Chandler by night
Hoy celebro un bonito aniversario: hace 40 a?os que descubr¨ª a Raymond Chandler. Compr¨¦, por la portada y los lomos negr¨ªsimos, aquella edici¨®n de El largo adi¨®s en Barral Enlace, y sub¨ª a un tren, y el libro me atrap¨® tanto que me pas¨¦ varias paradas y me encontr¨¦ en un territorio casi tan desconocido como el de Los ?ngeles en la posguerra. Chandler me pareci¨® incluso mejor que Scott Fitzgerald, que era mi h¨¦roe de entonces: igualmente rom¨¢ntico, pero m¨¢s divertido. Siguieron, una tras otra, todas sus novelas. Para conmemorar aquel encuentro, estos d¨ªas he estado leyendo A mis mejores amigos no los he visto nunca (Debolsillo), que es la versi¨®n ampliada de El simple arte de escribir. Cartas y ensayos escogidos, que Emec¨¦ public¨® en 2004, probablemente tan inencontrable como la estupenda biograf¨ªa firmada por Frank MacShane (Bruguera, Libro Amigo, 1977), que tambi¨¦n convendr¨ªa reeditar.
He vuelto a pensar lo que pens¨¦ entonces: he aqu¨ª a un tipo altivo, aristocr¨¢tico y callejero, profundamente misantr¨®pico y l¨²cido hasta el despellejamiento (¡°Conocerme en persona es la muerte de la ilusi¨®n¡±), hundido en una casi constante desdicha, pero siempre apasionado, sarc¨¢stico, y esencialmente cabal. Un poco hom¨®fobo tambi¨¦n: no se puede tener todo. Chandler ha quedado como lo que siempre quiso ser, como lo que es: un gran escritor, un estilista para todos los p¨²blicos.
Muchas novelas policiales no se releen. A ¨¦l (y he hecho la prueba) se le puede y se le debe releer. El ¨²nico efecto negativo de su prosa fue promover la afici¨®n al gimlet, horrible brebaje.
Escrib¨ªa por las ma?anas, no todas, y casi cada noche, mientras su mujer dorm¨ªa, ¨¦l beb¨ªa y monologaba en la oscuridad, dictando cartas y m¨¢s cartas en su grabadora para que su secretaria mexicana, Juanita Messick, las pasara a m¨¢quina al d¨ªa siguiente. ?Las correg¨ªa? No lo s¨¦. A m¨ª me parecen impecables, de prosa tan flexible y elegante como la de sus libros. Me gusta mucho lo que piensa de muchas cosas: de la literatura, de McCarthy y los Diez de Hollywood, de la maquinaria de los grandes estudios, del arte de escribir guiones, de los gatos, del alcohol.
Para despertarles el apetito por este libro tan sabio y variado he seleccionado algunas de sus frases. ¡°La mayor¨ªa de los escritores¡±, dijo, ¡°tienen el egotismo de los actores sin su belleza f¨ªsica ni su encanto¡±. Sobre la cr¨ªtica: ¡°Los grandes cr¨ªticos, de los que lamentablemente hay pocos, construyen una casa para la verdad¡±. Sobre las adaptaciones: ¡°Escribir un guion sobre un libro tuyo es como revolcarse sobre huesos secos¡±. Acerca de la guerra dijo: ¡°Los bombardeos de saturaci¨®n sobre Hamburgo, Berl¨ªn y Leipzig no tuvieron apenas consecuencias militares, pero moralmente nos pusieron a la altura del hombre que cre¨® Belsen y Dachau¡±. Sobre el comunismo y el catolicismo: ¡°Despu¨¦s de Katyn y los juicios por traici¨®n en Mosc¨² y los campos de prisioneros en el ?rtico, que un hombre decente pueda volverse comunista est¨¢ m¨¢s all¨¢ de toda comprensi¨®n. Pienso lo mismo acerca de convertirse a un sistema religioso que hizo amistad con Franco y sigue haci¨¦ndola con cualquier brib¨®n que est¨¦ dispuesto a proteger y enriquecer a la Iglesia¡±.
Decir todo esto en 1949 me parece de una lucidez y una valent¨ªa fuera de lo com¨²n. Mir¨® mucho, pens¨® mucho, am¨® mucho y sufri¨® mucho.
Lo que le escribe a Jamie Hamilton, su editor ingl¨¦s, sobre la enfermedad y muerte de su esposa Cissy no puede leerse (ni siquiera recordarse) sin un turbi¨®n de l¨¢grimas. ?ltima frase de la carta: ¡°Todo lo que hice fue para alimentar un fuego en el que ella pudiera calentarse las manos¡±.
Para acabar, este consejo a un joven escritor: ¡°No escriba nada que no le guste, y si le gusta no acepte el consejo de nadie para cambiarlo¡±.
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