¡®Performance¡¯, ese claro objeto del deseo
Museos y bienales de arte de todo el mundo se rinden ante una disciplina que naci¨® como aullido marginal y que hoy persigue un p¨²blico sediento de emociones fuertes
Mucho antes de convertirse en artista de referencia y esposa de Lou Reed, Laurie Anderson pas¨® el verano de 1974 tocando el viol¨ªn en plena calle, subida a unos patines incrustados en un bloque de hielo. Cuando el hielo se derret¨ªa, su espect¨¢culo hab¨ªa terminado. A algunas manzanas de all¨ª, John Zorn organizaba conciertos experimentales en su ¨¢tico para un selecto p¨²blico de solo dos espectadores, a los que daba cita dentro de su armario. Pocos meses antes, Vito Acconci hab¨ªa levantado el esc¨¢ndalo al masturbarse en una galer¨ªa neoyorquina mientras narraba por megafon¨ªa en qu¨¦ consist¨ªan sus fantas¨ªas sexuales.
En esa radical escena neoyorquina de los setenta volvi¨® a aflorar una pr¨¢ctica art¨ªstica nacida en los d¨ªas del Cabaret Voltaire, reinventada por artistas que quer¨ªan demostrar que otro arte era posible, siguiendo el ejemplo de Yoko Ono, desnudada por turnos por su propio p¨²blico en la m¨ªtica Cut piece, o de Joseph Beuys, que una d¨¦cada atr¨¢s hab¨ªa asegurado que incluso pelar una patata pod¨ªa ser arte, siempre que uno lo hiciera adrede. Una nueva exposici¨®n en el Whitney Museum, Rituals of Rented Island, examina hasta el 2 de febrero qui¨¦n form¨® parte de ese c¨ªrculo de agitadores y analiza sus repercusiones en el arte de hoy, de la incomprensi¨®n inicial al aplauso presente. "Los artistas de los sesenta experimentaban con la vida para imaginar otro tipo de realidad. Los de los setenta, desencantados ante el fracaso del cambio prometido, aceptaron las estructuras sociales, pero solo para ponerlas en duda desde dentro, demostrando que pod¨ªan travestirlas en beneficio propio", asegura el comisario de la muestra, Jay Sanders.
Nueva York celebra a Laurie Anderson, Vito Acconci o Chris Burden como pioneros
La paradoja es que aquel arte nacido como pr¨¢ctica radical se haya convertido, cuarenta a?os m¨¢s tarde, en la disciplina de moda. Este oto?o, mientras el Whitney celebraba la escena neoyorquina de los setenta, el New Museum orquestaba una gran retrospectiva sobre uno de sus principales integrantes, Chris Burden. Al artista se le conoce, entre otras cosas, por haber tenido la ocurrencia de meterse en un saco en medio de la calzada y esperar a que alg¨²n coche le atropellara. Un tiempo atr¨¢s, durante otra escandalosa performance, hab¨ªa exigido a una de sus ayudantes que le disparara en un brazo. Ya advirti¨® el surrealista Andr¨¦ Breton que la funci¨®n de las vanguardias deb¨ªa ser "salir a la calle y disparar entre la multitud". Burden solo se lo tom¨® al pie de la letra.
La atenci¨®n a la disciplina se ha intensificado desde que, en 2010, la retrospectiva de Marina Abramovic en el MoMA logr¨® seducir a m¨¢s de medio mill¨®n de visitantes. La artista serbia permaneci¨® sentada durante 736 horas ante 1.500 desconocidos, que no dudaron en hacer horas de cola durante d¨ªas para poder sentarse a intercambiar intensos silencios durante un par de minutos. Desde entonces, Abramovic arrastra un halo estelar. El pr¨®ximo verano se convertir¨¢ en artista residente de la Serpentine Gallery de Londres, donde volver¨¢ a interpretar por primera vez las performances que la hicieron conocida en los setenta. El codirector del centro, Hans-Ulrich Obrist, explica este retorno por la puerta grande de la disciplina por "el deseo, por parte del p¨²blico, de vivir una experiencia no intervenida o arbitrada". Jay Sanders, que en 2011 ya dedic¨® una planta entera a la performance en la Bienal del Whitney, est¨¢ de acuerdo. "Existe un fuerte anhelo por la experiencia en vivo, por el arte que sucede delante de nuestros ojos", apunta.
La propia Abramovic ha entendido que la hora de la performance ha llegado. De cara a 2015, prev¨¦ inaugurar una fundaci¨®n que llevar¨¢ su nombre al norte de Nueva York, que estar¨¢ exclusivamente dedicada a este tipo de pr¨¢cticas. Al entrar, los visitantes tendr¨¢n que firmar un contrato prometiendo permanecer en el centro por lo menos seis horas. Tras despojarse de sus pertenencias, practicar¨¢n ejercicios impuestos por Abramovic, como intercambiar miradas con un extra?o o practicar la meditaci¨®n trascendental en una cueva de cristales.
En 2010, el ¨¦xito de Marina Abramovic en el MoMA cambi¨® la percepci¨®n de la disciplina
Con indudable oportunismo, el rapero Jay Z aprovech¨® el fen¨®meno el pasado verano, al reinterpretar a su manera el espect¨¢culo que Abramovic libr¨® en el MoMA: se encerr¨® durante seis horas en una galer¨ªa de Chelsea y cant¨® su single Picasso Baby ante un p¨²blico formado por la cr¨¨me del mundo del arte. Entre los asistentes se encontraba la misma Abramovic, pero tambi¨¦n RoseLee Goldberg, otra de las aut¨¦nticas responsables de lo que est¨¢ sucediendo. En 2004, esta historiadora del arte fund¨® Performa, la primera gran bienal especializada en la performance. En v¨ªsperas a su d¨¦cimo aniversario, en noviembre logr¨® organizar un centenar de actos por toda la ciudad, marcados por un esp¨ªritu m¨¢s accesible y festivo que pol¨ªtico y sesudo. "La imagen de la performance se hab¨ªa quedado bloqueada en los setenta. La gente la ve¨ªa como algo problem¨¢tico y beligerante. Hemos demostrado que tambi¨¦n puede ser atractiva y sexy, visualmente espectacular a la vez que intelectualmente rica", sostiene Goldberg.
Los museos no har¨ªan m¨¢s que responder a este movimiento s¨ªsmico detectado desde hace media d¨¦cada entre el p¨²blico. En Londres, la Tate Modern inaugur¨® el a?o pasado The Tanks, un espacio subterr¨¢neo dedicado a la performance. Los espect¨¢culos de Tino Sehgal, ganador del Le¨®n de Oro en la Bienal de Venecia y nominado al Turner Prize de este a?o, ya se cotizan a m¨¢s de 100.000 euros. En 2010, Sehgal maravill¨® con la exposici¨®n This Progress en el Guggenheim de Nueva York, donde el visitante deb¨ªa comunicarse con una serie de personajes de edades distintas mientras uno trepaba la escalinata en espiral del museo. Ahora repite la experiencia con una nueva colaboraci¨®n con Philippe Parreno en el Palais de Tokyo de Par¨ªs, donde el visitante debe interactuar con una ni?a robot.
De hecho, los ejemplos acontecidos en 2013 abundan. La actriz Tilda Swinton durmi¨® varias horas dentro de una vitrina del MoMA y su compa?era Milla Jovovich se encerr¨® en un cubo de cristal durante la inauguraci¨®n de la Bienal de Venecia. En el pasado Festival de Avin?¨®n, la artista Sophie Calle alquil¨® una habitaci¨®n de hotel y permiti¨® que los visitantes observaran su intimidad. Al mismo tiempo, la Universidad de Harvard ofrec¨ªa su primer curso sobre historia de la performance, que cont¨® con profesores invitados como James Franco y Cat Power. A principios de este mes, Kanye West y la artista Vanessa Beecroft montaban otro show en la feria Art Basel Miami. El te¨®rico Donatien Grau lo llama "la era de la performance pop", utilizando a Lady Gaga como mejor ejemplo. La cantante no ha dudado en plagiar a abanderadas del movimiento, como la francesa Orlan -quien ha anunciado que la denunciar¨¢ por copiarle su improbable look- y la canadiense Jana Sterbak, que visti¨® en p¨²blico en traje de carne cruda dos d¨¦cadas antes de que lo hiciera ella.
Existe un fuerte anhelo por la experiencia en vivo", asegura el conservador del Whitney
Los puristas de la disciplina desconf¨ªan de esta vulgarizaci¨®n a todo precio. Es el caso de Stuart Brisley, quien se hizo famoso en 1972 por meterse en una ba?era de agua putrefacta y permanecer en ella durante dos semanas. Considera que la popularidad adquirida por la performance acarrea peligros, como el de dejar de ser un lugar de compromiso y participaci¨®n. "Ya no parece aquel experimento que hac¨ªa que el espectador se replantease su lugar, sino un gran espect¨¢culo observado a distancia", opina Brisley. "Es un s¨ªntoma de la relaci¨®n entre los museos y el mundo de las finanzas. Se requieren unos objetivos de asistencia que se cumplen con el espect¨¢culo masivo. Estos performers son celebrados por su excepcionalidad, pero su obra se observa con la misma pasividad que un partido de f¨²tbol".
Babelia
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