Federico Fellini o el carnaval de la imagen
El Museo del Cine de ?msterdam acoge la mayor antol¨®gica sobre el director italiano Pel¨ªculas, fotograf¨ªas, recortes de prensa y fragmentos de su 'Libro de los Sue?os' reconstruyen su trayectoria
Federico Fellini (1920-1993) sol¨ªa decir que sus pel¨ªculas estaban hechas ¡°para ser vistas, no para ser entendidas¡±. ¡°Dejo que sucedan¡±, sosten¨ªa. Sus palabras sirven de gu¨ªa a la mayor antol¨®gica dedicada hasta la fecha al director italiano, abierta este s¨¢bado en el Museo del Cine de ?msterdam, que ha seguido su consejo: desecha la cronolog¨ªa y presenta la obra del autor de La dolce vita, Amarcord, Fellini 8 ? y Casanova en forma de carnaval de im¨¢genes. Toda una fiesta que la invitada de honor, la actriz sueca Anita Ekberg, recorri¨® sin nostalgia a pesar de haber cumplido 81 a?os y de que aparece, joven y hermosa, en la mayor¨ªa de las fotos y carteles antiguos expuestos.
¡°Es un honor, no una tristeza, estar aqu¨ª. ?Qui¨¦n se hace viejo? Yo sigo teniendo el esp¨ªritu de los veinte a?os¡±, dijo la actriz, en silla de ruedas desde que se rompiera la cadera en una ca¨ªda en su casa romana. L¨²cida, directa y sin retoques est¨¦ticos, el aire de estrella de cine que a¨²n conserva le habr¨ªa gustado al maestro Fellini, el ¨²nico capaz de convertirla en un mito de la forma m¨¢s radical: meti¨¦ndola en la Fontana de Trevi en pleno invierno, y no dejando que su pareja f¨ªlmica, Marcello Mastroianni, le diera siquiera un beso de cine en La dolce vita. ¡°Pas¨¦ tanto fr¨ªo, que acabaron frot¨¢ndome las piernas con alcohol para que circulara la sangre. Hicimos tres tomas, y Marcello se cay¨® entero al agua en la primera. ?l, que llevaba unos pantalones de pl¨¢stico de pescador debajo de los suyos, para soportar las bajas temperaturas¡±, dijo ri¨¦ndose la actriz, evitando en todo momento el sentimentalismo. ¡°Tienen ustedes aqu¨ª m¨¢s fotos m¨ªas que yo. Pero no las quiero. No las necesito¡±, a?adi¨®.
Para el espectador, la muestra es una aut¨¦ntica mina cin¨¦fila, para recordar al maestro italiano a 20 a?os de su muerte. El Museo del Cine de ?msterdam, un edificio con forma de ojo dise?ado por la firma vienesa Delugan Meissl, presenta centenares de fotos personales y de los rodajes, cortos de casi todas sus cintas, fragmentos del Libro de los Sue?os de Fellini, que dibujaba sus visiones nocturnas por consejo del psicoanalista, y abundantes peri¨®dicos italianos de los sesenta, los mismos que consagraron la pr¨¢ctica de robar fotos a los artistas de cine por parte de los paparazzi. Esos fot¨®grafos impertinentes que, seg¨²n la leyenda felliniana, deben su nombre a Paparazzo, el perseguidor de Marcello y Anita. En grandes vitrinas aparecen im¨¢genes de la actriz escapando de los focos a toda p¨¢gina. Tambi¨¦n hay reportajes, captados en Italia, con otra diva rotunda, Ava Gardner. La pr¨¢ctica del asalto gr¨¢fico a la intimidad sigue vigente ¡°a pesar de que ya no quedan actrices como las de antes. Desde luego no en Italia. Claudia Cardinale fue tal vez la ¨²ltima. Y luego est¨¢ esa moda de la cirug¨ªa pl¨¢stica. Est¨¢n locas las jovencitas aspirantes a actriz que lo hacen hoy", afirma Ekberg.
Para los amantes del creador, la exposici¨®n es una aut¨¦ntica mina
La muestra es deudora de su belleza, pero cuando Fellini la conoci¨® su obra f¨ªlmica hab¨ªa pasado ya por dos de sus etapas clave, el neorrealismo de los a?os cuarenta y cincuenta, y el reconocimiento internacional, con el Oscar por La strada (1954), y luego por Las noches de Cabiria (1957). Atr¨¢s empezaba a quedar el muchacho que se ganaba la vida dibujando y escribiendo en revistas sat¨ªricas. No as¨ª el so?ador, que encontr¨® en el rostro de Giuletta Masina, su esposa y una actriz consagrada por m¨¦ritos propios, su otro reclamo visual. Ya sea maquillada de malogrado payaso para La strada, o bien sonriente como la dulce e ingenua prostituta Cabiria, su figura menuda contrasta con las exuberantes f¨¦minas que pueblan las cintas de su marido. Ella sostiene piezas como Giuletta de los esp¨ªritus y Ginger y Fred, de las que el museo de ?msterdam deja constancia.
¡°Sabe, Giulietta siempre pens¨® que Federico y yo ten¨ªamos un l¨ªo. Nunca. Yo solo le ve¨ªa como un director. Es m¨¢s, al conocerle me pareci¨® que estaba tocado del ala. Me dec¨ªa que no ten¨ªa guion ni di¨¢logos. Que deb¨ªa improvisar y transmitir lo que sent¨ªa al espectador. Yo ven¨ªa de Hollywood, donde planifican con a?os de antelaci¨®n. Luego s¨ª le entend¨ª. Los actores tambi¨¦n hacemos la pel¨ªcula. A la muerte de Fellini, la ¨²nica persona que llam¨® a Giuletta fui yo, y nos hicimos muy amigas¡±, recuerda la actriz.
Me dec¨ªa que no ten¨ªa guion, que deb¨ªa improvisar¡± Anita Ekberg
Cuando Fellini dej¨® atr¨¢s el neorrealismo, las escenas que hoy llamamos fellinianas, una especie de simbolismo de lo m¨¢s terrenal, valga la paradoja, inundaron su obra. La estatua de Cristo colgada de un helic¨®ptero en La dolce vita; el personaje de la Saraghina bailando una rumba en la playa en Fellini 8 ?, o Mastroianni y Masina, como dos viejos bailarines arrastrados por la voracidad de la televisi¨®n al final de sus vidas, miran desde enormes pantallas. "Lo curioso es que Fellini ten¨ªa una idea concreta de c¨®mo deb¨ªa sonar su universo on¨ªrico y doblaba a todos los actores. Si se fijan bien, los movimientos de la boca no est¨¢n a veces bien sincronizados con la voz del personaje en cuesti¨®n. Otra forma de surrealismo, si se quiere", se?ala Jan van den Brink, programador del Museo del Cine.
Montada con ayuda de la Fundaci¨®n Fellini para el Cine (Sion, Suiza), y abierta hasta el 22 de septiembre, la exposici¨®n incluye un detalle que cierra el c¨ªrculo on¨ªrico del director: su actuaci¨®n en El milagro, de Roberto Rossellini, donde es confundido con San Jos¨¦.
La actriz sueca de ¡®La dolce vita¡¯ es la invitada de honor de la cita holandesa
Babelia
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