Esto es una conspiraci¨®n
El descenso en el consumo de formatos f¨ªsicos est¨¢ obligando a modificar la industria
En ingl¨¦s, lo llaman ¡°fire sale¡±: la liquidaci¨®n del inventario, tras un incendio o una cat¨¢strofe de cualquier tipo. Es la consigna que parece dominar el mundo del disco. Se vive una urgencia por vender hasta los muebles. Salen al mercado cajas integrales, maravillosos ladrillos que contienen ediciones miniaturizadas de los discos originales de Bob Dylan o Johnny Cash. A la vez, se publica todo lo publicable en soporte vinilo. Y cada nuevo lanzamiento se ofrece en una intoxicante diversidad de configuraciones.
El descenso en el consumo de formatos f¨ªsicos est¨¢ obligando a modificar los planteamientos econ¨®micos de la industria. Hace solo diez a?os, se consideraba un fracaso cualquier novedad que no alcanzara los seis d¨ªgitos. Ahora, sin renunciar al sue?o h¨²medo de las ventas millonarias (generalmente, protagonizadas por chicas descocadas o alguna boy band), se busca la acumulaci¨®n de referencias que despachen unos miles de ejemplares.
Deber¨ªa ser motivo de celebraci¨®n para los que amamos los discos, con sus bonitas portadas, sus cr¨¦ditos, su informaci¨®n complementaria. Efectivamente, nunca ha habido disponible mayor variedad de m¨²sica...y los precios tambi¨¦n han bajado. Aunque la segmentaci¨®n del mercado implica igualmente la llegada de productos de gama alta, como Rise & fall of Paramount Records Volume 1. Jack White y sus socios concibieron una caja de roble con seis elep¨¦s, libros, un USB conteniendo 800 temas y a?adidos varios.
La era del objeto musical exige sofisticaci¨®n. Una encuesta brit¨¢nica sobre el renacer comercial del vinilo destacaba que un 4% de los compradores reconoc¨ªa no tener giradiscos. Efectivamente, para ellos los vinilos son un complemento decorativo o un acto de fe.
Los paladeadores de las reliquias retro ignoran las sigilosas maniobras para liquidar el CD: muchos modernos ordenadores carecen de reproductor para los discos plateados (curioso, hace tiempo que los Discman y similares han desaparecido de las tiendas de electr¨®nica). Hablamos, atenci¨®n, del formato que proporciona m¨¢s de la mitad de los ingresos para las discogr¨¢ficas.
Constatamos que alg¨²n comit¨¦, en alg¨²n lugar, ha decidido empujarnos sin contemplaciones hacia el consumo de m¨²sica a trav¨¦s de Internet o m¨®vil: se acent¨²a la sensaci¨®n de que somos marionetas en el teatrillo que manejan los imperios digitales.
Nos queda la m¨²sica en directo, gritamos. Pero no muy alto. En Espa?a sufrimos una legislaci¨®n insensible, que est¨¢ asfixiando los conciertos, peque?os o grandes. Paulatinamente, vamos desapareciendo del circuito europeo. Este a?o, nuevamente vimos como antiguos visitantes habituales, desde Prince a Dylan, no paraban aqu¨ª.
Mientras tanto, pasan desapercibidas las grandes jugadas. Un gigante como Live Nation adquiere el management tanto de U2 como Madonna. Paul McGuinness, responsable de la extraordinaria carrera de los irlandeses, se retira y deja sus funciones al gerente de Madonna, Guy Oseary. Al final, hagas rock universal o pop reluciente, todo se reduce a lo mismo: meter traseros en los asientos de grandes estadios.
Frente a ese panorama de consolidaci¨®n corporativa, el coraz¨®n se reconforta con una negativa: no habr¨¢ gira de reaparici¨®n de Led Zeppelin. Un hippy sesent¨®n, llamado Robert Plant, rechaz¨® una monta?a de millones: prefiere tocar lo suyo ante p¨²blicos comparativamente menores. Alguien no est¨¢ en venta.
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