Travelling para La Nena
Retrato de la escritora Ana Mar¨ªa Moix y su entorno literario, la 'gauche divine' barcelonesa
Me acuerdo v¨ªvidamente de la primera vez que vi a Ana Moix, fallecida a los 66 a?os el ¨²ltimo d¨ªa de febrero. Fue en la librer¨ªa T¨¦cnica Extranjera, de Sigfrid Blume, a finales de los sesenta quiz¨¢s, abarrotada durante la presentaci¨®n de un libro (entonces suced¨ªan tales cosas). All¨ª estaba mi amiga Esther Tusquets (gran editora aunque todav¨ªa no escritora publicada) con una chica muy t¨ªmida y atractiva, Ana Moix. Estuvimos hablando largo rato, Ana la que menos, y creo que nos ca¨ªmos bien. Luego nos hemos visto muchas veces, aqu¨ª y all¨¢, de forma espor¨¢dica y algo guadianesca, y he ido siguiendo su trayectoria. Tambi¨¦n por las mismas fechas conoc¨ª a su hermano Terenci, con quien tuve una relaci¨®n similar.
Un curioso d¨²o de hermanos que se quer¨ªan mucho pese a las obvias diferencias entre el megal¨®mano, histri¨®nico y arrolladoramente simp¨¢tico Terenci y el humor soterrado (pero insistente y agudo), en low key, de Ana. Tambi¨¦n era muy distinta su consideraci¨®n literaria: mientras Terenci hab¨ªa hecho una entrada apabullante en la literatura catalana, la jovenc¨ªsima Ana ten¨ªa much¨ªsimo prestigio como escritora en castellano entre quienes dictaban el canon de aquellos tiempos: Josep Maria Castellet (creo que fue ¨¦l quien la bautiz¨® como La Nena) y Carlos Barral: para ellos Moix significaba Ana, y Terenci era el hermano de La Nena. El amor fraterno siempre persisti¨® y, m¨¢s adelante, Ana se desvivi¨® para conmemorar el recuerdo de su hermano con los Premios Terenci Moix.
Un flash: Ana Moix, a principios de los setenta, era la gran candidata al Premio Barral de Novela, que Carlos patrocinaba en su nueva editorial. Hab¨ªa un jurado de superlujo en el que, adem¨¢s de Barral y Castellet, estaban Garc¨ªa M¨¢rquez y Cort¨¢zar, todos convencidos de que el premio ser¨ªa para Ana Moix. Pero no contaban con la presencia de los entonces insolentes j¨®venes turcos F¨¦lix de Az¨²a y Salvador Clotas, defensores entonces a ultranza de literaturas muy experimentales (y a menudo indigestas) que pusieron la proa al libro de Ana (demasiado ¡°cl¨¢sico¡±) y el premio qued¨® desierto. Y aquella noche fat¨ªdica, recuerdo que entr¨¦ en Bocaccio y en el extremo izquierdo de la barra estaba Barral, desolado, intentando consolar tiernamente a La Nena para que superara aquel mal trago inesperado. Poco antes, Ana hab¨ªa destacado como poeta y era la ¨²nica mujer (o chica, o nena) incluida en Nueve nov¨ªsimos poetas espa?oles, la c¨¦lebre y pol¨¦mica antolog¨ªa de Castellet, en la que tambi¨¦n estaban sus grandes compinches Pedro Gimferrer y Leopoldo Mar¨ªa Panero. Y como periodista hizo una serie de significativas entrevistas con destacados miembros de la gauche divine, que luego recogi¨® en un volumen. Entre ellos estaba ?scar Tusquets que piafaba en solitario por ser nombrado pr¨ªncipe de dicha cofrad¨ªa, pero tan anhelada distinci¨®n, para la que hubiera tenido pocos rivales, nunca lleg¨® a estrenarse.
Segu¨ª viendo a Ana con frecuencia en dos locales sociales. En la casa de Esther Tusquets, gran amiga com¨²n hasta su muerte, y en la terraza de Ricardo Mu?oz Suay en su casa de Calafell, donde se reun¨ªan los fines de semana los fijos del lugar, entre ellos Carlos Barral e Yvonne, Juan Mars¨¦ y Joaquina, Ana y Rosa S¨¦nder y otros amigos veraneantes a los que nos agreg¨¢bamos con frecuencia amigos editores de Barcelona, como Mario Muchnik y Nicole, Beatriz de Moura, o Lali y yo. El m¨¢ximo aliciente festivo de las veladas eran las inenarrables batallas dial¨¦cticas entre Barral y Mu?oz Suay. Y las tambi¨¦n inenarrables paellas de Nieves Mu?oz Suay (otra lengua afilada, por cierto). Y en esas reuniones, de vez en cuando se escuchaba un certero comentario, un chisme iluminador (y debidamente malvado) dicho en voz tenue y como en passant por Ana, a quien todos admir¨¢bamos y quer¨ªamos y tambi¨¦n re?¨ªamos: ¡°Ana, tienes que escribir m¨¢s¡±. Ya que todo lo que escrib¨ªa era excelente pero, ay, demasiado escaso. Su ¨²ltimo libro, en 2011, el manifiesto de una ciudadana de izquierdas de toda la vida, fue un testimonio indignado ante la deriva de esta ¨¦poca nefasta.
En los ¨²ltimos tiempos, ya enferma, hab¨ªamos coincidido en otro local social, un restaurante de la calle Enrique Granados, cerca de su casa, donde almorzaba una vez al mes con Rafael Soriano, Faustino Linares y Vicen? Lleal, tres hist¨®ricos de aquella Distribuciones de Enlace, que fundamos en 1970 con tanta ilusi¨®n con Barral, Castellet, Esther, Beatriz, Com¨ªn, Altares, Fortuny... Una comida a la que nos apunt¨¢bamos cuando pod¨ªamos Lali y yo, en la que Ana parec¨ªa feliz y brillaba su entusiasmo por el placer del chisme como revelador de personas, de situaciones, de una ¨¦poca: la b¨²squeda de la verdad, el ejercicio de la inteligencia. Y tambi¨¦n el humor, por descontado, ¡°vacilar¡±, lo que Gabo llama con fruici¨®n caribe?a ¡°mamar gallo¡±.
No hace muchos d¨ªas Lali, Faustino y yo la visitamos en la cl¨ªnica en la que ya estaba ingresada, y siempre con el apoyo y la presencia de Rosa, y tambi¨¦n a menudo con la compa?¨ªa de amigas de muchos a?os, Colita, Maruja Torres, Anna Maio. Y fue una conversaci¨®n como hubi¨¦ramos podido tenerla hace d¨¦cadas en casa de Esther Tusquets, sin apenas comentarios sobre su estado de salud, sin asomo de autocompasi¨®n, sin lugares comunes ni verborrea de relleno, sino proseguir hablando de personas, de amigos pintorescos de Calafell o del gremio de la letra, tan agradecido. Con risas y sin l¨¢grimas.
Jorge Herralde es editor.
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