¡°Decidieron que ellos eran los ¡®hombres¡¯ y yo una se?orita, una ni?a, Miss Poes¨ªa¡±
Dolido con los poetas de la generaci¨®n del 27, meticuloso en el trabajo y orgulloso de su obra. As¨ª es el Juan Ram¨®n Jim¨¦nez que se autorretrata en estos in¨¦ditos de 'Vida'
Orden de trabajo diario
Levantarme a las 9.
Desayuno, ba?o, arreglo mental y de casa, paseo; hasta las ll.
Trabajo en mi obra propia; hasta las 2 y ?.
Comida, descanso breve, peri¨®dicos del d¨ªa y atrasados (de 6 a 8); hasta las 5.
De 5 a 7: un d¨ªa, traducci¨®n y su imprenta; otro, env¨ªo de libros y arreglo biblioteca.
Paseo a las 7 y ? (Retiro, visitas, librer¨ªas, calles, etc.)
Cena a las 9 y ?. Idiomas y lectura; hasta las 12.
Los jueves por la tarde, despu¨¦s de los peri¨®dicos, paquetes a mi madre y hermano.
Los domingos: por la ma?ana, cartas; por la tarde, cartas a mi madre y hermano
Putas
Mis amigos sol¨ªan ir en Huelva, en Sevilla, en Madrid, a las casas de putas. La vida de Sevilla ten¨ªa en su diario ese nocturno. Yo no sent¨ªa la menor emoci¨®n por aquellas muchachas m¨¢s o menos j¨®venes, rubias o morenas, que me besaban y me preguntaban cu¨¢ndo ir¨ªa a verlas. Porque yo estaba fascinado por unos ojos verdes de la hermana de un amigo, el brazo mate de la tiple italiana, la ecuyere del circo. Todo lo imposible o lo improbable.
Ca¨ª algunas veces por no ser menos ante ellas y ello, ante ellos con ellas y ellas con ellos. Yo pensaba y cre¨ªa que todas aquellas muchachas ten¨ªan una sensibilidad secreta que nadie hab¨ªa tocado.
Y si, por acompa?ar a mis amigos, iba, buscaba la muchacha m¨¢s triste, m¨¢s delicada y hablaba con ella de su casa, de su pueblo, de su vida. Algunas me dieron, en la sombra, un beso amigo, cari?oso, desinteresado.
(¡) Lo escabroso (y ciertos amores) a¨²n anteriores a 1916, lo escribir¨¦ pero no lo publicar¨¦ ahora sino p¨®stumamente. Respeto a Zenobia.
El m¨ªstico y los p¨ªcaros
Yo no iba a casas de putas, no dec¨ªa ¡°carajo¡±, ¡°co?o¡±, palabras gordas, como dicen los ¡°hombres¡±, no andaba ¡°necesariamente¡±, con toreros ni cupletistas.
En vista de esto yo estorbaba a los p¨ªcaros, yo era, dec¨ªan, un m¨ªstico, y decidieron que ellos eran los ¡°hombres¡± y yo una se?orita, una ni?a, Miss Poes¨ªa, etc. Y para ponerse ellos en su sitio, lo intentaron todo, caricatura soez, copla baja, para echarme abajo lo m¨ªo.
Les di ejemplo de dignidad y se re¨ªan. Por eso Salinas, Guill¨¦n, (Lorca), Alberti y ¡ª?ay!¡ª Bergam¨ªn se volvieron y volvieron a los otros contra m¨ª.
Los m¨¢s hip¨®critas de ellos decidieron que yo era un puritano, peor todav¨ªa que un m¨ªstico. La cuesti¨®n era, como en el nazismo, justificar su conveniencia; y decidieron que la picaresca era m¨¢s espa?ola. Y todos juntos ya, se pasaron, lugar de su vocaci¨®n y su destino, a la picaresca.
Ellos quer¨ªan vitorear. En realidad estaban haciendo conmigo una farsa de soluci¨®n. Yo representaba ¡°el esp¨ªritu¡±, dec¨ªan, y claro, conmigo no se pod¨ªa contar para ¡°ciertas cosas¡± con que ellos necesitaban contar y recontar.
El cine
(¡) El cine (mudo) con el jesto solo y misterioso est¨¢ muy cerca de lo inefable.
?
Muerte de Mam¨¢ Pura
(1 de septiembre de 1928)
1
Se hab¨ªa puesto muy delgada y parec¨ªa m¨¢s alta. La ra¨ªz se le hab¨ªa ca¨ªdo. Recordaba, de nuevo, el retrato de cuando era joven hecho en C¨¢diz.
La mam¨¢ Pura que yo hab¨ªa conocido mejor, desde sus cuarenta a sus sesenta a?os, se desvanec¨ªa, y quedaba la de su ¨²ltima vejez, menos conocida por m¨ª, unida a la de su juventud seg¨²n el retrato de C¨¢diz.
Todav¨ªa le gustaba el perfecto arreglo, como dec¨ªa ella. Nada de melindres, pero bien arreglada.
Yo le dije que sab¨ªa que cuando era ella joven la jente se asomaba para verla pasar.
Sonri¨® hacia dentro, hacia lo que le quedaba de existencia, y[SUSPENSIVOS]¡[/SUSPENSIVOS]:
¡ª?Qui¨¦n te ha dicho a ti eso?
Y luego, con una iron¨ªa entre triste y bondadosa, mir¨¢ndose lo que ya le quedaba:
¡ª¡°Date tono, Trinidad; ya me lo voy dando, mam¨¢¡±.
¡ª?Bendito sea Dios!
Y se re¨ªa porque no quer¨ªa llorar.
2
Todos hablaban alto, acostumbrados a o¨ªrle y a querer decir lo suyo, con esa algarab¨ªa que hacen en Moguer para hablar. Yo, que en estos ¨²ltimos a?os la hab¨ªa visto tan poco, los hac¨ªa callar y le dec¨ªa:
¡ªDiga usted, madre.
¡ªMi madre ten¨ªa locura por las flores, cuando se estaba muriendo la pobre deliraba con las flores; las flores, los olores, los olores de las flores. Yo le llen¨¦ de flores la caja.
De pronto variaba la conversaci¨®n:
¡ª?Qu¨¦ buena est¨¢s t¨²!; le dijo a mi mujer.
¡ªMam¨¢ Pura, ?a que no se acuerda de c¨®mo me llamo?
¡ª?Qu¨¦ cosas tienes! ?No me voy a acordar?
Y no se acordaba.
¡ªDe modo que¡ no me voy a acordar ?Vaya!
Entonces el ni?o, desde el cuarto de al lado:
¡ª?T¨ªa Zenobia!
Y ella lo mir¨® con unos ojazos sonrientes, que, de pronto, tuvieron los cuarenta a?os que ten¨ªa cuando muri¨® la madre del ni?o:
¡ª?Tunantillo! Con una mirada¡
Miraba al ni?o sin madre, envolvi¨¦ndolo como con toda su vida futura que iba a quitar de su lado. Pero nada de sentimentalismo.
Y como nada se le escapaba:
¡ªHijo, tienes un pernil m¨¢s largo que otro. A m¨ª me gustan las cosas perfectas.
El ni?o se iba riendo, pero se arreglaba el pantal¨®n. Y se le pon¨ªa enfrente, mir¨¢ndola. Ella le sonre¨ªa y no le dec¨ªa nada.
Luego:
¡ªA m¨ª me gusta educar as¨ª a mis hijos. Con una mirada[SUSPENSIVOS]¡[/SUSPENSIVOS] As¨ª hay que educar a los ni?os.
Y se volv¨ªa a hablar de las flores.
3
Mi madre despert¨® de su sopor del l¨¢udano, alz¨® los ojos a la puerta y nos llam¨®:
¡ª?No os sent¨¢is aqu¨ª un ratito conmigo?
Los altos estaban rodeados del fino sol salado de la primera tarde de setiembre. Nos sentamos con mi madre.
Por la alta ventana se ve¨ªa la pimienta del patio de junio, y en su cima, dentro y fuera de la habitaci¨®n donde mi madre se apagaba, musiqueaba tiernamente un fino pajarillo.
Mi madre nos miraba con una cara de bendici¨®n y unos ojos desde lo eterno desconocido:
¡ª?Qu¨¦ pena, hijos, haberos conocido toda la vida y tener que¡ desaparecer!
Luego:
¡ªYa no debierais iros nunca. ?Qu¨¦ alegr¨ªa m¨¢s grande! Esto deber¨ªa ser eterno¡
Y se tra¨ªa en su espresi¨®n su para¨ªso celestial, como queriendo traslad¨¢rnoslo a esta vida.
¡ªMam¨¢, volveremos muchas veces, muchas¡
¡ªS¨ª, ustedes vendr¨¢n, pero yo¡ ya¡
Nunca dec¨ªa la palabra fatal. No quer¨ªa entregarse al sentimentalismo. Y, como avergonzada, se pon¨ªa en lo m¨¢s corriente:
¡ª?Qu¨¦ tendr¨¦ yo en esta boca?
Y como el ni?o, su nieto sin madre, su hijo menor, se hubiese subido en el escal¨®n de la puerta sobre su padre, me dec¨ªa:
¡ª?Has visto qu¨¦ alto? Casi como su padre.
Y, al momento, mirando al suelo, y con una sonrisa un instante diaria y normal:
¡ª¡°Y te conozco, Orozco¡± ¡ªde su refranero habitual exasperado en los ¨²ltimos d¨ªas.
Y otra vez:
¡ª?sta es la despedida... ?Qu¨¦ hijos tengo!
Es verdad ¡ªy qu¨¦ alegr¨ªa da esto¡ª que todos la quer¨ªamos mucho y que sus ¨²ltimos d¨ªas tuvieron la felicidad de una c¨¢lida puesta de sol de invierno.
Se hizo por ella todo lo conveniente porque siempre el esceso va contra lo natural.
¡ª?Qu¨¦ hijos todos!
¡ªTiene usted, mam¨¢, los hijos que se merece...
¡ªEso ustedes lo sabr¨¢n...
Y se sumi¨® en lo confuso de que s¨®lo le sac¨® el nivel de la muerte.
y 4
Trasparente, cera fr¨ªa, ah¨ª va Mam¨¢ Pura, toda envuelta en jazmines, a tu amor nuevo¡ T¨² la esperas con tu barbita crecida en tu cara momificada.
Yo hubiera querido enterrarla a mi gusto. Pero nunca se sabe lo que se hace en estos casos. S¨ª, yo hubiese mandado hacer la fosa m¨¢s ancha y m¨¢s alta, mi padre y mi madre hubiesen estado los dos juntos y en la misma direcci¨®n, y no tan hondos. Pero mand¨¦ hacerla de tres metros de honda y uno de ancho, de modo que mi padre mira al Sur y mi madre al Norte. Claro que as¨ª mira para ac¨¢, para Madrid, para m¨ª¡ La tumba quiero hacerla con arte y materiales de Moguer. Ladrillo y cal, hierro forjado, macetas con jeranios rosas, enredaderas¡ Y, a la cabecera, el cipr¨¦s de Fuentepi?a.
La inscripci¨®n, ¨¦sta, escueta:
V?CTOR Y PURA
***
A veces, en alg¨²n jesto m¨ªo, en alguna manera de hacer yo las cosas, mi t¨ªa, mi hermano, mi sobrina, dicen que parece que est¨¢n viendo a mi madre¡ ¡ª?Igualito!¡ª, dicen.
Yo sonr¨ªo, en un sonre¨ªr completo y hacia dentro, satisfecho, feliz. As¨ª, me digo, teniendo a mi madre dentro de m¨ª, como antes me tuvo a m¨ª ella, no podr¨¦ perderla nunca.
El martirio de escribir
30 a?os de mis 45 los he pasado en el martirio de escribir, con la voluptuosa exactitud que en cada edad me ha exijido mi m¨¢s o menos activa conciencia, mis sentimientos, fantas¨ªas y pensamientos ¡ªcomo si no hubiera sido bastante y m¨¢s, para m¨ª, el ego¨ªsmo de poseerlos plenamente, y como si la poes¨ªa escrita le importase a alguien.
La vida. Vivir
Es frecuente que los que escriben sobre m¨ª, digo, contra m¨ª, me echen en cara que no he vivido. Recuerdo las l¨ªneas de Stendhal en Roma: ¡°Un d¨ªa hermoso he visto la puesta de sol desde San Pedro¡±, etc. Pues cosas as¨ª son las que yo hago a diario: amo a una mujer, salgo a la naturaleza, campo, mar, jard¨ªn, plaza, ando por las calles, leo, veo pinturas, oigo m¨²sica, viajo lo que puedo y s¨¦ que puedo estar solo cuando quiero. No voy a caf¨¦s, toros o prostitutas no por (¡), sino porque no me gustan. Si X prefiere el caf¨¦ a la m¨²sica, yo prefiero el (¡) a la casa de putas. ?Esa es la vida?
Se dice que X ha vivido. Conozco su vida. Se levanta, no se lava, desayuna, se va a dar un paseo camino de su clase, se va al caf¨¦ (tres horas), una puta, cenar y dormir, no se lava.
Estoy contento del trabajo de mi vida
Estoy contento del trabajo de mi vida y creo que, al fin, conmigo, tiene Espa?a un poeta completo que puede unir a los universales. A ver, ahora, cu¨¢ntos siglos pasar¨¢n antes de que venga otro espa?ol a ponerse a mi lado. Esto no es orgullo. Es gozo. No soy yo quien me jacto por m¨ª; sino yo que he castigado, sacrificado, exaltado, al otro yo que ha realizado tal obra.
Y, ahora, muerte, ven por mis huesos. Ahora, siglos, venid contra mi Poes¨ªa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.