Edvard Munch: ?C¨®mo se pinta un grito?
Dos grandes exposiciones en Oslo (Galer¨ªa Nacional y Museo Munch) rinden tributo al inclasificable e inquietante autor de ¡®El grito¡¯, estrella indiscutible en la obra de un genio que obsesiona por igual a amantes del arte, turistas... y ladrones
Los visitantes pasan veloces por las salas para cobrar la pieza m¨¢s deseada: alguna de las distintas versiones de El grito, uno de los iconos de nuestro tiempo, imagen escapada del lienzo en el que yace para pasearse como un fantasma sin reposo. M¨¢scaras, alfileres de corbata, utilizaci¨®n en pel¨ªculas de terror, magnetos, pa?uelos, tazas, gomas de borrar¡ Todo ello no ha podido frivolizar completamente esa figura con la boca abierta que se tapa los o¨ªdos bajo un cielo rojizo y sinuoso.
La visi¨®n de El grito no puede anular la contemplaci¨®n de las tormentas interiores que desatan los colores de La ni?a enferma, Ansiedad, La vampira o Melancol¨ªa. El cuadro que encierra La ni?a enferma se parece m¨¢s a un ring en el que el artista se pelea a golpes, a brochazos y a apelotonamientos de pintura que al bastidor de un lienzo. Munch parece querer castigar el cuadro. Quiz¨¢ es tambi¨¦n una forma de castigarse a s¨ª mismo.
Pero la estrella de la muestra sigue siendo precisamente esa: El grito. ?Qu¨¦ tiene este cuadro para atraer de tal manera la atenci¨®n del amante del arte, del turista presuroso y de los ladrones de cuadros? ?Qu¨¦ grito de miedo lanza esa boca abierta? ?Qu¨¦ terror hay en el aire para que el personaje se tenga que tapar los o¨ªdos?
La historia de la pintura y de la escultura mantiene una tensi¨®n permanente con la expresi¨®n oral. ?Grita la escultura de Laocoonte al ver atacados sus hijos? Esta es una de las primeras preguntas que se hace el entendido cuando contempla el gesto tr¨¢gico de ese padre atormentado. No, responde Lessing a la cuesti¨®n. No puede representarse el grito, quedar¨ªa feo. La boca puede entreabrirse, pero no abrirse del todo hasta echar de menos un sonido que nunca llega a salir sus entra?as de piedra. Ser¨ªa como asistir a una representaci¨®n en la que los actores solo movieran los labios, sin pronunciar palabra. Grotesco. ¡°El l¨ªmite de una obra de arte est¨¢ en su capacidad para representar el grito¡±, corrobora Schopenhauer.
Pero aquellos doctos no iban desencaminados, esta no es solamente una cuesti¨®n de buen gusto acad¨¦mico, es algo m¨¢s. Incluso en nuestra ¨¦poca, los personajes del c¨®mic mantienen las bocas cerradas, aunque los globos escritos nos indiquen que las palabras salen de ellas. Normalmente no les vemos lengua o dientes. En el cine mudo, cuando los actores cambian su m¨ªmica descomunal por la palabra, se salta a los intert¨ªtulos. La Medusa de Caravaggio tiene la boca monstruosamente abierta, pero solamente para mostrar su monstruosidad: su yugular est¨¢ seccionada, imposible imaginar que nos est¨¦ lanzando maldiciones. En la pintura, incluso el ¨¢ngel de la anunciaci¨®n tiene la boca cerrada. Cierto, hay m¨²ltiples excepciones: esas madres de inocentes asesinados, esos coros ser¨¢ficos, esa Cloris boticcelliana de aliento de flores que los tratadistas se?alan solo para mostrar lo in¨²til del empe?o. ?Es posible pintar un grito?
Frente a Oslo, al otro lado del fiordo, hay una peque?a colina cubierta de ¨¢rboles enormes. Ahora, en estos d¨ªas, la colina est¨¢ en obras. La nueva riqueza de los noruegos cubre progresivamente las riberas de enormes edificios apretados unos contra otros, como si les faltara espacio. ?Qu¨¦ ahogo! Pero en la orilla de Ekeberg ¡ªlugar en el que Munch sit¨²a materialmente la escena de El Grito¡ª el ambiente y los olores del bosque predominan a¨²n sobre los del puerto y la ciudad.
Esta es la genealog¨ªa de El grito, seg¨²n las notas del cuaderno de Munch: ¡°Caminaba con dos amigos por la carretera; entonces se puso el sol. De repente el cielo se volvi¨® de color sangre y me sobrevino un sentimiento de tristeza. Un angustioso dolor me oprim¨ªa el pecho. Me detuve y me apoy¨¦ en la barandilla, incre¨ªblemente cansado¡±. Y m¨¢s adelante: ¡°Sent¨ª el grito inmenso e infinito de la naturaleza¡±.
Lo sinti¨®, no lo oy¨®. Bien es verdad que en las cercan¨ªas exist¨ªan un manicomio ¡ªen el que estaba internada su hermana¡ª y un matadero de animales. Alaridos y mugidos no deb¨ªan de ser infrecuentes en el paraje. Pero aqu¨ª se trata de expresar una voz interna, un grito ¨¢tono que resuena en las entra?as. Y que tiene su expresi¨®n en los colores rojo azulados y en las l¨ªneas sinuosas que configuran una obra en los bordes de lo art¨ªstico, donde la imagen se desnuda a s¨ª misma. La sinestesia funcion¨®, al fin, y se pudo pintar un grito sin que echemos de menos su sonido. Ruge el cielo atormentado y el profundo azul curvado.
Pero la gran exposici¨®n de Munch no es solo esta obra maestra, por mucho inter¨¦s que despierte esa expresi¨®n conmocionada de nuestro tiempo. Est¨¢n tambi¨¦n los retratos de cuerpo entero, magn¨ªficos, con la prestancia velazque?a venida del conocimiento que Munch ten¨ªa de Vel¨¢zquez a trav¨¦s de Manet. La reelaboraci¨®n continua a la que somet¨ªa sus pinturas, incluso a?os despu¨¦s de haberlas entregado, revela el sentido no finito de un trabajo que tiene algo de dietario personal, de continuidad, como si se tratara de una narraci¨®n. El pintor siente la necesidad de comentar por escrito las circunstancias que rodean las obras. Celos, ansiedad, b¨²squeda, literatura. Munch era amigo y lector de Ibsen y tambi¨¦n de Strindberg, con el que comparte esa lucha de sexos que algunos llaman misoginia. Temor a la mujer que es su igual, su competidora, su miedo.
Imposible que el visitante no demore sus pasos ante Vampyr. En el cuadro, una mujer desparrama sus cabellos rojos-sangre sobre la cabeza y la espalda de un hombre que se inclina en su regazo. Los labios de la mujer se posan sobre la nuca del hombre; quiz¨¢ sus dientes se le claven en el cuello, o quiz¨¢ lo bese. El nombre que le dio Munch a la obra fue Amor y dolor, pero pronto se la conoci¨® bajo su t¨ªtulo vamp¨ªrico.
Gran parte del trabajo del artista se realiz¨® y permaneci¨® en Alemania. Algunas de las obras que aqu¨ª vemos fueron catalogadas por los nazis como arte degenerado. Ellos ten¨ªan pr¨¢ctica en el manejo de los asuntos culturales. No prohibieron las obras de buenas a primeras; las expusieron de nuevo para que el p¨²blico las contemplara desde la nueva perspectiva nacionalsocialista. Resultado: rechazo total a esa clase de pintura. Y las obras fueron hechas desaparecer, como las de Gauguin o Picasso, de la vista del p¨²blico.
La mirada nunca mira sola, siempre va acompa?ada de un cortejo de pasiones. Y la pintura de Munch no las suaviza, precisamente. Como dijo uno de sus contempor¨¢neos: ¡°No tiene la necesidad de ir hasta Tahit¨ª para ver lo que hay de primitivo en la naturaleza humana. ?l lleva dentro su Tahiti¡±. Se atrevi¨® a poner al desnudo sus pasiones, en una confesi¨®n pict¨®rica ¨²nica. Pintura de arquetipos originarios y remotos. Los s¨ªmbolos sangrantes que destellan en el fondo de la caverna pintada.
Manuel Guti¨¦rrez Arag¨®n es cineasta, escritor y acad¨¦mico de Bellas Artes de San Fernando.
Babelia
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