Una codiciada pieza
'Tres estudios de Lucian Freud' no es un cuadro cualquiera de Francis Bacon
Tres estudios de Lucian Freud no es un cuadro cualquiera de Francis Bacon. Data de su ¨¦poca m¨¢s aguda, en la que el artista se muestra todav¨ªa en permanente b¨²squeda. Ese fondo amarillo, esa perfecci¨®n de la geometr¨ªa en que encuadra a su amigo, la elecci¨®n del fondo... Todo en ¨¦l es asombrosamente perfecto. En la iconograf¨ªa cl¨¢sica, el amarillo est¨¢ asociado con la envidia. No creo que mediase ese sentimiento entre los dos pintores, que se colocan en un plano muy elevado, en un di¨¢logo intelectual propiciado por un color fr¨ªo, un lugar en el que para ellos la b¨²squeda de la belleza y de la perfecci¨®n son posibles.
Cuando ambos se conocieron, Freud era el m¨¢s joven de los dos. Bacon se tom¨® un inter¨¦s real en ¨¦l, como hombre atractivo y como pintor original de calidad muy elevada. Cierto es que luego se fueron distanciando por causas que nunca quedaron del todo claras y que ellos se empe?aron en rodear de misterio en las entrevistas que concedieron hasta el final de sus d¨ªas. En mi opini¨®n, m¨¢s que una ruptura se trat¨® de un alejamiento. Acaso Bacon ve¨ªa en la ¨²ltima etapa de Freud a un rival que pod¨ªa convertirse en inalcanzable, lo cual parece haber finalmente sucedido con las noticias de hoy, dado el trato que el mercado ha acabado dando a Bacon.
No siempre fue as¨ª. Cuando tuve ocasi¨®n de conocerle a finales de los ochenta en Madrid, ya era un pintor muy respetable, aunque no de tanta fortuna econ¨®mica. Era un hombre tremendamente educado y luminoso. En ocasiones, literalmente. Recuerdo la primera vez que lo recib¨ª en el Prado, que ese d¨ªa estaba cerrado. Le abr¨ª el port¨®n del bot¨¢nico, que da al mediod¨ªa. Ah¨ª estaba ¨¦l, envuelto en una extra?a luz potente, que parec¨ªa suya y no del sol a sus espaldas. Cualquiera de sus amigos coincidir¨¢ en desmentir su fama de hombre c¨®modo en la sordidez. Muy al contrario, y como en cierta ocasi¨®n me dijo Richard Hamilton, el adjetivo que mejor le defin¨ªa era seguramente el de gentil.
En sus visitas al Prado, ¨²nicamente le interesaba acercarse a los cuadros de Vel¨¢zquez. A¨²n lo veo all¨ª, abismado ante El dios Marte, con los brazos cruzados a la espalda. Ahora se da una circunstancia curiosa de que en la muestra dedicada por el museo a Vel¨¢zquez se puede ver una versi¨®n del papa Inocencio X, que fue la que muy probablemente inspir¨® su famosa visi¨®n del Papa tras alguna visita a la Apsley House en Londres y dado que nunca vio el original romano.
El tr¨ªptico que hoy protagoniza los titulares no estuvo en la muestra del Prado de 2009. Para entonces, el Bacon que yo conoc¨ª ya hab¨ªa sido mistificado por los fil¨®sofos y cr¨ªticos franceses como Derrida, Michel Leiris y otros. Tambi¨¦n hab¨ªa conquistado finalmente el gusto americano. Me resisto a ver esa mete¨®rica subida de su valoraci¨®n econ¨®mica como sintom¨¢tica de lo que llamamos mercado. En lo sucedido en Nueva York, veo m¨¢s bien a dos coleccionistas, dos temperamentos puramente masculinos luchando por conseguir una codiciada pieza, un trofeo de caza que establezca su posici¨®n y su poder en el mundo actual, nada que ver con el po¨¦tico e inalcanzable mundo de Bacon, ni con la exquisita gracia de Lucian (Freud).
Manuela Mena es Jefe de Conservaci¨®n de Pintura del Siglo XVIII y Goya del Museo del Prado
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