Un diablo con alas de ¨¢ngel
La Biblia ha generado novelas piadosas, toleradas y hasta anatemizadas
Temas b¨ªblicos aparecen tempranamente en obras de la l¨ªrica y del teatro musical, y hay hasta unas deliciosas "sevillanas b¨ªblicas", las de los Hermanos Toronjo, que cuentan con detalle c¨®mo Judith cercen¨® la cabeza de Holofernes. Esas sevillanas de Lebrija se pudieron o¨ªr (y ver) en el filme de Carlos Saura, y son una joya del patrimonio musical espa?ol. Lo de las novelas vino despu¨¦s, casi a remolque de la profusa tradici¨®n iconogr¨¢fica occidental, repleta de sangre y t¨²nicas, p¨¦plum y alas, cielos y centellas. Los argumentos b¨ªblicos, ya fueran del Antiguo como del Nuevo Testamento han generado un amplio cat¨¢logo de novelas de muy diversa ¨ªndole, algunas m¨¢s piadosas que otras; algunas toleradas por las confesiones religiosas, otras anatemizadas como piezas de verdadera herej¨ªa moderna. Los albores del siglo XX abonaron el g¨¦nero tambi¨¦n en estilos muy diversos y en obras dirigidas con especificidad a p¨²blicos diferentes. Ha habido mucha hojarasca de ocasi¨®n, y algunas obras maestras indiscutidas. Entre ellas, las que poseen un valor fundacional o iniciador, como es el caso de La historia de Eliseo y la sunamita (1925), de Robert Graves (1895-1985), o en otro sentido, la tetralog¨ªa Jos¨¦ y sus hermanos (1933-1943) de Thomas Mann (1875-1955), probablemente la m¨¢s monumental y trascendente del g¨¦nero.
Casi coincidentes en el tiempo de su publicaci¨®n son otras dos piezas singulares y que han sido tanto elogiadas como blanco de ¨¢cidas cr¨ªticas: Barrab¨¢s (1950) del sueco P?r Lagerkvist (1891-1974) y La ¨²ltima tentaci¨®n de Cristo (1951), del griego Nikos Kazantzakis (1883-1957). El cine siempre ha visto caudal en estas novelas. Barrab¨¢s ha sido llevada dos veces al celuloide y la novela de Kazantzakis tuvo una sonada adaptaci¨®n de Paul Schrader que dirigi¨® Martin Scorsese en 1988. Si en sus tiempos al escritor griego le regalaron una corona de espinas, m¨¢s recientemente hubo rosarios y coloristas romer¨ªas en las puertas de los cines.
En el prefacio a la edici¨®n de Alianza de la novela de Graves, sus traductoras, Luc¨ªa Graves y Elena Lambea plantean el problema cardinal, que el joven novelista ya se plantea un profundo cuestionamiento de los hechos tradicionalmente aceptados. M¨¢s adelante, el pr¨®logo del propio autor es una declaraci¨®n de principios util¨ªsima hoy todav¨ªa a quien se interese por estos temas. Graves dice: "La Biblia no es como otros libros: nuestro tejido social se basa fundamentalmente en la autoridad del Pentateuco y nuestro Imperio en los precedentes del libro de Josu¨¦. (¡) As¨ª pues, la Biblia y en particular el Antiguo Testamento ya no se lee como se le¨ªa antes entre las clases instruidas -si no es como libro de texto en las escuelas y universidades-, y las discusiones religiosas se evitan con urbanidad". En los tiempos en que Graves escribi¨® esta consideraci¨®n empez¨® Mann a escribir Las historias de Jacob (1933), redactada entre diciembre de 1926 y octubre de 1930, primer libro de Jos¨¦ y sus hermanos, que en cierto sentido, es paradigma de la novela de exilio. Los dos primeros tomos se publicaron aun en Alemania; el segundo fue El joven Jos¨¦ (1934), hecha de enero de 1931 a junio de 1932, pero ya la tercera: Jos¨¦ en Egipto (1936) tuvo que publicarse en Viena. La cuarta y ¨²ltima, Jos¨¦ el proveedor, en el oeste de los Estados Unidos en 1943.
Tal como Graves cita que el pasaje de Eliseo y la sunamita "no es m¨¢s que una narraci¨®n muy sucinta", Thomas Mann arma su monumento literario con las justas l¨ªneas de los cap¨ªtulos 37 al 50 del G¨¦nesis. Lagervikst exprime las citas de Barrab¨¢s en el Nuevo testamento para desplegar su desgarrado an¨¢lisis de la lucha moral entre el bien y el mal, y sobre todo, la duda. Esa duda que tambi¨¦n sobrevuela la obra de Kazantzakis hasta las ¨²ltimas p¨¢ginas, donde logra subvertir la acci¨®n del Golgota en una met¨¢fora poderosa de la fuerza humana m¨¢s all¨¢ del sacrificio.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.