Abrir otra verdad
Hay una toma de conciencia cultural e ideol¨®gica sobre el abuso de los relatos unificadores y embusteros
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Quiz¨¢ no tiene nada ya de vanguardia o de novedad, pero es uno de los ejes que a m¨ª me parece m¨¢s valioso de la narrativa hispana de los ¨²ltimos quince a?os. Va asociado a una toma de conciencia pol¨ªtica sobre la falibilidad de los relatos colectivos, sobre la manipulaci¨®n interesada del pasado, sobre la perplejidad por el modo en que el presente se consuela y tranquiliza minti¨¦ndose sobre sus padres y sus abuelos. En sociedades sobrecargadas de sacudidas dram¨¢ticas todo ha sido peor, como puede haber sucedido en Chile o en Argentina o en Espa?a, en la violencia estructural de Colombia o de M¨¦xico. Por eso no es extra?o que ciudadanos de esos pa¨ªses hayan detectado, en sus respectivos entornos culturales, versiones estables y m¨¢s o menos oficiales de la historia pr¨®xima que de golpe, en nuevas condiciones sociales, generacionales y pol¨ªticas, se revelaban extremadamente fr¨¢giles. A veces incluso parec¨ªan verdades que s¨®lo pod¨ªan funcionar fiablemente como partes de una verdad contradictoria y mayor (para no ser lo peor que puede ser una mentira: parte de una verdad).
Incluso de ah¨ª pod¨ªa nacer un inter¨¦s nuevo por el conflicto moral que vive quien descubre, quien aprende, quien desvela lo velado y el deber consiguiente de narrarlo y compartirlo, de difundirlo en forma persuasiva y convincente: como nueva verdad, aunque sea verdad literaria. Cuando Juan Gabriel V¨¢squez retoma un pasado remoto desde la sospecha de una informaci¨®n sectaria o falsificada, cuando Patricio Pron se interroga sobre la verdadera construcci¨®n de una ideolog¨ªa de lucha encarnada en sus padres, cuando Jordi Soler recorre el territoro de la memoria y los ensue?os de una familia exiliada de Espa?a, creo que no est¨¢n haciendo algo sustancialmente distinto a lo que han hecho Javier Cercas cuando se pregunta d¨®nde anda el rastro de los que lucharon por la liberaci¨®n de Par¨ªs en 1945 y de los que nadie se acuerda, o Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n cuando desentierra historias que retratan la disciplina de guerra y partido como disciplina embrutecida, cuando Andr¨¦s Trapiello desmorona la paz ¨ªntima de la buena conciencia enfrent¨¢ndola al castigo potencial del pasado culpable, cuando Mu?oz Molina echa sobre s¨ª la necesidad de evocar las vidas rotas de una Europa maltratada o cuando Javier Mar¨ªas regresa al inh¨®spito mapa de la guerra y la posguerra para explorar a la vez los mimbres de la lealtad o la traici¨®n.
Ignoro la raz¨®n de fondo para esas formas de explotaci¨®n novelesca de la inquietud por el presente (¨¦tico e ideol¨®gico), pero su aire de familia, sus parentescos difusos, sus complicidades incluso, parecen remitir a una toma de conciencia cultural e ideol¨®gica sobre el abuso de los relatos unificadores, propagand¨ªsticos, embusteros e interesados. Activan en formatos novelescos, a veces incluso experimentales, y muy distintos entre s¨ª, una semejante pulsi¨®n ilustrada de raz¨®n cr¨ªtica, aunque suene muy rancia la palabra. Es una pulsi¨®n vinculada con un af¨¢n de asertividad: rechazar los cuentos chinos y las trolas ¨²tiles, y asumir las secuelas en forma de desmoronamiento del retrato prefijado de buenos y de malos. Pueden tambi¨¦n ponernos contra las cuerdas al evidenciar las trampas que suelen contener los relatos de una historia un¨¢nime. Todos ellos saben que la uniformidad interpretativa es una forma de autolegitimaci¨®n dispensada de ser verdad fidedigna porque su funci¨®n es otra: aparecer como verdad incontestable e incuestionable. La literatura hace lo contrario: suscitar otras verdades sin finalidad pr¨¢ctica aunque sean las m¨¢s vitales.
Hay una toma de conciencia cultural e ideol¨®gica sobre el abuso de los relatos unificadores y embusteros
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