El coraz¨®n del ultracuerpo

En The host, escrita entre la pen¨²ltima y la ¨²ltima entrega de la popular saga Crep¨²sculo, Stephenie Meyer aplica al imaginario de la ciencia-ficci¨®n paranoica, modalidad La invasi¨®n de los ultracuerpos, la misma estrategia que le permiti¨® redefinir, al gusto de la cultura juvenil de la era del fotolog, los arquetipos de la tradicional literatura de horror: las perplejidades sentimentales de una adolescencia narcisista funcionan, as¨ª, como una suerte de acelerador de mitolog¨ªas, vulnerable a la mirada ir¨®nica del lector o espectador que observa el fen¨®meno desde fuera. Aqu¨ª aparecen, no obstante, algunos interesantes toques de distinci¨®n: la protagonista tiene dos voces ¡ªla de la forma extraterrestre que la parasita y la de su latencia humana¡ª, convirtiendo no ya el mon¨®logo, sino el di¨¢logo interior en motor de un personaje que lleva la otredad encima y, por tanto, no deja de lanzar preguntas problem¨¢ticas a ambos lados de su identidad escindida. Tambi¨¦n es peculiar la manera en que se plantea aqu¨ª el problema rom¨¢ntico: si en Crep¨²sculo se establec¨ªa una tensi¨®n de tri¨¢ngulo amoroso entre un vampiro, un lic¨¢ntropo y una humana; aqu¨ª bastan tres personajes para proponer un cuarteto irresoluble entre tres humanos y un par¨¢sito alien¨ªgena. Todo esto no salva a la propuesta de bordear ocasionalmente un kitsch sentimental, que se transforma en gratificante y exc¨¦ntrica comedia involuntaria para el p¨²blico ajeno al fen¨®meno fan.

A primera vista resulta algo desalentador ver al frente de esta adaptaci¨®n a Andrew Niccol, cineasta que, con su guion para El show de Truman (1998) y su Gattaca (1997), parec¨ªa la gran esperanza blanca de una nueva ciencia-ficci¨®n adulta. Lo positivo de la elecci¨®n es el buen gusto de Niccol para la puesta en escena y su capacidad para lograr im¨¢genes tan poderosas como la del campo de trigo de interior o el falso firmamento formado por la luz de las luci¨¦rnagas. The host (La hu¨¦sped) ¡ªque podr¨ªa ser el comienzo de una trilog¨ªa editorial (e, inevitablemente, tambi¨¦n cinematogr¨¢fica)¡ª parece m¨¢s el esbozo de una mitolog¨ªa que su texto fundacional, pero el talento de Andrew Niccol ¡ªsin duda, digno de mejor causa¡ª logra que su elegante envoltorio no parezca rutinario.