Comparar
Nos encantan las comparaciones siempre que salgamos favorecidos de ellas. Por eso de los viajes de Gulliver recordamos Lilliput y nunca Brobdingnag
Nos encantan las comparaciones siempre que salgamos favorecidos de ellas. Por eso de los viajes de Gulliver recordamos Lilliput y nunca Brobdingnag, porque de la primera salimos altos y de la segunda enanos. Pocos en Alemania consideran que el juicio contra el presidente del Bayern, Uli Hoeness, sea un ataque al equipo. Tampoco los franceses vieron confabulaciones contra el Olympique en el hecho de que se encarcelara a Bernard Tapie en su d¨ªa. Y los norteamericanos no cejaron hasta revelar las mentiras que rodeaban la carrera de Lance Armstrong. A juzgar por las reacciones tras la supervisi¨®n europea de nuestro desmadejado f¨²tbol, en esa comparaci¨®n tampoco salimos muy favorecidos. La bula con el deporte rey nos lleva a aceptar con naturalidad la permuta de terrenos, las ayudas p¨²blicas y hasta el delito fiscal de nuestros jugadores favoritos. El Atl¨¦tico de Madrid ha conseguido pagar parte de su deuda con la Administraci¨®n a cambio de paquetes de entradas, y nos encanta escucharlo, pero nunca aceptar¨ªamos que la due?a de una mercer¨ªa pagara sus impuestos con botones y el propietario de un restaurante cotizara a la Seguridad Social con vales de desayuno.
En esa misma comparaci¨®n favorecedora acostumbramos a burlarnos del chavismo venezolano por su militarismo verborreico, ahora adornado por apariciones de ultratumba. Nadie sabe si a nuestros ministros se les aparece alguien mientras redactan las leyes, pero da toda la impresi¨®n a juzgar por su invasiva tendencia a controlar la vida privada de los s¨²bditos. Pero en el conflicto pat¨¦tico con las el¨¦ctricas han soltado un decretazo que contradice nuestro cuento de liberales ejemplares. La realidad es que un mercado libre precisa de regulaci¨®n inteligente, vigilancia de los monopolios y control sobre los ama?os. La incapacidad de gestionar una doctrina que se aplica como un dogma pero sin el rigor elemental, obliga a la intervenci¨®n de zafarrancho gubernativo tan urgente como torpe. Tremendo ver la contracampa?a de las el¨¦ctricas hasta con anuncios en prensa para denunciar su situaci¨®n de desamparo ante la irrupci¨®n ministerial en la subasta energ¨¦tica. Si no fuera porque odiamos las comparaciones que no son desfavorecedoras, concluir¨ªamos que nos hemos visto atrapados en un culebr¨®n venezolano.
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