Macondo existe
Dicen que Aracataca desemboc¨® en el disfraz de otro nombre porque al ni?o Gabo le atra¨ªa cada vez que pasaban por delante el cartel de una finca bananera
Todo queda a mano en Aracataca. Todo a un paso. Aunque en mitad del trayecto que lleva del Instituto Picard¨ªa a la estaci¨®n, uno pueda caer v¨ªctima del soponcio por ese calor h¨²medo que aprieta y reblandece hasta convertir en gelatina interna, el improbable calcio de los huesos.
Por eso extra?a m¨¢s. Por eso no deja de llamar la atenci¨®n que la inmensa e inabarcable dimensi¨®n de Macondo saliera un d¨ªa de aquel olvidado trozo de terru?o al que llegaron aquellos gitanos guiados por Melquiades y portadores de todas las claves de la sabidur¨ªa, as¨ª como de las orillas donde defecaran los cocodrilos, se confundieran sin parar todas las costumbres y el ni?o Gabo, Gabito, recorriera agolpando en el radar de sus sentidos cada olor, cada vestigio de vida, cada sonido animal y vegetal, hasta ensancharlo para dejar boquiabierto al mundo como su vasto territorio imaginario.
Sin embargo ya nadie en el planeta saca a colaci¨®n los dem¨¢s significados de dicha palabra encomendada al solar de su magia
Dicen que Aracataca desemboc¨® en el disfraz de otro nombre porque al ni?o Gabo le atra¨ªa cada vez que pasaban por delante el cartel de una finca bananera. Lo relata en sus memorias, Vivir para contarla. ¡°El tren hizo una parada en una estaci¨®n sin pueblo, y poco despu¨¦s pas¨® frente a la ¨²nica finca bananera del camino, que ten¨ªa el nombre escrito en el portal: Macondo. Esta palabra me hab¨ªa llamado la atenci¨®n desde los primeros viajes con mi abuelo, pero s¨®lo de adulto descubr¨ª que me gustaba su resonancia po¨¦tica¡±.
Lo de menos era enterarse de qu¨¦ se trataba: ¡°Nunca se lo escuch¨¦ a nadie ni me pregunt¨¦ siquiera que significaba¡ Lo hab¨ªa usado ya en tres libros, como nombre de un pueblo imaginario, cuando me enter¨¦ en una enciclopedia casual, que es un ¨¢rbol del tr¨®pico parecido a la ceiba, que no produce flores ni frutos, y cuya madera esponjosa sirve para hacer canoas y esculpir trastos de cocina. M¨¢s tarde, descubr¨ª en la Enciclopedia Brit¨¢nica que en Tanganyika existe la etnia errante de los makondos y pens¨¦ que aquel pod¨ªa ser el origen de la palabra. Pero nunca lo averig¨¹¨¦ ni conoc¨ª el ¨¢rbol, pues muchas veces pregunt¨¦ por ¨¦l en la zona bananera y nadie supo dec¨ªrmelo. Tal vez no existi¨® nunca¡±.
Sin embargo ya nadie en el planeta saca a colaci¨®n los dem¨¢s significados de dicha palabra encomendada al solar de su magia. Macondo ya para siempre es el territorio inventado por Garc¨ªa M¨¢rquez. Y ese territorio est¨¢ inspirado en la ciudad donde naci¨® en el Nobel en 1923. All¨ª, junto a su casa, uno puede imaginar sus diarios recorridos. All¨ª sigue en pie la iglesia donde fue bautizado en la Plaza Bol¨ªvar. Un espacio ¡ªno la iglesia, la plaza¡ª cuyos jardines fueron construidos gracias a la financiaci¨®n de las putas que lo frecuentaban.
Con una de tantas crisis, escasearon los clientes y las peleas fueron habituales. Por cada ri?a, el alcalde las conmin¨® a aportar una cantidad que servir¨ªa para plantar ¨¢rboles o acotar jardineras, como cuenta Rubiela Reyes, gu¨ªa local. Seguido est¨¢ la calle de los turcos, que m¨¢s que turcos eran libaneses o sirios cat¨®licos despistados. Hab¨ªan cambiado el calor seco del desierto por el h¨²medo borbot¨®n de la selva a miles de kil¨®metros de distancia de sus or¨ªgenes.
Por all¨ª se dejaban caer los mandamases de la United Fruit Company antes y despu¨¦s de la matanza bananera que asol¨® el lugar en diciembre de 1928
All¨ª estaba el teatro Olimpia, por all¨ª sigue viviendo Magdalena Bola?o, la ni?era del escritor, quien a¨²n lo recuerda como muy tremendo, y un poco m¨¢s alejado, a la derecha, la ruta que lleva al colegio Mar¨ªa de Montessori, donde Gabo cuenta que le cost¨® mucho aprender a leer. Una prueba que logr¨® pasar cuando se adentr¨® en un volumen polvoriento que andaba por la casa y que mucho tiempo despu¨¦s descubrir¨ªa que se trataba de Las mil y una noches.
Justo enfrente, al parecer, don Nicol¨¢s M¨¢rquez, coronel retirado que insufl¨® para siempre en ¨¦l cierta fascinaci¨®n por el poder y otros enigmas desde que le regalara su primer diccionario, nada m¨¢s soltar al cr¨ªo en manos de sus maestras, se dejaba querer por una de sus amantes en la casa de enfrente. Fue un secreto que el nieto jam¨¢s revel¨® a nadie. Quiz¨¢s por lealtad, quiz¨¢s por no ver sufrir a su abuela Tranquilina.
Vicios menores y negocios mayores dejaban constancia de la inclinaci¨®n hacia las mujeres de este personaje que fue primer h¨¦roe de Gabito. Un hombre cercano, curioso y avispado para desenvolverse entre las filas del liberal Rafael Uribe, caudillo que dio mucho juego posterior al autor de Cien a?os de soledad. El abuelo Nicol¨¢s, aparte de sus aficiones por la gram¨¢tica en un pa¨ªs donde al menos cuatro presidentes de la rep¨²blica hab¨ªan publicado compendios sobre la materia en sus a?os de juventud, parece ser que regent¨® un burdel dedicado a prestar servicios a los extranjeros en las afueras del pueblo. No muy alejado de la estaci¨®n, aquel antro se dio en llamar con un gui?o de elegancia La academia de baile.
Aracataca fue fundi¨¦ndose en la ci¨¦naga terrenal de una irremediable decadencia
Por all¨ª se dejaban caer los mandamases de la United Fruit Company antes y despu¨¦s de la matanza bananera que asol¨® el lugar en diciembre de 1928. Silenciada entonces para no alentar la rabia de todos los sindicalistas del pa¨ªs que hubieran podido levantarse en armas, pas¨® de puertas para afuera como una an¨¦cdota y qued¨® grabada en el lugar como una supurante sombra de silencio. S¨®lo a?os despu¨¦s, certificado por el Departamento de Estado en EE UU, se supo que por aquellos altercados se hab¨ªa llevado a cabo una matanza indiscriminada con m¨¢s de 1.000 v¨ªctimas bajo orden del presidente Miguel Abad¨ªa M¨¦ndez.
A partir de entonces nada volvi¨® a ser lo mismo. Aracataca fue fundi¨¦ndose en la ci¨¦naga terrenal de una irremediable decadencia. Hasta que aquel ni?o, testigo inquieto de las epopeyas calladas que protagonizaron los suyos, elev¨® aquel lugar a los cielos inmortales de la literatura con otro nombre. El que resuena hoy en todos los o¨ªdos con un eco de luto conocido como Macondo.
Babelia
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