Von Rezzori oye la risa de Nabokov
La obra del novelista, de cuya muerte se cumplen 15 a?os, asiste a un resurgir ¡®Un forastero en Lolitalandia¡¯ rescata un viaje literario en pos del autor de ¡®Lolita¡¯
Ahora que se cumplen 15 a?os de la muerte de Gregor von Rezzori (1914-1998) y a¨²n resuena el reciente rescate de Un forastero en Lolitalandia (Reino de Redonda), la obra del autor de Flores en la nieve y Memorias de un antisemita parece disfrutar de un rejuvenecido inter¨¦s (subrayado por la recuperaci¨®n en un ¨®mnibus de sus cl¨¢sicos en Anagrama y la publicaci¨®n de Edipo en Stalingrado, en Sexto Piso). El ¨²ltimo artefacto de Von Rezzori en aterrizar en las librer¨ªas es en realidad un reportaje escrito para la revista Esquire en 1987: o sea, en el d¨¦cimo aniversario de la muerte de Nabokov ¡ªefem¨¦ride sobre efem¨¦ride¡ª. Lo escribi¨® despu¨¦s de repetir, con una exactitud de car¨¢cter m¨¢s bien mental que estrictamente geogr¨¢fico, el viaje del ped¨®filo Humbert Humbert con su desdichada hijastra a lo largo de 21.000 kil¨®metros de autopistas perdidas, moteles pasablemente fantasmales y coitos malditos, pero evocados con la m¨¢xima nostalgia y enternecimiento desde la celda de la c¨¢rcel, situada en las p¨¢ginas de Lolita,claro est¨¢.
¡®Esquire¡¯ encarg¨® al escritor que siguiera los pasos de Humbert Humbert
El reportaje y la meditaci¨®n de Rezzori sobre Lolita, sobre Nabokov y sobre Estados Unidos es una pieza de excelente prosa y adem¨¢s desborda de sentido: sentido de la observaci¨®n, sentido de la devoci¨®n, y sentido, tambi¨¦n, del valor propio de quien, reconoci¨¦ndose expl¨ªcitamente, en un curioso ejercicio de sinceridad o de modestia orgullosa, inferior como artista. ¡°No soy tan engre¨ªdo como para no ver nuestras considerables diferencias, tanto de g¨¦nero como en la calidad¡±. No por ello arroja la pluma ¡ªcomo el malogrado m¨²sico de Bernhard despu¨¦s de escuchar al apabullante Glenn Gould cierra el piano y se echa la soga al cuello¡ª, sino que se empe?a en decir lo suyo y en apuntar alg¨²n aspecto en el que, en su opini¨®n, puede sostenerle la mirada al maestro y afrontar su ¡°risita sard¨®nica¡±, esa risita de superioridad que siempre que piensa en ¨¦l le parece o¨ªr.
Hablamos de dos viejos caballeros y distinguidos literatos, exiliados de mundos que dejaron de existir a principios del siglo pasado y que se empe?aban en reconstruir en sus novelas: la Rusia presovi¨¦tica y el imperio austroh¨²ngaro (la sola palabra ¡°austroh¨²ngaro¡± ya la colaban como un chiste privado Mars¨¦ y Garc¨ªa Hortelano en los guiones de sus pel¨ªculas en los a?os sesenta). Dos maestros del idioma, arrojados por la historia a vivir a?os de peregrinaje, ambos expatriados ¡°de buena familia¡±, ambos en posesi¨®n de un arte narrativo incomparable, aunque de acceso disuasorio para el lector perezoso en obras maestras como Ada o el ardor y Un armi?o en Chernopol; arte elaborado, detallista, cargado de trampantojos y caracterizado por un fraseo marcadamente sensual y melodioso.
Fueron dos maestros del idioma que la historia arroj¨® al peregrinaje
Completa el volumen un texto del editor Javier Mar¨ªas y el pr¨®logo de Zadie Smith, competente novelista brit¨¢nica que ahora est¨¢ de moda, no puedes mirar a ninguna parte sin decirte, ¡°anda, si aqu¨ª est¨¢ Zadie otra vez¡±. Zadie Smith no es mala compa?¨ªa, desde luego. Gracias a ella nos enteramos por ejemplo de que ning¨²n escritor del mundo tiene ¡ªten¨ªa¡ª una biblioteca nabokoviana tan extensa como la de Rezzori, ¡°aunque estos dos escritores son perfectamente opuestos en car¨¢cter y en forma¡±. Su ensayo elogia a Rezzori se?alando cu¨¢les, en las p¨¢ginas de Lolitalandia, son mejores y m¨¢s representativas de su estilo, sus preocupaciones y su sensibilidad, y adem¨¢s tiene la honestidad intelectual de apuntar d¨®nde, a su entender, flaquea (dej¨¢ndose a veces llevar por el entusiasmo hasta el estereotipo), y d¨®nde se equivoca Nabokov (en su negaci¨®n de la realidad). ¡°Es exactamente en la generosidad de Rezzori¡±, dice, ¡°en su entusiasmo no acad¨¦mico, en su completo rechazo de la pose nabokoviana del experto y, lo m¨¢s significativo, al admitir que la posibilidad de la experiencia humana puede compartirse, donde marca su territorio¡±. Pero, Zadie, al atreverse a enmendarle la plana a aquellos titanes, impl¨ªcitamente invita a que se la enmienden a ella, y por eso digo que la empat¨ªa, la fraternidad que supuestamente adorna a Rezzori m¨¢s que a Nabokov, especialmente en su relaci¨®n con Estados Unidos, responde m¨¢s bien al hecho de que Rezzori (quien, la verdad, en punto a autoestima poco ten¨ªa que envidiar a Nabokov) habla en primera persona en un reportaje de ¡°nuevo periodismo¡±. Y, en cambio, en Lolita la bien modulada voz del narrador es la de H. H.: un personaje literario, una marioneta, cuyos hilos mueve el autor mientras suelta su ¡°risita sard¨®nica¡±.
Babelia
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