El pr¨ªncipe de Ascot
Para Roberto L¨®pez, campe¨®n.
En el mundo hay ga?anes que triunfan y pr¨ªncipes que fracasan, pero s¨®lo cuando un pr¨ªncipe triunfa se abre la ventana del reloj de la vida y sale el pajarito entusiasmado dando vivas a la creaci¨®n. Henry Cecil fue en sus dos ¨²ltimos a?os "sir Henry" pero desde mucho antes de recibir el t¨ªtulo nobiliario pertenec¨ªa para nosotros los turfistas a la aristocracia del deporte h¨ªpico. Es decir, que no s¨®lo lo ten¨ªamos por el mejor sino que cre¨ªamos firmemente que hab¨ªa nacido para ser el mejor. De su curriculum no hay dudas, porque gan¨® veinticinco cl¨¢sicas (entre ellas nada menos que cuatro Derbys y seis Oaks), as¨ª como setenta y cinco pruebas en la semana de Royal Ascot en junio, el r¨¦cord absoluto. Durante cierto tiempo fue verdad lo que dijo Ahmed bin Salman, propietario de Oath, su ¨²ltimo ganador de Derby: "Ganar carreras cl¨¢sicas en Inglaterra es cosa f¨¢cil. Basta comprar un caballo decente y enviarlo para que lo entrene a Henry Cecil".
Pero tales ¨¦xitos no explican ni agotan su carisma. En cierto modo, Cecil encarnaba el romanticismo del turf, un raro c¨®ctel que mezcla en sus debidas proporciones her¨¢ldica, ¨¦pica y eficacia memorable. Naci¨® diez minutos m¨¢s tarde que su hermano gemelo David y quince d¨ªas despu¨¦s de que su padre, hermano menor de un lord, hubiese muerto en acci¨®n como paracaidista en la Segunda Guerra mundial. Su madre, tambi¨¦n de familia noble, cancel¨® su viudez con el capit¨¢n Cecil Boyd-Rochfort, el mejor entrenador de aquel momento, quien instil¨® la pasi¨®n h¨ªpica en Henry. Como era mal estudiante, sigui¨® casi sin querer el camino de su padrastro. Siempre sostuvo que nunca tuvo una aut¨¦ntica preparaci¨®n t¨¦cnica ni mucho menos libresca sobre c¨®mo entrenar, todo fue intuitivo, innato (?aristocr¨¢tico!): "yo miro a los caballos y ellos me dicen lo que debo hacer". Sobre todo si eran yeguas, con las que obtuvo los mejores resultados. Alto, l¨¢nguido, de una elegancia algo desmadejada y sabiamente casual, parec¨ªa el fr¨ªvolo pisaverde sir Percy Blakeney hasta que se convert¨ªa en Pimpinela Escarlata a la hora de la competici¨®n. Form¨® equipo con los mejores jinetes -desde Gianfranco Dettori, padre del luego archipopular Frankie, pasando por Lester Piggott, Steve Cauthen, Kieren Fallon, etc¡hasta el joven Tom Queally de sus ¨²ltimos a?os- pero sobre todo conect¨® con la afici¨®n, con los turfistas ingleses gru?ones y sabihondos cautivados por ¨¦l que le tomaron como emblema.
Henry Cecil es un mito del deporte h¨ªpico, gan¨® 25 cl¨¢sicas y 75 pruebas en la semana de Royal Ascot
A su destino mitol¨®gico le faltaba bajar al abismo y luego renacer a la luz. En torno al cambio de siglo, todo se torci¨®: murieron los propietarios que m¨¢s confiaban en ¨¦l, rompi¨® con alguno de los m¨¢s poderosos, muri¨® su hermano gemelo, se separ¨® de su mujer tras alg¨²n esc¨¢ndalo er¨®tico con jinete c¨¦lebre incluido, llegaron el alcohol y la niebla. De entrenar doscientos caballos pas¨® a menos de cincuenta, de ser favorito en todas las cl¨¢sicas a no tener participantes en ninguna. Y para remate, el c¨¢ncer de est¨®mago. ?Final de partida? Pues no, hubo remontada: en el 2007 volvi¨® a ganar el Oaks, se cas¨® por segunda vez, regresaron los buenos caballos a su cuadra y con ellos los triunfos. Sobre todo, lleg¨® Frankel, el caballo que no sab¨ªa perder. El c¨¢ncer continuaba su labor de zapa, implacable, pero la estampa del maestro moribundo junto al corcel invencible que fue su obra maestra ya no ser¨¢ olvidada. Todo lo cuenta Brough Scott en su biograf¨ªa ("H.C., trainer of genius" Racing Post Books), que no gust¨® al biografiado quiz¨¢ por lo mismo que hizo respingar a Inocencio X ante el retrato de Vel¨¢zquez: troppo vero...
Henry Cecil muri¨® el 11 de junio, la semana antes de Royal Ascot. Al inicio del m¨ªtin todos guardamos un minuto de silencio por ¨¦l, desde la Reina, los preparadores y propietarios, los jockeys, hasta el ¨²ltimo aficionado (yo, ante el televisor). En la segunda carrera participaba uno de los ¨²ltimos caballos que entren¨® y esper¨¢bamos el triunfo de la justicia po¨¦tica. El fiel Tom Queally se esforz¨® al m¨¢ximo pero no hubo cuento de hadas y s¨®lo lleg¨® segundo. En alg¨²n lugar inimaginable sir Henry, que ha visto tanto Ascot y sabe de qu¨¦ va este juego, se habr¨¢ encogido de hombros¡
Babelia
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