El Cid pincha una faena hist¨®rica
El sevillano, fiel a su estilo, ech¨® un enorme borr¨®n tras arrebatar a la plaza con una gran faena
Manuel Jes¨²s El Cid fue fiel a s¨ª mismo: cre¨® una faena grandiosa, hist¨®rica y genial; enloqueci¨® a la plaza, conmovida y arrebatada ante un derroche de torer¨ªa; se abrieron de par en par las dos hojas de la puerta grande. Pero El Cid, fiel a s¨ª mismo, pinch¨® una vez y otra, y a la tercera cobr¨® un bajonazo infame. No era posible que en un instante imperceptible la gracia hubiera tornado en tristeza. Era, mejor, la pesadilla que ha perseguido a este artista toda su vida en esta plaza. Parec¨ªa incompresible que, en plena madurez, interprete el toreo m¨¢s grande, ese que se queda siempre en el sue?o de los aficionados y en el duermevela de los toreros, y se encuentre con un maldito hueso que impide la gloria ganada.
Las l¨¢grimas de Manuel Jes¨²s, parapetado ya entre las tablas, con la mirada en ninguna parte, eran la imagen del boxeador noqueado que ha perdido la noci¨®n de s¨ª mismo. La plaza le oblig¨® a dar una apote¨®sica vuelta al ruedo, que m¨¢s que premio sonaba a consuelo y reprimenda por no haber sido capaz de coronar su gran obra.
Del R¨ªo/El Cid, Fandi?o, Ritter
Toros de Victoriano del R¨ªo (segundo, tercero y cuarto), y de Cort¨¦s, muy bien presentados, mansos, blandos y nobles. Extraordinario el cuarto, para el que se pidi¨® la vuelta al ruedo. Sosos y descastados quinto y sexto.
Manuel Jes¨²s El Cid: pinchazo y estocada (silencio); dos pinchazos, bajonazo _aviso_ y un descabello (vuelta).
Iv¨¢n Fandi?o: estocada (oreja); estocada tendida (silencio).
Sebasti¨¢n Ritter, que tom¨® la alternativa: estocada atravesada (ovaci¨®n); estocada atravesada (silencio).
Plaza de las Ventas. 4 de octubre. Primera corrida de la Feria de Oto?o. M¨¢s de tres cuartos de entrada.
Pero la tarde era de Fandi?o, que lleg¨® dispuesto a que nadie se le arrebatara, y se la rob¨® El Cid, enrabietado ante el derroche de pundonor, de autoridad y poder¨ªo del torero de Ordu?a.
Y El Cid, que hab¨ªa estado decidido y discreto ante su noble primero, encontr¨® su aliado en el cuarto, Verbenero de nombre, que manse¨® en el caballo y se doli¨® en banderillas, pero que derroch¨® una clase exquisita en el tercio final. Hizo el torero un quite por delantales templad¨ªsimos; le contest¨® Fandi?o con unas ajustadas gaoneras y volvi¨® el sevillano con tres ver¨®nicas y una media de alta escuela.
La plaza entera hab¨ªa entendido a estas alturas que aquel toro era un tesoro. Inici¨®, entonces, El Cid una lecci¨®n magistral por naturales largos, hondos, hermosos, nacidos del alma, -exuberante la calidad del animal-, y las Ventas se sinti¨® sobrecogida. As¨ª, en una bella historia de amor entre toro y torero, se deslizaron tres tandas de pura gracia torera, mientras la gente, puesta en pie, rug¨ªa de placer. La mano derecha, a continuaci¨®n, de menos quilates y un grandioso pase de pecho, y naturales de frente finales sencillamente perfectos. En cuatro palabras: una obra de arte. Pero est¨¢ visto que El Cid no sabe firmar; as¨ª que ech¨® un enorme borr¨®n, se cerr¨® la puerta grande y sumi¨® a todo el toreo en una profunda depresi¨®n. Llegados a este punto no valen las l¨¢grimas: para ser figura hist¨®rica hay que matar a los toros.
Lleg¨® Fandi?o con un compromiso encomiable y dispuesto a dar un golpe de autoridad. Esper¨® a su primero en los medios con tres estatuarios, tres pases por bajo y uno de pecho que dejaron al personal con la boca abierta. Asent¨® las zapatillas, dome?¨® la encastada codicia de su oponente y se gan¨® una oreja de peso, triunfo que no pudo reeditar ante el descastado quinto.
El toricantano Ritter es valiente, ha toreado poco, no dijo nada, pero es un torero al que se puede esperar. Y todos, a llorar por la mala punter¨ªa de un artista grande¡
Babelia
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