En recuerdo de Pepe Luis
Con el recuerdo imperecedero a uno de los artistas m¨¢s emblem¨¢ticos, un torero se sinti¨® como tal y lance¨® a la ver¨®nica maravillosamente
Cuando finalizaba la corrida llega la noticia de la muerte de Pepe Luis, uno de los maestros de la tauromaquia m¨¢s grandes de la historia. Ha muerto en su Sevilla, cumplidos los noventa a?os, con la vista y el o¨ªdo marchitos, pero con la idea del arte en su cabeza como fue capaz de expresarlo en las plazas de toros y en este mismo peri¨®dico hace unos meses. Pepe Luis V¨¢zquez, armon¨ªa, belleza y gloria reza el azulejo que lo recuerda en la plaza de las Ventas. Nunca un epitafio fue m¨¢s acertado.
Con el recuerdo imperecedero a uno de los artistas m¨¢s emblem¨¢ticos, vaya por delante otra de las noticias de la tarde: un torero se sinti¨® como tal y lance¨® a la ver¨®nica maravillosamente. Se llama Juan del ?lamo y, tras recibir al quinto de la tarde, con dos largas cambiadas de rodillas en el tercio, lo embarc¨® de verdad, baj¨® las manos, templ¨®, se gust¨®, gan¨® terreno en cada lance y dibuj¨® seis ver¨®nicas sencillamente extraordinarias que cerr¨® con dos espl¨¦ndidas medias y dej¨® a todo el mundo boquiabierto. Lo mejor de lo que va de feria, sin ning¨²n g¨¦nero de dudas. Toreo puro, toreo de verdad, toreo para exquisitos. El mejor homenaje que pueda tener Pepe Luis.
Y todo eso ocurr¨ªa con el piso totalmente embarrado despu¨¦s de que cayera una amplia muestra de lo que pudo ser el diluvio universal. ?C¨®mo graniz¨®, madre m¨ªa! ?Qu¨¦ forma de llover! Fue aquello un bombardeo infernal que comenz¨® cuando el tercer toro iba al caballo y dur¨® una eternidad que provoc¨® la l¨®gica estampida en los tendidos. La tarde se fue ennegreciendo desde que se abri¨® el pase¨ªllo; truenos y rel¨¢mpagos se intercambiaban protagonismo para anunciar el aguacero. Y lleg¨®, vaya que s¨ª lleg¨®, y llovi¨® de forma torrencial, como si no hubiera llovido nunca.
Pero, hete aqu¨ª que el agua tiene una virtud viv¨ªfica. Fastidia, y de qu¨¦ manera, los cuerpos, pero entona el esp¨ªritu. Fomenta la generosidad de las almas y dinamiza la ilusi¨®n de los toreros. Lo cierto es que la corrida hab¨ªa sido un tost¨®n hasta que comenz¨® a llover. De hecho, y contra todo pron¨®stico, se cortaron tres orejas que pudieron ser m¨¢s si ayudan los toros.
Silveti quit¨® por gaoneras y Bautista por chicuelinas cuando arreciaba la tormenta en ese tercer toro. Y el mexicano brind¨® al empapado respetable, cit¨® por un pase cambiado por la espalda, y mientras la granizada era una cortina de pedruscos, el torero, muy entregado, consigui¨® algunas tandas airosas que fueron muy jaleadas. Cuando mat¨® de pinchazo y una estocada casi entera le concedieron un generoso trofeo que supo m¨¢s a recompensa por su entereza y decisi¨®n que por el buen toreo. No pudo redondear su tarde porque el sexto era una mula parda, hundido en su falta de casta, que no le permiti¨® volver a las andadas.
Tambi¨¦n cort¨® oreja Juan Bautista, otro torero que se transfigur¨® con la lluvia. Nada hizo que llamara la atenci¨®n ante su soso primero, pero se rehizo en el cuarto, el m¨¢s potable de la corrida, y entre la lluvia y el fango, consigui¨® dos buenas tandas de naturales en las que brill¨® m¨¢s la encastada nobleza del toro que la hondura de los muletazos, pero acompa?¨® bien la embestida y dio la mejor imagen de s¨ª mismo. Si se hubiera colocado mejor, si se hubiera cruzado, hoy estar¨ªamos hablando, quiz¨¢, de una gran faena. De cualquier modo, vale decir que no desmereci¨® la calidad de su oponente.
Y la sorpresa lleg¨® de la mano de Juan del ?lamo, poco toreado, que deslumbr¨® con esas ver¨®nicas antol¨®gicas ¡ªya era hora de que viera torear en esta feria¡ª y se esforz¨® en una primera tanda de redondos que supieron a gloria. El fuelle del toro se acab¨® pronto, y destac¨®, sobre todo, la entrega del torero que alarg¨® innecesariamente la faena con las t¨ªpicas bernardinas que se han convertido, junto a las manoletinas, en la ense?a del toreo moderno. Se esforz¨® ante el segundo, de poca clase, de escaso recorrido y sin humillar nunca, al que hilvan¨® una faena poco conjuntada, no exenta de disposici¨®n.
Lo que son las cosas: era uno de los carteles m¨¢s modestos de la feria y ha saltado la sorpresa del toreo en plenitud, y la resurrecci¨®n de tres toreros que se transfiguraron con el bautizo de una granizada infernal.
Hubo resbalones, pero ning¨²n torero sufri¨® percance alguno; todos se vinieron arriba como en las mejores tardes; y hubo ocasi¨®n de ver a un Silveti enardecido y empujado por muchos compatriotas; a un Del ?lamo, llamado a mejores empresas despu¨¦s de demostrar que lleva el toreo cl¨¢sico en la cabeza, y a un Bautista en su plenitud.
La nota de tristeza la puso la noticia de la muerte de Pepe Luis V¨¢zquez, que hab¨ªa sido hasta ese momento, el mejor referente vivo de los grandes maestros de la historia. Con Pepe Luis se va toda una ¨¦poca, y perdurar¨¢ para siempre el recuerdo de su gracia sevillana, de su magisterio, de una historia plagada de sentimiento torero.
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