Juan Linz, el soci¨®logo espa?ol m¨¢s internacional
Premio Pr¨ªncipe de Asturias 1987, se midi¨® con los grandes de su disciplina
Sobre Juan Jos¨¦ Linz (Bonn, Alemania, 1926), fallecido el pasado martes, podemos empezar con un estereotipo: era un ¡°espa?ol de proyecci¨®n internacional¡±, sin duda nuestra figura acad¨¦mica m¨¢s conocida y respetada en el mundo de las ciencias sociales. Lo era, sin duda. Ha sido el ¨²nico, o poco menos, que ha participado en los grandes debates internacionales en ciencias sociales; que ha dialogado con Seymour Martin Lipset, Shmuel Eisenstadt, Robert Dahl, Stein Rokkan, George Mosse, Guillermo O¡¯Donnell, Giovanni Sartori o Philip Schmitter. De lo que no estoy seguro es de que tenga sentido aplicarle el adjetivo ¡°espa?ol¡±. Ni siquiera su apellido lo era. En su homenaje, en Montpellier, hace seis o siete a?os, se hablaron con normalidad cuatro lenguas. Pero ¨¦l se consider¨® siempre espa?ol y su tema de trabajo fue Espa?a. Y nadie hizo m¨¢s que ¨¦l por poner los temas espa?oles en el mapa acad¨¦mico internacional. Cuando Juan Linz public¨® sus primeros trabajos, incluso los c¨ªrculos cultos del mundo entero se limitaban a repetir, sobre Espa?a, juicios estereotipados, en general sobre temas art¨ªsticos, literarios o relacionados con nuestros tr¨¢gicos derroteros pol¨ªticos: la Inquisici¨®n, los toros, el catolicismo, la Guerra Civil y, eso s¨ª, Cervantes, Goya o Garc¨ªa Lorca. Linz hizo que se hablara de otras cosas: de la modernizaci¨®n, de las identidades colectivas, de la variante espa?ola del fascismo, de la especificidad de la dictadura imperante, de la transici¨®n a la democracia¡
Sab¨ªa muchas cosas, s¨ª, infinidad de cosas. Era una enciclopedia viviente. Pero eruditos ha habido otros. Lo absolutamente ¨²nico en Linz era su amplio conocimiento de los cl¨¢sicos de la ciencia social (a los que explic¨® en Yale durante mucho tiempo) y la cuidadosa aplicaci¨®n de los conceptos por ellos elaborados ¨Clos ¨²nicos conceptos fiables de los que disponemos¨C al an¨¢lisis de aquella infinidad de fen¨®menos que ten¨ªa en la cabeza.
Entre sus grandes temas de trabajo destacaron, por un lado, los fascismos. Pero no tanto sobre su ideolog¨ªa como el an¨¢lisis de sus ¨¦lites y de sus seguidores, siempre estudiados en t¨¦rminos comparados. Linz orient¨® y ayud¨® a Stanley Payne a trabajar en su tesis doctoral, convertida luego en el primer estudio serio que apareci¨® en el mundo sobre la Falange; y, aunque Payne fuera en su inicio un historiador y no un soci¨®logo pol¨ªtico, algo influir¨ªa en la evoluci¨®n que luego hizo de ¨¦l uno de los grandes te¨®ricos sobre los fascismos en general.
Algo parecido le ocurri¨® con los nacionalismos. Intent¨® definir con cuidado los t¨¦rminos Estado, naci¨®n, Estado-naci¨®n y Estado-no naci¨®n. Describi¨® el funcionamiento del Estado en sociedades multiling¨¹es y la correlaci¨®n entre identidad nacional y religi¨®n, idioma, estudios, clase social o religiosidad. En el caso espa?ol, distingui¨® la temprana aparici¨®n del Estado y la relativamente tard¨ªa y dif¨ªcil construcci¨®n de la naci¨®n. Sobre vascos y catalanes, le import¨® sobre todo la existencia de identidades m¨²ltiples y compartidas, constatadas por estudios emp¨ªricos. Y en su seminal art¨ªculo Del primordialismo al nacionalismo explic¨® c¨®mo el planteamiento nacionalista parte de la especificidad cultural para reivindicar un autogobierno y ese hipot¨¦tico gobierno independiente promete, sin embargo, acoger a todos los habitantes de su territorio, cualesquiera que sean sus rasgos culturales; es decir, que lo cultural cede la primac¨ªa al control del territorio, que es la clave.
C¨¦lebre fue su distinci¨®n entre sistemas totalitarios y reg¨ªmenes autoritarios, que aplic¨® al franquismo, en el que detect¨® un pluralismo pol¨ªtico restringido (el sistema de ¡°familias pol¨ªticas¡±). Aquello no gust¨® en el mundo antifranquista porque se entendi¨® que justificaba al r¨¦gimen. Pero era no entender la intenci¨®n de Linz, apasionado dem¨®crata ¨Cotro de sus grandes temas obsesivos consisti¨® en analizar por qu¨¦ las democracias, en ciertas situaciones, consiguen consolidarse y en otras quiebran¨C. ?l hab¨ªa a?adido un importante matiz al tema planteado por Hannah Arendt; para quien, por cierto, el fascismo mussoliniano tampoco era ¡°totalitario¡± en sentido estricto.
Otros asuntos que le atrajeron fueron los partidos y ¨¦lites pol¨ªticas. Se ocup¨®, siempre sobre una base emp¨ªrica, de analizar qui¨¦nes fueron los diputados, senadores o alcaldes durante la Restauraci¨®n canovista y la Segunda Rep¨²blica, qui¨¦nes los componentes de la Asamblea nacional de Primo de Rivera y de las Cortes de Franco. Le interesaba sobre todo la continuidad y discontinuidad en la ¨¦lite pol¨ªtica espa?ola. Algo semejante hizo tambi¨¦n con los empresarios, de los que estudi¨® su origen social, su mentalidad, movilidad geogr¨¢fica, nivel de estudios, actitud ante la pol¨ªtica, los problemas laborales o el mundo exterior. Todo siempre apoyado en una enorme cantidad de datos y encuestas. La suya era una sociolog¨ªa pol¨ªtica de raigambre weberiana, es decir, de base emp¨ªrica y libre de valores. Lo contrario de lo que hac¨ªan los ensayistas anteriores a ¨¦l, a veces adornados con el nombre de soci¨®logos.
Linz tuvo, por ¨²ltimo, su faceta de historiador. Public¨® trabajos en los cuantificaba y comparaba datos, desde el siglo XVI al XX, relacionados con la hacienda, el valor del dinero, los precios y salarios, el tr¨¢fico mar¨ªtimo y el comercio, la demograf¨ªa, la estructura y actividades del gobierno, las estad¨ªsticas judiciales y polic¨ªacas, la religiosidad, educaci¨®n y cultura.
Juan Linz no nos ha legado ning¨²n gran sistema te¨®rico. Rehuy¨® siempre la ¡°gran teor¨ªa¡±, los esquemas r¨ªgidos y en especial cualquier tipo de determinismo. Como se ha observado tantas veces, lo suyo eran teor¨ªas ¡°de alcance intermedio¡±. Intent¨®, eso s¨ª, superar las estrechas delimitaciones de los campos acad¨¦micos. Se puede considerar que ha sido soci¨®logo o polit¨®logo, como Lipset, pero tampoco le sobrar¨ªa el calificativo de historiador. En ninguno de esos tres campos, sin embargo, se le reconoci¨® en Espa?a ni se le ofreci¨® una de aquellas ¡°c¨¢tedras extraordinarias¡± que se crearon durante la Transici¨®n para atraerse a los intelectuales del exilio.
Desde el Centro de Estudios Pol¨ªticos y Constitucionales tuve la oportunidad de lanzar la edici¨®n de sus obras escogidas, reci¨¦n terminadas ahora en siete vol¨²menes. Salieron adelante gracias al dinamismo de Javier Moreno Luz¨®n y al cuidadoso trabajo de Jeff Miley y Jos¨¦ Ram¨®n Montero. Pero eso no basta para pagar la deuda que los acad¨¦micos espa?oles tenemos con Juan Linz. Mi generaci¨®n, la surgida a la vida pol¨ªtica e intelectual en la segunda mitad del franquismo, tiene muchos motivos de queja sobre las carencias intelectuales en las que nos toc¨® formarnos. Uno de ellos es el desconocimiento de la obra de Juan Linz, un autor al que, en la escasa medida en que sab¨ªamos de ¨¦l, tend¨ªamos a rechazar porque su racionalismo, su moderaci¨®n pol¨ªtica y su cautela cient¨ªfica eran sospechosos. Cu¨¢nto tiempo hubi¨¦ramos ganado si ¨¦l hubiera guiado nuestras lecturas.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es catedr¨¢tico de Historia en la Universidad Complutense de Madrid. Su ¨²ltimo libro es Las historias de Espa?a (Pons / Cr¨ªtica).
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