El libro, nuestro paisaje
Como hoy toca el ¨²ltimo Despierta y lee de este a?o 2013, quiero felicitarles la Pascua ¡ª?no hac¨¦rsela!¡ª hablando de los libros. Nuestras culturas han pertenecido a lo que hasta hace medio siglo se llamaba sin reticencia ni rubor ¡°la civilizaci¨®n del libro¡±. Es decir, el libro ocupaba el podio central en la cadena alimentaria del esp¨ªritu: por ¨¦l ante todo se transmit¨ªa el conocimiento, se perpetuaban las consignas morales (incluidas las cr¨ªticas a su dogmatismo) y se solazaban las almas. Ahora, su primac¨ªa en tales competencias dista de estar clara. El libro ya no es el soporte privilegiado que fue indiscutiblemente a partir de la invenci¨®n de la imprenta. Hoy se ha hecho en el mejor de los casos electr¨®nico y en el peor pierde su unidad de contenido y se fragmenta en retazos de los que cualquiera puede apropiarse a capricho y combinar sin mayores escr¨²pulos. Quiz¨¢ los escritores nunca fueron del todo due?os de las obras que daban a la luz impresa porque se convert¨ªan en libre dominio de sus lectores: pero antes ese dominio se refer¨ªa a la capacidad intelectual de interpretaci¨®n mientras que ahora afecta a la propia integridad global de la obra, a su forma deliberada como tal y no solo a su sentido.
En efecto, hubo una ¨¦poca en que no hab¨ªa libros impresos (pero s¨ª autores como Arist¨®teles o Jorge Manrique), luego lo importante es que no decaiga la filosof¨ªa, la novela o la poes¨ªa aunque nos llegue por v¨ªa electr¨®nica. Aun as¨ª, no es lo mismo. Algo se pierde, aunque solo sea en el plano est¨¦tico. No es lo mismo pasear a caballo que trasladarse en bicicleta, y mira que los pelmazos le encuentran virtudes sublimes a la bicicleta: yo creo que la emplean hasta en el pasillo de casa. Tampoco la desatenci¨®n y desprotecci¨®n del libro son buenas se?ales: ?por qu¨¦ esas cadenas privadas de televisi¨®n en manos de empresas que hicieron fortuna vendiendo libros ahora les reh¨²yen el m¨ªnimo apoyo en su programaci¨®n? Y los libros van ligados a las librer¨ªas, que no son simples comercios virtuales como Amazon, ni tiendas de accesorios, sino configuraciones de un paisaje urbano en el que primaba la imaginaci¨®n humanista, tan vanguardista como tradicional. Para algunos, entre quienes me incluyo, m¨¢s ¨¢rido ser¨ªa recorrer una ciudad sin librer¨ªas que deambular por el desierto.
Para acabar con una iron¨ªa sobre el amor libresco en su expresi¨®n m¨¢s tosca y literal, lean Biblioman¨ªa (Gadir) del adolescente Gustave Flaubert (ten¨ªa 15 a?os cuando escribi¨® el relato y lo ambient¨® en una Barcelona en la que todo el mundo lleva nombre italiano) para deplorar sonriendo el triste destino del buscador de incunables hasta el crimen porque quiz¨¢ ma?ana sea el de cualquier amante del esp¨ªritu impreso y encuadernado. Pero sobre todo no olviden que, como bien dice en uno de sus sabios aforismos Ram¨®n Eder (Rel¨¢mpagos, Cuadernos del Vig¨ªa), sea en papel o en soporte digital, ¡°leer ciertos libros mejora nuestra biograf¨ªa¡±. Y eso es lo que cuenta¡ a fin de cuentas.
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