Imaginando lo que existe
'Watergate' es una novela sobre lo que apenas se ha enfriado en las galer¨ªas de la historia La trama son los hechos hist¨®ricos y no hay protagonistas ficticios
A veces el cuerpo le pide a uno leer una novela, tan perentoriamente como le puede pedir una cerveza fresca o un plato barato y sabroso de pasta, un viaje o una caminata: una novela con varios centenares de p¨¢ginas y rica en personajes y episodios, una novela en la que sumergirse varias horas al d¨ªa como un buzo o un espele¨®logo, una novela tren en la que acomodarse durante las traves¨ªas en metro y los tiempos en blanco que se presentan a diario en la vida; una novela que sea como una pel¨ªcula en una sala de cine o como ese cap¨ªtulo extra de una gran serie que uno se concede despu¨¦s de la media noche, venciendo el sue?o y malogrando el sue?o, sacrific¨¢ndolo al sagrado impulso primitivo de saber un poco m¨¢s de la historia; una novela en la que se quiere avanzar como sea y al mismo tiempo no quiere uno que se acabe; una novela, adem¨¢s, que no est¨¦ escrita hace mucho, que no haya sido desfibrada por generaciones de lectores y cr¨ªticos, que le ofrezca a uno ese cebo y esa tentaci¨®n tan poco apreciadas por los expertos, la intriga del desenlace.
Cada vez estoy m¨¢s convencido de que uno solo debe escribir una novela cuando lo que tiene que decir no pueda ser contado de otro modo ¡ªcu¨¢ntas novelas mediocres hay en las que se desperdicia un material con el que habr¨ªa podido construirse una magn¨ªfica historia de no ficci¨®n¡ª. Del mismo modo, y aunque paso largas temporadas en las que no leo ficciones, hay ocasiones en las que siento una necesidad lectora que no satisface ni los libros de historia, ni los de divulgaci¨®n cient¨ªfica, ni los de memorias personales. Igual que el cuerpo agotado pide a veces prote¨ªnas o platos de cuchara, la imaginaci¨®n pide esa sustancia nutritiva que por alg¨²n motivo solo est¨¢ contenida en las novelas. Cuando era joven esa hambre no se me pasaba nunca. Saltaba de una novela a otra, o del final de una novela de regreso al principio, como esos viajeros compulsivos que no se fatigan conectando vuelos o bajando de un tren despu¨¦s de muchas horas de viaje y apresur¨¢ndose para no perder otro que los llevar¨¢ todav¨ªa m¨¢s lejos. Con los a?os me he ido aficionando a una dieta m¨¢s variada, y a todos los efectos m¨¢s saludable, pero cuando noto que vuelve la antigua urgencia, la propensi¨®n al entusiasmo ante el descubrimiento de lo nuevo ¡ªnovela, novedad¡ª me dejo llevar por ella con una ilusi¨®n impaciente en la que no cuenta para nada el oficio, en la que no hay lugar para la fatiga desganada de lo ya muy conocido, y menos a¨²n para el resabio un poco c¨ªnico que tiene efectos tan esterilizadores sobre quienes piensan que est¨¢n dentro del c¨ªrculo de lo literario.
Leer da m¨¢s felicidad que escribir. Escribir es una afici¨®n, una vocaci¨®n, un trabajo incierto. Leer, una medicina sin contraindicaciones
Leer da m¨¢s felicidad que escribir. Escribir es una afici¨®n, una vocaci¨®n, un trabajo incierto, que lo mismo da grandes alegr¨ªas que grandes disgustos, y que en el mejor de los casos siempre lo deja a uno vulnerable ante s¨ª mismo y ante los dem¨¢s: ante la incertidumbre que no cesa nunca de minarlo por dentro, aunque se le aplique con grados diversos de dedicaci¨®n y eficacia el b¨¢lsamo de la vanidad; ante los juicios favorables o negativos, halagadores o insultantes, sinceros o fingidos. Leer, cuando se disfruta a fondo la lectura, es un deleite que no viene con efectos secundarios, una medicina sin contraindicaciones, un vicio sin castigo, seg¨²n la exacta punter¨ªa de la definici¨®n de Val¨¦ry Larbaud. Ni siquiera la envidia cuando se lee algo que uno no ser¨ªa capaz de emular malogra la satisfacci¨®n del descubrimiento, porque ser¨¢ siempre m¨¢s poderosa la simple gratitud de que exista algo tan hermoso: quien no agradecer¨¢, como en el poema de Borges, ¡°que en la tierra haya Stevenson¡±.
Yo agradezco estos d¨ªas una novela que est¨¢ saciando mi hambre aguda de novelas, Watergate, de Thomas Mallon, un escritor americano del que hasta hace unos d¨ªas no sab¨ªa nada, aunque le¨ª una rese?a del libro cuando sali¨® en tapa dura el a?o pasado, y lo anot¨¦ en una lista de posibles lecturas. Era prometedora una novela hist¨®rica sobre lo que apenas se ha enfriado a¨²n en las galer¨ªas de la historia, lo que forma parte de los recuerdos de quienes empezamos a leer peri¨®dicos y a tener conciencia pol¨ªtica en los primeros a?os setenta, el esc¨¢ndalo Watergate y la ca¨ªda lenta y tortuosa del presidente Richard Nixon, que para nosotros ten¨ªa sobre todo el reverso ¨¦pico y algo peliculero de la investigaci¨®n de Carl Bernstein y Bob Woodward en el Washington Post, o m¨¢s exactamente de Dustin Hoffman y Robert Redford haciendo de Bernstein y Woodward con esa incomparable desenvoltura americana para convertir en material narrativo de alta calidad lo que casi no ha terminado todav¨ªa de suceder.
En 'Watergate' de Mallon, la intriga no es menos poderosa porque sepamos el final. Ese conocimiento acent¨²a la sensaci¨®n mal¨¦fica de lo inevitable
Thomas Mallon no usa los hechos hist¨®ricos como fondo de una trama inventada, ni crea protagonistas ficticios para mezclarlos directa o indirectamente con personas reales. La trama son los hechos hist¨®ricos. Quienes los vivieron son los mismos que act¨²an en la novela con sus nombres y sus apellidos. El reparto es alucinante: Richard Nixon, su mujer, Pat, la hija nonagenaria y ya casi momificada de Theodore Roosevelt, la secretaria personal de Nixon, el insidioso Henry Kissinger, los periodistas y los pol¨ªticos, los esp¨ªas ineptos que se dejaron atrapar cuando se hab¨ªan colado como rateros en las oficinas electorales del Partido Dem¨®crata, los veteranos de las conspiraciones contra Fidel Castro y de las guerras sucias contra los Gobiernos leg¨ªtimos en Am¨¦rica Latina. Un tono entre tragedia y farsa atraviesa la novela, entre chisme e intriga de pol¨ªtica s¨®rdida y maleficio gradual del destino. Los di¨¢logos tienen la r¨¢pida trivialidad de conversaciones verdaderas, de confidencias mezcladas con las vulgaridades y las repeticiones del habla com¨²n e interceptadas en el tel¨¦fono o grabadas en aquellas cintas que estaban siempre girando en secreto en el despacho de Nixon. La intriga no es menos poderosa porque sepamos el final. Precisamente ese conocimiento acent¨²a la sensaci¨®n mal¨¦fica de lo inevitable.
Algo parecido hizo Don DeLillo en Libra con la historia de Lee Harvey Oswald y el asesinato de Kennedy. Pero ese Oswald, siendo una creaci¨®n literaria tan alta, no nos dejaba olvidarnos nunca de que era, sobre todo, un personaje de Don DeLillo, movi¨¦ndose por los lugares de la realidad pero m¨¢s a¨²n por los mundos son¨¢mbulos de la imaginaci¨®n de su autor. Thomas Mallon tiene mucha m¨¢s desverg¨¹enza, o elige con m¨¢s convicci¨®n volverse invisible, dejando sin embargo huellas sutiles de observaci¨®n, empat¨ªa y sarcasmo, invisible y ub¨ªcuo a la manera de Flaubert. Su Nixon no es una m¨¢scara ni una caricatura, sino un ser humano entre penoso y deleznable, que sin saber bien c¨®mo presencia at¨®nito su propia ruina, envuelto en una mara?a confusa de corruptelas y banalidades, con el fondo espantoso de la carnicer¨ªa en Vietnam. Dec¨ªa el Nobel de F¨ªsica Richard Feynman que se requiere un esfuerzo mayor de la imaginaci¨®n para vislumbrar lo que existe de lo que no existe. Quiz¨¢s ese es el esfuerzo que demandan, y que alimentan y premian, las mejores novelas.
Watergate. A Novel. Thomas Mallon. Pantheon Books. Nueva York, 2012.
www.antoniomu?ozmolina.es
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