Robert Dahl, te¨®rico de la democracia
El catedr¨¢tico de la universidad de Yale aport¨® criterios cient¨ªficos para evaluar sistemas pol¨ªticos
El pasado 7 de febrero, a los 98 a?os, falleci¨® Robert Dahl, sin duda uno de los grandes de la ciencia pol¨ªtica contempor¨¢nea y probablemente el m¨¢s ilustre representante de los estudios de teor¨ªa de la democracia de la segunda mitad del siglo XX. Como el tambi¨¦n recientemente desaparecido Juan Linz, desarroll¨® el grueso de su carrera acad¨¦mica en el mismo departamento de la Universidad de Yale, desde donde irradi¨® una extraordinaria influencia sobre la politolog¨ªa mundial. No es f¨¢cil resumir sus m¨¦ritos, plasmados en m¨¢s de dos docenas de libros y cientos de art¨ªculos.
Toda su obra gira en torno a una obsesi¨®n, dar cuenta de las caracter¨ªsticas, ambivalencias y peligros de la democracia, sus muchas acepciones y las amenazas que siempre acechan a su realizaci¨®n plena. Su m¨¢ximo logro puede que consistiera, sin embargo, en habernos proporcionado el m¨¦todo m¨¢s completo y eficaz para emprender estos estudios con rigor cient¨ªfico sin tener que renunciar a un an¨¢lisis eficaz de sus componentes normativos. Hasta que ¨¦l entr¨® en escena, los estudios de la democracia se escind¨ªan en dos enfoques separados que apenas se dejaban reconciliar. De un lado estaba toda la literatura de teor¨ªa o filosof¨ªa pol¨ªtica, que abordaba el objeto desde un enfoque puramente normativo; y, de otro, los an¨¢lisis emp¨ªricos que se concentraban en aspectos muy concretos del funcionamiento de los sistemas democr¨¢ticos ¡°realmente existentes¡±. Unos especulaban y otros hac¨ªan estudios de campo. Faltaba el engarce entre unos y otros, justo aquello que Dahl consigui¨® proporcionarnos a lo largo de un esfuerzo que le llev¨® toda una vida.
A estos efectos, su libro de 1961 Who governs (?Qui¨¦n gobierna?, Centro de Investigaciones Sociol¨®gicas, 2010) fue absolutamente rompedor. El Times Literary Supplement lo consider¨® uno de los 100 libros m¨¢s influyentes desde la II Guerra Mundial. Es un estudio de caso, la adopci¨®n de decisiones pol¨ªticas en la ciudad americana de New Haven, que le permiti¨® demostrar c¨®mo la pr¨¢ctica pol¨ªtica confirmaba el presupuesto te¨®rico de que todos los grupos tienen la misma capacidad efectiva de hacerse o¨ªr e influir sobre las decisiones p¨²blicas, que el ejercicio de la democracia en los Estados Unidos era, en efecto, pluralista. M¨¢s adelante comenzar¨ªa a tener m¨¢s dudas al constatar la dificultad de las democracias para cumplir su ideal, el gobierno del pueblo para el pueblo. Seg¨²n nuestro autor el n¨²cleo normativo de la democracia se encontraba en el principio de igualdad pol¨ªtica, amenazado siempre por las interferencias del poder econ¨®mico y las dificultades de instrumentalizar un sistema institucional y un conjunto de pr¨¢cticas con capacidad de realizarlo. De ah¨ª que prefiriera definir la democracia real como poliarqu¨ªa, el ¡°poder de los muchos¡±, que no equivale necesariamente al poder del pueblo.
Su libro de ese mismo t¨ªtulo, aparecido en 1971, marcar¨ªa el comienzo de un esfuerzo por establecer un cat¨¢logo de cu¨¢les son las condiciones procedimentales y culturales m¨ªnimas que nos permiten confirmar la realizaci¨®n del ideal democr¨¢tico. Dado que ning¨²n r¨¦gimen pol¨ªtico las cumple en su totalidad, ning¨²n sistema puede presentarse como pleno, la democracia es un ideal permanentemente inacabado. Pero esa especificaci¨®n de sus rasgos consustanciales sirvi¨® para establecer un magn¨ªfico rasero capaz de facilitar la comparaci¨®n entre sistemas pol¨ªticos. En ese sentido Dahl realiz¨® respecto a la democracia una contribuci¨®n similar a la que su compa?ero de Harvard, el fil¨®sofo pol¨ªtico John Rawls, hiciera respecto de la justicia. Con la diferencia de que aqu¨ª los rasgos te¨®ricos se someten al contraste de implacables investigaciones emp¨ªricas, facilitando la aparici¨®n de innumerables estudios de campo que renovaron la ciencia pol¨ªtica mundial.
Hace a?os, en 2001, fue nombrado doctor honoris causa por la universidad Complutense de Madrid, junto con otro grande de la teor¨ªa democr¨¢tica, Giovanni Sartori, y el genial Albert Hirschman, a quien tambi¨¦n perdimos hace poco m¨¢s de un a?o. Manten¨ªa el mismo porte de patricio de Nueva Inglaterra y sorprendi¨® por esa modestia de la que solo son capaces los mejores. En p¨²blico y en privado no dej¨® de llamar la atenci¨®n sobre su m¨¢xima preocupaci¨®n en esos momentos, el peligro que para la salud democr¨¢tica significaban la globalizaci¨®n y la concentraci¨®n del poder econ¨®mico. Como siempre, result¨® prof¨¦tico. Me temo que habr¨¢ que esperar mucho para encontrar otra figura de su talla humana e intelectual.
Fernando Vallesp¨ªn es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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