Hero¨ªsmo dopado

En un intento por trasladar la cadencia de las vi?etas de la novela gr¨¢fica creada por Frank Miller, hace casi ocho a?os Zack Snyder fundament¨® la caligraf¨ªa cinematogr¨¢fica de 300 sobre una apoteosis del ralent¨ª, del croma y la posproducci¨®n digital, un concepto que dejaba su adaptaci¨®n mucho m¨¢s cerca de la animaci¨®n CGI que de la pel¨ªcula de acci¨®n real.

En esta segunda entrega, 300: el origen de un imperio, una especie de spin-off en paralelo, desgajado de la historia original, Snyder se conforma con las tareas de producci¨®n y deja al mando al israel¨ª Noam Murro, que reincide en la sistem¨¢tica con una aventura hiper-musculada de esteroides t¨¦cnicos en la que siguen sin encajar bien el manejo del tiempo secuencial y el engranaje total del tono, siempre demasiado arriba en grandilocuencia de la puesta en escena (el salpicado de sangre en 3D hacia la platea como sello de estilo), sonido (esa horrorosa distorsi¨®n del personaje de Rodrigo Santoro, al estilo del reciente Smaug de Peter Jackson), banda sonora (la percusi¨®n atronadora) y hasta en sus discursos heroicos ("?m¨¢s vale morir de pie que vivir de rodillas!"). As¨ª, a pesar de que la pel¨ªcula crea un pu?ado de im¨¢genes de cierta potencia visual y de que el metraje est¨¢ muy bien ajustado, todo adquiere un grado de solemnidad dif¨ªcil de articular en un entretenimiento. Como esos atletas inyectados de esteroides que s¨®lo aparentan el salvajismo, esta segunda entrega de 300, empezando por un polvo supuestamente brutal, simula una fuerza que en realidad le viene, no de la base, sino de un calculado doping.