦tera)¡ª no podemos dejar de sentir a nuestro pesar una cierta simpat¨ªa por ¨¦l. ?Dej¨® Shakespeare pistas del aut¨¦ntico Ricardo en una obra en la que estaba obligado a demonizarlo, jorobarlo (?) y presentarlo con las tintas m¨¢s sombr¨ªas para glorificar la dinast¨ªa reinante de los Tudor y exaltarla como surgida de una batalla entre el bien y el mal?
V¨ªctima de la black propaganda de los Tudor ¡ªhabr¨ªa nacido hasta con dientes¡ª, con la historia en la mano, Ricardo no parece haber sido peor que los dem¨¢s personajes enfangados en la lucha por el poder en ese sangriento culebr¨®n familiar que es la Guerra de las Rosas y que prefigura (y deja corto) Juego de tronos (?ser¨¢ el del aparcamiento en realidad el gnomo Tyrion Lannister?).
El propio Enrique VII no dud¨® al coronarse en podar despiadadamente todos los rosales cercanos. Y en el propio Shakespeare hay testimonios de sobras de c¨®mo era tradici¨®n acuchillarse unos a otros. Vamos que nadie te hac¨ªa un feo por darle un poco m¨¢s de beber a tu hermano o deshacerte de unos sobrinitos. En todo caso, el Bardo tuvo que hacer a Ricardo mayor de lo que era en realidad para endosarle algunos cr¨ªmenes que no pudo cometer por ser a¨²n un ni?o (muri¨® a los 32 a?os). Y lo de los principitos de la Torre no est¨¢ nada claro: con las evidencias en la mano un tribunal hoy no lo condenar¨ªa.
Hay un rasgo de Ricardo que destaca la historia y que Shakespeare no puede (ni quiere) poner en duda: su coraje. Era un tipo valiente. Se jugaba el tipo. Prefer¨ªa las armaduras a los la¨²des. Desde muy joven lider¨® tropas y combati¨® en primera l¨ªnea. Si padeci¨® escoliosis, como parece, todo eso tiene m¨¦rito.
En la batalla final, la de Bosworth (1485), Shakespeare ha de hacer que le visiten todos los fantasmas de los asesinados y que ¨¦l amenace con matar rehenes para alzar una cortina de humo sobre la evidencia: en la lucha, Ricardo se comport¨® como otro Ricardo, su ancestro Coraz¨®n de Le¨®n (no en balde era un Plantagenet). En cambio, Richmond (el futuro Enrique VII) se mostr¨® bastante pusil¨¢nime. No era un guerrero, le gustaban m¨¢s las finanzas, y permaneci¨® en retaguardia. No hay que olvidar que el chico Tudor adem¨¢s llevaba un contingente mayoritariamente franc¨¦s, mercenario (?v¨¢lgame San Crisp¨ªn!), y que la batalla la gan¨® por la traici¨®n que le hicieron a Ricardo sus partidarios los Stanley.
Los relatos nos muestran a un Ricardo jug¨¢ndoselo el todo por el todo en una carga directa contra Richmond en el curso de la cual lleg¨® a matar a su abanderado y estuvo en un tris de llegar hasta el pretendiente. Recuerda poderosamente la acci¨®n de Alejandro Magno en Issos y¨¦ndose a por Dar¨ªo. Menos afortunado, Ricardo tuvo el final que pudo haber sufrido el macedonio: lo destrozaron. Uno de los elementos m¨¢s relevantes de esta sorpresa del esqueleto de Leicester es que las heridas que presenta son coherentes con el final hist¨®rico de Ricardo III: rodeado de enemigos, recibi¨® varios golpes que le hicieron saltar el yelmo y luego le hirieron numerosas veces en la cabeza desnuda reban¨¢ndole pr¨¢cticamente la nuca. El coup de gr?ce habr¨ªa sido con una alabarda.
Desmontado, m¨¢s que pedir un caballo, Ricardo rechaz¨® varias veces los que le ofrec¨ªan para huir. Combati¨® como un jabato (el jabal¨ª, una bestia noble en aquellos tiempos, era su emblema). Tuvo una muerte digna del Arturo de Malory y no la propia de un villano. De hecho fue el ¨²ltimo rey ingl¨¦s en morir en el campo de batalla. El trato que le dio a su cuerpo, cuerpo real al fin, fue deplorable: lo hizo exhibir desnudo atravesado en un caballo. Una canallada.
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