Santos
Incapaces de aceptar la imperfecci¨®n de lo humano, tenemos que encontrar figuras puras e incontrovertibles, subirlas al pedestal de lo sublime para preservar un rayo de esperanza en nosotros mismos, en nuestra especie
Necesitamos santos. Incapaces de aceptar la imperfecci¨®n de lo humano, tenemos que encontrar figuras puras e incontrovertibles, subirlas al pedestal de lo sublime para preservar un rayo de esperanza en nosotros mismos, en nuestra especie. Habitualmente la religi¨®n nos surt¨ªa de esas personalidades virtuosas, pero desde que se transparent¨® algo m¨¢s el proceso de beatificaci¨®n y conocimos las prisas, la mediocridad y la presi¨®n del dinero y el poder para alcanzar la gloria eclesial, tambi¨¦n se nos cayeron esos mitos. As¨ª que se ha complicado mucho la labor y los santos, en un mundo mediatizado y sometido al escrutinio permanente, no son f¨¢ciles de hallar.
Est¨¢bamos celebrando a nuestro santo de la transici¨®n, que es Adolfo Su¨¢rez, en v¨ªsperas del 35? aniversario de la Constituci¨®n, cuando lleg¨® la noticia de la muerte de Nelson Mandela. Sobre Su¨¢rez se extiende el manto de santidad, a medias entre la fascinaci¨®n por su enfermedad sin recuerdos y el aprecio tard¨ªo por las dificultades de su labor, hagiograf¨ªas que moldean la verdadera personalidad contradictoria, llena de capacidades y carisma, pero tambi¨¦n de las habilidades de gran embaucador, incluso del gran farsante aquel de la canci¨®n de los Platters que reinterpret¨® Freddie Mercury con The Queen en tiempos del CDS: ¡°Estoy solo pero nadie se da cuenta¡±.
En el pa¨ªs de la valla con cuchillas en Melilla y la retirada del derecho a la atenci¨®n sanitaria a los sin papeles, a Mandela se le rinde homenaje apreciativo por boca de ambiciosos empe?ados solo en su permanencia personal. En el pa¨ªs donde los excarcelados jam¨¢s tienen un gesto de compasi¨®n para sus v¨ªctimas, un rasgo de grandeza tras la reflexi¨®n del penal, se loa la entereza y la abismal generosidad de Mandela tras sus 27 a?os de c¨¢rcel. Pero la santificaci¨®n encubre que Mandela fue un pol¨ªtico radical, un hombre con ideas de progreso y con ambici¨®n de cambiar el mundo. Es rara esa lectura desideologizada e incolora del Gandhi del apartheid. Chocante, salvo en la evidencia de que reclama al santo por encima de la persona. Si Nelson Mandela fue un santo y no alguien fieramente humano, nosotros podemos seguir comport¨¢ndonos como unos miserables en cuanto pase el alivio de luto universal. En cuanto salgamos de misa, todos a pecar.
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