Provenza, el gran circo del arte
Dos exposiciones reactualizan la eterna imagen del soleado sur de Francia como meca creativa Picasso, Matisse y Van Gogh son sus s¨ªmbolos principales
Sucedi¨® durante el largo invierno de 1888. Insatisfecho con su existencia en Par¨ªs y con graves problemas de inspiraci¨®n, Vincent van Gogh decidi¨® subirse a un tren con destino a Marsella. Nadie sabe exactamente qu¨¦ le impuls¨® a apearse en Arl¨¦s, pero puede que aquel transbordo cambiara para siempre la historia del arte.
Van Gogh qued¨® fascinado por un clima de una suavidad ins¨®lita y por una luz que hac¨ªa vibrar los colores y acentuaba el contraste de formas y siluetas. ¡°Gozamos de un calor maravilloso y poderoso, sin ning¨²n viento. De un sol y de una luz que, a falta de mejor apelaci¨®n, solo puedo cualificar de amarilla. De un amarillo azufre p¨¢lido, de un amarillo lim¨®n p¨¢lido¡±, escribi¨® a su sufrido hermano Theo, mientras inmortalizaba los campos de trigo camargueses y luego experimentaba con verdes ¨¢cidos y naranjas fluorescentes en una serie de obras mayores en su trayectoria. Van Gogh tuvo una idea brillante: invitar a sus correligionarios a instalarse en la regi¨®n para fundar ¡°un gran atelier del Midi¡±. Es decir, una comunidad art¨ªstica instalada en la Provenza y constituida por los grandes nombres de la ¨¦poca. ¡°El futuro del arte moderno est¨¢ aqu¨ª¡±, les advirti¨®. Ese gran taller nunca lleg¨® a buen puerto, pero a Van Gogh no le faltaba raz¨®n. Su viaje ser¨ªa emulado por decenas de artistas que, a lo largo de casi un siglo, colonizaron la costa francesa para reinventar su pintura.
Una doble exposici¨®n en Marsella y Aix-en-Provence celebra hasta el 13 de octubre el papel de la regi¨®n provenzal como tierra de acogida de artistas. Lo hace a trav¨¦s de una espectacular selecci¨®n de 200 obras, firmadas entre 1880 y 1960 por artistas como C¨¦zanne, Gauguin, Matisse, Renoir, Bonnard, Signac o Picasso. La muestra es uno de los platos fuertes de la capitalidad europea de la cultura (que Marsella comparte, simulando ser buena hermana, con su hist¨®rica archirrival Aix e incluso con el resto de la regi¨®n) e indaga en la relaci¨®n entre la creaci¨®n art¨ªstica y la geograf¨ªa que la hosped¨®, atribuyendo a la costa norte del Mediterr¨¢neo un papel fundamental en la experimentaci¨®n de colores y formas que precedi¨® a las vanguardias.
La muestra doble en el museo Granet de Aix y en el Palacio Longchamp de Marsella permite a los amantes del comparatismo recorrer los lugares que esos artistas, protagonistas de un surtido anecdotario, frecuentaron o plasmaron sobre el lienzo. Tambi¨¦n sirve para explorar el poderoso mito de la Provenza, que sigue siendo percibida como reducto de un modo de vida pintoresco en v¨ªas de extinci¨®n, gracias en gran parte a los paisajes idealizados de los propios pintores, por los que decenas de oficinas de turismo siguen dando gracias a los dioses.
Sin ir m¨¢s lejos, resulta curioso que una ciudad como Arl¨¦s saque tanto partido a los quince meses que Van Gogh pas¨® all¨ª hace m¨¢s de un siglo, teniendo en cuenta que casi lo echaron a patadas. El pintor logr¨® convencer a Gauguin para que se uniera a su causa, pero la sana emulaci¨®n existente entre ambos termin¨® convertida en un odio en estado puro. La convivencia acab¨® durando tres meses y termin¨® con la m¨¢s c¨¦lebre de las leyendas. Despu¨¦s de una pelea entre ambos, Van Gogh tuvo la ocurrencia de cortarse una oreja y regalarla a una de las prostitutas que frecuentaba.
Si Gauguin no era capaz de aguantarle, sus vecinos todav¨ªa menos. En 1889 circul¨® por la ciudad una petici¨®n que exig¨ªa que fuera expulsado de su per¨ªmetro. El artista holand¨¦s termin¨® recluido a pocos kil¨®metros, en el sanatorio de Saint-R¨¦my. Atr¨¢s dejaba 185 cuadros y un centenar largo de dibujos pintados en menos de a?o y medio. ¡°Ese pobre holand¨¦s¡±, dir¨ªa m¨¢s tarde Gauguin. ¡°Estaba todo ardiente y entusiasta. Se hab¨ªa metido en la cabeza que el Midi iba a ser algo extraordinario¡±. Pese a todo, antes de abandonar Arl¨¦s, el desencantado Gauguin dej¨® pintado un buen pu?ado de paisajes camargueses (por ejemplo, Les Alyscamps, reflejo de un oscuro hipnotismo de la necr¨®polis romana de la ciudad), que demuestran que el influjo provenzal tampoco le dej¨® del todo indiferente.
¡°Si todos esos artistas abandonaron Par¨ªs para instalarse aqu¨ª, fue porque sintieron la necesidad de renovarse¡±, comenta el comisario de la muestra en Aix, Bruno ?ly. ¡°La aventura impresionista hab¨ªa acabado y ten¨ªan que cambiar de paisaje para enfrentarse a nuevos retos sobre el lienzo. La Provenza supuso una nueva paleta de colores e incluso una nueva forma de mirar. Fue casi como volver a empezar de cero¡±. Como dej¨® dicho el pintor Maurice de Vlaminck, ¡°el secreto de la pintura consiste en olvidar y volverse puro¡±.
Puede que esta repentina pasi¨®n por el sur sea menos s¨²bita de lo que intenta hacer creer la muestra, y que se trate m¨¢s bien de una variante actualizada del tour que todo artista deb¨ªa hacer casi obligatoriamente por las grandes ciudades italianas a partir del siglo XVII. O bien un reflejo semejante al que llevar¨ªa a los rom¨¢nticos a abrazar el helenismo o el espa?olismo, dirigi¨¦ndose a tierras situadas en los confines con el exotismo. Lo mismo suced¨ªa con Marsella, calificada por el pintor Pierre Puvis de Chavannes en 1868 como ¡°colonia griega y puerta de Oriente¡±, pese a que ya no fuera ni una cosa ni la otra. Igual que otros se hab¨ªan marchado a Roma y a Pompeya, los artistas de entresiglos se subieron a la l¨ªnea de tren, reci¨¦n inaugurada, que un¨ªa Par¨ªs con Marsella y luego recorr¨ªa la Costa Azul hasta llegar a la frontera italiana.
Ya hac¨ªa m¨¢s de un siglo que la Provenza se hab¨ªa convertido en territorio venerado por su luz, su clima y su belleza. Pero fue durante la d¨¦cada de 1880 cuando el ¨¦xodo se volvi¨® casi generalizado. Lo protagonizaron artistas que aspiraban a trabajar con esa c¨¦lebre luz mediterr¨¢nea, pero tambi¨¦n a conducir una vida en comuni¨®n con la naturaleza, lejos del mundanal ruido de la ciudad y ajena a la industrializaci¨®n incipiente.
El Midi franc¨¦s se erigi¨® en para¨ªso terrenal donde el sue?o hedonista se volv¨ªa posible. Para algunos no fue un exilio, sino un retorno. ?nico provenzal de su generaci¨®n, C¨¦zanne decidi¨® volver a su tierra y se instal¨® en L¡¯Estaque, antes de regresar a su Aix-en-Provence natal, donde estudi¨® junto a ?mile Zola. All¨ª retrat¨® hasta 80 veces la m¨ªtica monta?a de Sainte-Victoire, que conoc¨ªa desde su m¨¢s tierna infancia. En general, desde lo alto de su estudio de los Lauves o en el Jas de Bouffan, una mansi¨®n de tres pisos comprada por su padre, aprendiz de sombrerero reconvertido en adinerado banquero, con quien el pintor mantuvo relaciones execrables, ya que la pintura le parec¨ªa cosa de pobres y desgraciados. Si se pide educadamente y con cierta antelaci¨®n, es posible visitar la casa y su jard¨ªn, donde C¨¦zanne pint¨® algunas de sus obras, lejos de los c¨ªrculos parisienses en los que nunca logr¨® integrarse. Modesto y arisco, C¨¦zanne alcanzar¨ªa la gloria ya mayor, al regresar a Aix cuando pintores j¨®venes y consagrados emprend¨ªan largos viajes para visitar su hogar, como quien va a consultar a un or¨¢culo.
Por ejemplo, Monet y Renoir recorrieron la costa hasta Ventimiglia e hicieron escala en L¡¯Estaque para visitar al maestro en este puerto cercano a Marsella, con vistas espectaculares sobre su bah¨ªa. Aunque siempre prefiri¨® Giverny, Monet escogi¨® Antibes como base temporal de operaciones y pint¨® tres decenas de cuadros en poco m¨¢s de tres meses, que le ayudaron a perfeccionar su trabajo sobre el reflejo de la luz ¡ª¡°tuve que llegar a las manos con el sol¡±, reconoci¨® el pintor¡ª, mientras que Renoir se instalaba en Cagnes, pueblo costero descubierto en 1898 y en el que terminar¨ªa sus d¨ªas. Veinte a?os atr¨¢s, durante un viaje a Argelia, el pintor hab¨ªa quedado fascinado por la luz mediterr¨¢nea y las costumbres de los aut¨®ctonos, que dijo reencontrar en la costa francesa.
Bonnard quedar¨ªa vinculado para siempre a Le Cannet, mientras que Signac se convert¨ªa en un asiduo del Saint-Tropez mucho antes de su reconversi¨®n en capital del pijer¨ªo tur¨ªstico. Tras haber frecuentado Collioure en compa?¨ªa de Derain durante la breve pero intensa aventura del fauvismo, Matisse decidi¨® asentarse durante casi tres d¨¦cadas en Niza, ciudad que le rinde homenaje durante este verano con una extensa retrospectiva en el museo que lleva su nombre.
En la localidad vecina de Saint-Paul de Vence, el anciano Matisse, incapaz de caminar y enfermo de una bronquitis que hab¨ªa venido a curarse, deambul¨® bajo los naranjos y tom¨® el t¨¦ de las cinco en su propio coche, al tiempo que Cary Grant visitaba las galer¨ªas de arte y Simone Signoret viv¨ªa su romance con Yves Montand, que sol¨ªa jugar a la petanca frente al Caf¨¦ de la Place.
Otro mediterr¨¢neo de adopci¨®n fue Picasso, que no solo pas¨® temporadas en Ceret, Antibes, Cannes, Vallauris, Arl¨¦s, Avignon, Menerbes, Saint-Juan-les-Pins y Mougins. Obsesionado por C¨¦zanne, a quien consideraba ¡°algo as¨ª como un padre¡± pese a no haberle frecuentado, compr¨® el castillo de Vauvenargues para poder tener vistas directas sobre la monta?a de Sainte-Victoire, donde ser¨ªa enterrado junto a su ¨²ltima esposa, Jacqueline.
Entre todos ellos lograron configurar un territorio pr¨¢cticamente mitol¨®gico, a partir de una representaci¨®n embellecedora de la realidad imitada, marcada por el hechizo provenzal de quienes sosten¨ªan paleta y pincel. En ella quedaron proscritas las referencias a la modernidad, las chimeneas de la industrializaci¨®n incipiente (a excepci¨®n de Braque y Duffy, que les cedieron un espacio, discreto pero visible, en un par de cuadros) y tambi¨¦n las primeras oleadas de inmigraci¨®n, si exceptuamos las roulottes arlesianas de Van Gogh y alg¨²n que otro retrato de gitanas, aunque respondieran m¨¢s a la identificaci¨®n del artista con los pueblos n¨®madas ¡ªambos eran, al fin y al cabo, bohemios¡ª que a una voluntad de denunciar la vida en los m¨¢rgenes.
¡°El ¨¦xtasis experimentado tambi¨¦n provoc¨® cierta ceguera. A estos pintores no les gustaba ver las f¨¢bricas, sino las mimosas y los almendros¡±, argumenta la otra comisaria de la muestra, Marie-Paul Vial, directora de l¡¯Orangerie de Par¨ªs. ¡°Al huir de la ciudad en direcci¨®n al sur, los pintores persiguen un paisaje idealizado y preservan una imagen del Mediterr¨¢neo como cuna de la civilizaci¨®n grecorromana. Se trata de una especie de Arcadia reencontrada, donde todo lo que no responde a ese ideal queda desestimado, con muy pocas excepciones¡±, a?ade Vial. Por ejemplo, Renoir nunca quiso pintar su mansi¨®n en Cagnes, porque le parec¨ªa ¡°demasiado moderna¡±. Y Bonnard se quejaba, en los a?os cuarenta, de lo feas que le parec¨ªan todas las f¨¢bricas levantadas en las afueras de Cannes. Hasta el punto de resultar algo reaccionarios: prefer¨ªan pintar la vegetaci¨®n de sus min¨²sculos jardines que los cambios a los que asist¨ªa el mundo. Los temas cl¨¢sicos, el bucolismo virgiliano y los reflejos apol¨ªneos, tambi¨¦n aparecen en cuadros que describen una tierra rural a salvo del progreso industrial y ba?ada por una luz purificadora. Sin embargo, como sostiene la muestra, puede que sin la luz provenzal el paso a la abstracci¨®n no hubiera llegado a la misma velocidad. La intensidad luminosa dilu¨ªa las formas y permit¨ªa una experiencia subjetiva del color, lo que conducir¨¢ a los pintores a negar el academicismo y, a la larga, la figuraci¨®n. Al regresar de una escapada en la Riviera, Monet se dijo incluso asustado por el azul omnipresente del cielo y el mar, fundidos en un punto invisible del horizonte, que le obligaban a descodificar el espacio de una manera nueva. ¡°Nadamos en un aire azul. Es sobrecogedor¡±, dijo a sus amigos Duret y Geffroy. Nicolas de Sta?l aseguraba que fue en la Provenza donde logr¨® ver pintado el mar, por primera vez, de color burdeos.
Babelia
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