La ilusi¨®n del caballo
?Puede ser que una sola carrera de caballos paralice a todo un pa¨ªs? Puede ser, aunque pueda no entenderse a la primera. Ni acaso tras varios intentos. Pero esto es lo que sucede en Australia con el Melbourne Cup Day (primer martes de noviembre) que absorbe la atenci¨®n de todo el pa¨ªs desde las 3 de la tarde a unos tres minutos despu¨¦s cuando culmina la liza ecuestre m¨¢s importante del a?o y en la que los australianos (y no australianos) cruzan apuestas por valor de cientos de millones de d¨®lares.
Se trata pues no solo de una fiesta deportiva sino de una comuni¨®n l¨²dica, viciosa y entusiasta que mantiene en vilo al espectador durante un recorrido de 3.200 metros. El ganador de esa carrera internacional en la que participan los mejores 24 caballos con un peso m¨ªnimo de 49 kilos y una edad m¨ªnima de tres anos recibe m¨¢s de tres millones de d¨®lares: un 85 el propietario, un 10% el entrenador y un 5% el jockey. No hay nada , sin embargo, para el caballo pero su precio se multiplicar¨¢ por cuatro.
Pero ?c¨®mo alcanza a ser tan importante en la cultura australiana una carrera de caballos? Fernando Savater contestar¨ªa que no se trata de algo australiano sino planetario y de esa forma trascendente se vive aqu¨ª por el pueblo llano y elevado ?No hay una fiesta igual en su pa¨ªs?, me preguntan. Y a estas alturas ya no se sabe qu¨¦ decir porque no hay raz¨®n para referirse a un Corpus Christi, a la fecha de la Constituci¨®n o al D¨ªa de la Raza. Nada es lo que era. Hasta los "cl¨¢sicos" en el f¨²tbol se han devaluado mucho mientras los cl¨¢sicos en la Commonwealth se han hecho cada vez m¨¢s m¨¢s ricos.
El primer ganador de la Melbourne Cup tuvo por recompensa un reloj de oro, mientras el 'ultimo abarca millones de d¨®lares. Lo hermoso es, con todo, la brevedad del acontecimiento (3 minutos y 20 segundos, este ano) y la intensidad que su celeridad suscita junto a la histeria que se vive en cada pub donde gritan entre montones de cervezas montanas de apostantes. Fiorente fue la yegua ganadora de este 2013, entrenada, por primera vez, desde el actual formato de 1875, por una mujer australiana, Gai Waterhouse, superestrella del mes.
Cada cultura, en cada tribu, tuvo en la prehistoria a un animal como t¨®tem. De ah¨ª debe de proceder el culto al drag¨®n en China, a la vaca en la India o al toro en parte del Mediterr¨¢neo. En Australia, obviamente, deber¨ªa ser obviamente el canguro y, sin embargo, el amor batiente est¨¢ puesto en los galgos o en los caballos veloces. Ni la oveja, los marsupiales o los cocodrilos son sagrados. M¨¢s a¨²n: en los ;¨²ltimos anos han entrado modestamente en el men¨² casero de modo que si en Espa?a se aprecia el rabo de toro aqu¨ª lo que cuenta, aun con bajo precio, es la cola de canguro. El guiso est¨¢ bien si al comerlo se olvida la estampa del animal sacrificado pero no es tan suculento cuando el color ratonero del animal se suma al sabor del bocado.
Un estudio entre zool¨®gico y antropol¨®gico dar¨ªa la clave de esta relaci¨®n cultural ambigua entre el animal omnipresente en el souvenir y el habitante australiano. De un lado el canguro procura una inequ¨ªvoca identidad australiana, de otro lado es una identidad demasiado un¨ªvoca. Canguro por millones y por todas partes. Extrema reducci¨®n de la imagen australiana al cangurismo.
?Nos quejamos en Espa?a de la simplificaci¨®n flamenca y taurina? Pues he aqu¨ª la supersimplificaci¨®n. Frente a la elegancia equina de la excitante y fashion Melbourne Cup, tan elegante y brit¨¢nica, la desastrosa figura de un pobre animal que se ha quedado, evolutivamente, sin poder ir hacia atr¨¢s y sin dos patas para correr m¨¢s hacia adelante.
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