Incredulidad cinematogr¨¢fica

Para que en una pel¨ªcula sea efectivo un milagro, en el sentido religioso, casi se necesita otro milagro, esta vez cinematogr¨¢fico. La visualizaci¨®n del evento en s¨ª, de la intervenci¨®n divina, implica tantos peligros (en el tono de la secuencia, en la planificaci¨®n, en la visualizaci¨®n, en la posible entrada de la posproducci¨®n...), que se pueden contar con los dedos de una mano (y media) los relatos comandados por un hecho inexplicable por las leyes naturales que acaban confluyendo en un prodigio cinematogr¨¢fico. Y no hablamos de fantas¨ªa al uso, sino de milagro. La palabra, de Dreyer, y Rompiendo las olas, de Von Trier, en la memoria. Eso s¨ª, hac¨ªa tiempo que no se ve¨ªa una tentativa tan err¨®nea como la de Cuento de invierno, pel¨ªcula escrita y dirigida por Akiva Goldsman, que adapta una novela de Mark Helprin.

A Goldsman, hasta ahora experimentado productor y, en los c¨ªrculos de Hollywood, reputado guionista, el proyecto le viene enorme en su tarea como novel director (es su debut). Mientras que, como escritor, en cierto modo se confirman sus problemas para trascender en los grandes temas m¨¢s all¨¢ de una ab¨²lica superficialidad para p¨²blicos poco exigentes, demostrada en t¨ªtulos como El c¨®digo Da Vinci y Una mente maravillosa, uno de los peores Oscar a la mejor pel¨ªcula del cine reciente. En esta fantas¨ªa pseudo-religiosa, con mucho de ideolog¨ªa new age y abundantes dosis de az¨²car, la narraci¨®n es farragosa; los personajes, rid¨ªculos; el tono, melifluo, y la visualizaci¨®n, sorprendentemente pedestre en una gran producci¨®n de este tipo. Desde la narrativa en off de la base del relato, la creencia en que hay algo que nos conecta m¨¢s all¨¢ del tiempo y el espacio, y que a¨²n no podemos comprender, hasta los m¨¢s nimios detalles, caso del risible peinado del protagonista, Cuento de invierno es un enorme fracaso.