Olla
En los mismos d¨ªas del atentado de Boston, en una escuela de cocina de Barakaldo, estallaba tambi¨¦n una olla a presi¨®n que hiri¨® a varios alumnos
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La resaca tras el atentado del marat¨®n de Boston deja reacciones plenas del esp¨ªritu ol¨ªmpico. La carrera tiene que continuar. Pero ?acaso no contin¨²a todo? Incluida la prisi¨®n ilegal de Guant¨¢namo o el debate sobre las armas en Estados Unidos, que sabote¨® tan oportunamente la tragedia. Para quien duda de la bondad de las pistolas, se nos impuso la idea de que poseer armas es la garant¨ªa de supervivencia en un universo criminal, lleno de amenazantes lobos solitarios y radicales integristas. Las cifras reales de la amenaza importan un carajo. Si vieron el homenaje a George Bush apreciar¨ªan que las insignias con la letra W de su middle name luc¨ªan en las chaquetas de los invitados como estrellas de sheriff.
En los mismos d¨ªas, en una escuela de cocina de Barakaldo, estallaba tambi¨¦n una olla a presi¨®n que hiri¨® a varios alumnos. La olla de cocina, similar a la empleada en los atentados de Boston, cobraba una actualidad mort¨ªfera. Habr¨ªa que remontarse a los tiempos en que un comando de ETA fue desarticulado porque uno de sus miembros encarg¨® 11 ollas expr¨¦s en una ferreter¨ªa para encontrar otro momento en que este artefacto, cuya primera patente comercial apunta a un ciudadano de Zaragoza en los albores del siglo XX, gozara de tanta relevancia. Por suerte para nuestra cocina de urgencia nadie ha abierto el debate sobre su prohibici¨®n.
La celebraci¨®n patri¨®tica que sigui¨® a la detenci¨®n del criminal ya malherido, era coherente con el grado de alarma alcanzado. S¨ªstole y di¨¢stole colectiva siguen funcionando a la perfecci¨®n. Tambi¨¦n los grados de jerarqu¨ªa entre los distintos emplazamientos geogr¨¢ficos donde sucede un atentado. En nuestra particular historia universal de la infamia televisada, la imagen de la carrera popular interrumpida por la explosi¨®n del palco de espectadores ya amuebla nuestra retina de por vida. Una y otra vez esa explosi¨®n ha sido exprimida por la televisi¨®n. No hay esc¨¢ndalo pese al abuso de la secuencia como fondo visual, porque finalmente sirve para un fin preciso, imponer una verdad, la de un mundo hostil al que combatir a sangre y fuego. La ¨²nica verdad posible, la verdad que prolonga aquella del ap¨®stol Tom¨¢s que sirvi¨® para certificar, ya en la Biblia, que para creer no hay cosa mejor que ver.
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