Noche indonesia
¡®The act of killing¡¯ apenas puede describirse y, en algunos momentos, casi no puede mirarse
?En un depravado universo paralelo veteranos de las SS o de los escuadrones de la muerte argentinos llegan a la vejez rodeados de la admiraci¨®n respetuosa de sus vecinos y participan en alegres programas en vivo de la televisi¨®n en los que el p¨²blico les aplaude desde el grader¨ªo del estudio. Est¨¢n tan orgullosos de sus haza?as pasadas que no s¨®lo las cuentan a cara descubierta en un documental, mostrando a la c¨¢mara con detalle c¨®mo llevaban a cabo sus torturas y ejecuciones. Tambi¨¦n aceptan con agrado la invitaci¨®n a convertirse en int¨¦rpretes de dramatizaciones para el cine, en las que unas veces repetir¨¢n sus papeles de verdugos y otras, como por juego, se pondr¨¢n en el lugar de las v¨ªctimas, dej¨¢ndose desfigurar con crudos maquillajes de efectos especiales, truculencias de pel¨ªculas ¨ªnfimas de terror.
El ambiente de las entrevistas y de los ensayos en el plat¨® ir¨¢ de lo nost¨¢lgico a lo festivo. Alg¨²n joven torturador y asesino de entonces, ahora viejecillo enjuto de una elegancia anticuada, pasar¨¢ fluidamente de simular un estrangulamiento a dar unos pasos de baile. Sus zapatos muy lustrados improvisar¨¢n sin m¨²sica quiebros de chachach¨¢ sobre un suelo de cemento que hace casi cincuenta a?os fue un lodazal de sangre. Los veteranos de aquellas organizaciones paramilitares que entonces se ocuparon con tanto ¨¦xito de las operaciones de limpieza contra el enemigo interno se unen a los j¨®venes reclutas uniformados en actos multitudinarios en los que participan desde la tribuna ministros del Gobierno actual. Botas negras, boinas ladeadas, uniformes de combate con manchas de camuflaje como a llamaradas naranjas y negras. Hace mucho calor siempre y todo el mundo suda y fuma Marlboro. Los veteranos declaran sin disimulo alguno su doble condici¨®n de patriotas y de g¨¢nsteres. El gobernador de la provincia en la que viven los agasaja en su residencia oficial y declara que los g¨¢nsteres son elementos muy valiosos en la sociedad.
En Indonesia, en algo menos de un a?o, entre 1965 y 1966, alrededor de un mill¨®n de personas fueron asesinadas
Una de las hip¨®tesis m¨¢s intrigantes y menos plausibles de la F¨ªsica es la existencia de un n¨²mero ilimitado de universos simult¨¢neos. El que acabo de esbozar, no sin repulsi¨®n, est¨¢ situado en Indonesia y lo ha explorado c¨¢mara en mano, durante nueve a?os, el cineasta Joshua Oppenheimer. El resultado es una pel¨ªcula, The act of killing, que apenas puede describirse, y que en algunos momentos casi no puede mirarse, y no porque se complazca en la habitual pornograf¨ªa de la crueldad, la sangre y las v¨ªsceras. Tampoco permite la coartada virtuosa de ponerse sin esfuerzo del lado de las v¨ªctimas y en contra de los verdugos, previamente alej¨¢ndolos a todos en el blanco y negro de los documentales sobre atrocidades de hace mucho tiempo, en una narraci¨®n consoladora y hasta ejemplar en el que despu¨¦s del crimen viene alguna forma de castigo, de redenci¨®n o expiaci¨®n. Despu¨¦s de Auschwitz vienen los juicios de N¨²remberg, el proceso de Eichmann; despu¨¦s de la guerra sucia en Argentina, la fr¨¢gil figura heroica del fiscal Julio C¨¦sar Strassera; incluso en el genocidio de Ruanda o en el Camboya ha habido formas incompletas o rudimentarias de restituci¨®n, al menos una conciencia universal aproximada de lo que sucedi¨®.
En Indonesia, en algo menos de un a?o, entre 1965 y 1966, alrededor de un mill¨®n de personas fueron asesinadas a consecuencias de un golpe de Estado militar. Como los militares declaraban levantarse para salvar al pa¨ªs del comunismo contaron con el apoyo inmediato y generoso de los principales Gobiernos occidentales. La Embajada de los Estados Unidos en Yakarta suministr¨® a los sublevados listas de millares de sospechosos de pertenecer al Partido Comunista. Pero no eran s¨®lo militares los que mataban, y las v¨ªctimas no s¨®lo eran comunistas. Incitados por sus mul¨¢s, musulmanes devotos mataban para erradicar la amenaza siempre funesta del ate¨ªsmo. En la isla de Bali, de mayor¨ªa hind¨², los altos sacerdotes hinduistas reclamaban sacrificios humanos para satisfacer a los esp¨ªritus ofendidos por a?os de sacrilegio y desorden social. En algunas zonas del pa¨ªs los cristianos se un¨ªan a los musulmanes y a los hind¨²es en la persecuci¨®n de posibles comunistas. En otras los cristianos eran asesinados como infieles por musulmanes y por hind¨²es. Activistas sindicales, profesores, librepensadores, artistas, gente rara, campesinos descontentos, cualquiera pod¨ªa ser condenado sin remisi¨®n y ejecutado sobre la marcha, sus casas incendiadas, sus familias perseguidas hasta el exterminio. En Bali murieron asesinadas unas ochenta mil personas, el cinco por ciento de la poblaci¨®n. Las ejecuciones en masa se celebraban a veces acompa?adas por orquestas de la bell¨ªsima m¨²sica gamel¨¢n ¡ªsus percusiones et¨¦reas se har¨ªan m¨¢s rotundas para animar a los asesinos y ahogar los gritos¡ª.
Los miembros de la minor¨ªa china ¡ªforasteros, comerciantes, identificables¡ª eran el chivo expiatorio perfecto. Uno de los verdugos lo recuerda en la pel¨ªcula de Oppenheimer con cierta nostalgia: iba por la calle y mataba a todos los chinos a los que ve¨ªa; su novia de entonces era china: aprovech¨® la ocasi¨®n para matar a su suegro. Pero ni ¨¦l ni sus amigos eran militares, ni particularmente devotos del islam. Eran chorizos de medio pelo, aficionados a las pel¨ªculas americanas, las de g¨¢nsteres y las de vaqueros, los musicales de Elvis Presley. En lugares remotos del mundo el cine violento americano induce sue?os de hero¨ªsmo y vocaciones sanguinarias. En Yugoslavia, en Chechenia, en los a?os noventa, matones provistos de apresurados uniformes y causas patri¨®ticas ejecutaban a inocentes poni¨¦ndose la cinta roja en el pelo y las gafas de Rambo. En una provincia indonesia, hacia la mitad de los sesenta, delincuentes de barrio que en circunstancias normales no habr¨ªan llegado a m¨¢s que a dar miedo a algunos tenderos se convierten de la noche a la ma?ana en se?ores de la muerte, y aprovechan para poner en pr¨¢ctica lo que han visto en viejas pel¨ªculas mal proyectadas y mal dobladas en cines al aire libre, igual que los rambos de otra generaci¨®n futura ver¨ªan las suyas en copias piratas de VHS. Al principio mataban a palos, explica uno de ellos, pero era muy fatigoso y se llenaba todo de sangre. Pero entonces se acordaron de c¨®mo mataban los mafiosos en las pel¨ªculas americanas, y empezaron a estrangular a sus v¨ªctimas con un hilo de alambre o de pl¨¢stico. Se cansaban de matar y cruzaban la calle para ver en el cine una pel¨ªcula de John Wayne, de Marlon Brando o de Elvis. Sal¨ªan del cine y cuando volv¨ªan a matar se imaginaban que segu¨ªan viviendo en el interior de la pel¨ªcula, persiguiendo indios por una pradera en cinemascope, encerrados con un chivato al que tendr¨ªan que hacerle cantar a golpes mientras lo deslumbraba la luz de un flexo, como en una de g¨¢nsteres. Ahora el lugar de las ejecuciones es una tienda de deportes, abierta de noche e inundada de ne¨®n. Frente a ella el antiguo cine que trae tantos recuerdos lleva cerrado mucho tiempo: una verja extensible, sujeta con candados, clausura la puerta, tapada por capas de viejos carteles deteriorados y rasgados. Cinema Paradiso.
La pesadilla es tan poderosa que dura m¨¢s que la pel¨ªcula. Salgo del cine, en Madrid, a un callej¨®n trasero, y me parece que he desembocado en esa noche indonesia, en un universo paralelo, de pronto no inveros¨ªmil, en el que habr¨¢ genocidas que se conviertan en estrellas de reality show.
The act of killing. Directores: Joshua Oppenheimer y Christine Cynn. Producci¨®n: Dinamarca, Noruega y Reino Unido, 2012. Estrenada en Espa?a el viernes 30 de agosto.
www.antoniomu?ozmolina.es
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