Todo lo que yo le debo
La desaparici¨®n de Garc¨ªa M¨¢rquez no solo era una noticia, sino un peque?o desliz del alma que muchos no olvidar¨¢n
Todos morimos, pero algunos mueren m¨¢s. Tard¨¦ poco en entender, el jueves por la noche, que la desaparici¨®n de Garc¨ªa M¨¢rquez no solo era una noticia, sino un peque?o desliz del alma que muchos no olvidar¨¢n. Lo entend¨ª por los mensajes que llegaban, por sus frases que empezaban a llover y rebotar por todos lados. Y eso que era bastante tarde, por la noche, en esas horas en las que empieza a no caber nada m¨¢s, en tu d¨ªa, y si se atasca el grifo lo dejas pasar y lo aplazas a ma?ana. Sin embargo muchos nos paramos, un instante, y nos saltamos un latido del coraz¨®n.
Que luego, dig¨¢moslo, hab¨ªamos tenido a?os para acostumbrarnos a la idea. Gabo se ha deslizado a la sombra despacio, con cierta timidez, y, en el fondo, de la manera m¨¢s gentil. Casi absurdo para uno que hab¨ªa escrito la eterna e hiperb¨®lica muerte de la Mam¨¢ Grande. Es como si Proust hubiese muerto practicando esqu¨ª n¨¢utico. Pero, bueno, el tiempo para un adi¨®s indoloro ¨¦l nos lo dio. Creo que muchos ni?os lo han le¨ªdo, estos a?os, e incluso amado, pensando que ya hab¨ªa muerto (al rev¨¦s, chicos, a pesar de la apariencia, no morir¨¢ nunca). Sin embargo, en el momento final, cuando se ha separado de la vida, silenciosamente como un cromo de los futbolistas de un ¨¢lbum viej¨ªsimo, nos hizo da?o, y as¨ª ha sido.
Se ha deslizado a la sombra despacio, con cierta timidez, de manera gentil
A los dem¨¢s no s¨¦, pero a m¨ª me hizo da?o porque yo, a Garc¨ªa M¨¢rquez, le debo un mont¨®n de cosas. Para empezar, los veinte segundos en los que le¨ª por primera vez las ¨²ltimas l¨ªneas de El amor en los tiempos del c¨®lera: ten¨ªa alrededor de treinta a?os y creo que all¨ª dej¨¦, justo en ese instante y para siempre, de tener dudas sobre la vida. Le debo a una frase suya, que un editor seguramente habr¨ªa cortado, la certeza de que si dios cre¨® el mundo, los hombres luego crearon los adjetivos y los adverbios, transformando una haza?a al fin y al cabo aburridita en una maravilla (no, la frase la guardo para m¨ª). Aprend¨ª de ¨¦l que escribir es una cuesti¨®n de generosidad, un gesto sin verg¨¹enza, una acci¨®n imprudente y un reflejo desproporcionado: si no es as¨ª, lo que est¨¢s haciendo, como mucho, es literatura. Descubr¨ª, ley¨¦ndole, que los sentimientos pueden ser repentinos, las pasiones devastadoras, las mujeres infinitas; que los olores no son enemigos, las ilusiones no son errores, y el tiempo, si existe, no es lineal: son todas cosas que no me hab¨ªan dado como dotaci¨®n cuando me enviaron a vivir. Le estoy agradecido por la respuesta que, removi¨¦ndose medio dormido en su hamaca, el coronel Buend¨ªa dio un d¨ªa cuando le avisaron de que hab¨ªa llegado una delegaci¨®n del partido para debatir con ¨¦l sobre la encrucijada que hab¨ªa alcanzado la guerra: ¡°Llev¨¢roslos de putas¡±. Y sobre todo: no conseguir¨¦ olvidarle porque no he le¨ªdo ni una sola p¨¢gina suya sin bailar. Incluso en las p¨¢ginas feas (las hay) no se deja nunca de bailar. No ten¨ªa que ver conmigo, yo no s¨¦ bailar, pero ¨¦l s¨ª, y no hab¨ªa manera de hacerle parar. Y cuando se van aquellos con quienes has bailado, metaf¨®ricamente o no, hay algo de tu belleza que se va para siempre.
Aprend¨ª de ¨¦l que escribir es cuesti¨®n de generosidad, un gesto sin verg¨¹enza
Debo decir tambi¨¦n que durante a?os am¨¦ los libros de Garc¨ªa M¨¢rquez desde lejos, sin pisar nunca Sudam¨¦rica. Luego, una vez acab¨¦ en Colombia. Fue un poco como acabar en la cama con una mujer con la que te escribiste cartas durante a?os. Para entendernos, cuando a los colombianos les citas la expresi¨®n ¡°realismo m¨¢gico¡± se echan al suelo de las risas. En cualquier caso no entienden qu¨¦ significa. Porque lo que nosotros tratamos de definir, ellos lo poseen como desarrollo normal de las cosas, paisaje at¨¢vico del vivir, catalogaci¨®n ordinaria de lo creado. Te paras a charlar diez minutos con un camarero y ya est¨¢s en Macondo. Es que somos pobres y habitamos una tierra complicada, me explic¨® una vez un poeta de all¨ª. As¨ª que las noticias no viajan, el saber se derrite, y todo se lega en la ¨²nica manera que no tiene obst¨¢culos y no cuesta nada: el relato. Luego, con cierta coherencia, me cont¨® esta historia verdadera (aunque verdadera, lo entend¨¦is, all¨ª es una palabra bastante evanescente). Un pueblo de la costa, para la fiesta grande, contrata a un circo de la capital. El circo se sube a un barco y pone rumbo al pueblo. No lejos de la costa sin embargo naufraga: todo el circo se hunde, y las corrientes se lo llevan. Dos d¨ªas despu¨¦s, en un pueblo cercano (aunque cercano, all¨ª, significa poco porque si no hay una carretera que parte la selva podr¨ªas estar a mil kil¨®metros), los pescadores salen a recoger las redes. No saben nada del otro pueblo, nada del circo, nada del naufragio. Sacan las redes y se encuentran a un le¨®n. No se inmutan. Vuelven a casa. ?Qu¨¦ tal ha ido hoy?, le habr¨¢n preguntado al pescador, en casa, todos alrededor de la mesa, para la cena. Pues nada, hoy hemos pescado leones.
Descubr¨ª que las pasiones pueden ser devastadoras y las mujeres infinitas
Nosotros esto lo llamamos ¡°realismo m¨¢gico¡±. Entender¨¦is bien que esos no entiendan.
En fin, acab¨¦ en Colombia y entonces todo me pareci¨® final y cumplido. Sobre todo si se adentra uno en las selvas caribe?as del norte, donde Garc¨ªa M¨¢rquez naci¨® y donde, invisible y sin fin, demora Macondo. Los cuerpos, los colores, la naturaleza voraz, los olores, el calor, los colores, la indolencia febril, la belleza exagerada, las noches, las soledades, cada piel, cualquier palabra. Cuando volv¨ª, tuve que releer todo de cero, y fue como escuchar de una orquesta una m¨²sica que o¨ª de una guitarra. Ah¨ª entend¨ª que solo hay una manera de bailarla: sudando. Con la camisa empapada, pues, seguir¨¦ bailando y no importa si el cromo se ha separado del ¨¢lbum: son detalles. Tengo los bolsillos llenos de frases de Gabo, y cuando haga falta, en nada encontrar¨¦ dos luces y un parqu¨¦ sobre el que dejarme llevar lejos.
Alessandro Baricco es novelista y ensayista italiano. Texto cedido por La Repubblica.
Babelia
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