La larga herencia de estos a?os
Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez puso al oficio, en t¨¦rminos valorativos, a la par que la mejor literatura
Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez se hizo periodista en un mundo (period¨ªstico) que hoy casi no existe, y una de sus herencias m¨¢s impresionantes es la de haber hecho todo lo posible para que ese mundo no deje de existir.
A los 20 a?os, mientras estudiaba abogac¨ªa, empez¨® a escribir art¨ªculos cortos en el peri¨®dico El Universal, de Cartagena. El primero, del 21 de mayo de 1948, empezaba diciendo ¡°Los habitantes de la ciudad nos hab¨ªamos acostumbrado a la garganta met¨¢lica que anunciaba el toque de queda¡±. Siguieron decenas de textos de un desenfado y una libertad ins¨®litos para un principiante, en los que se ve¨ªa ya la voluntad de establecer un punto de vista a contrapelo y trabajar una prosa que, a pesar de las prisas del cierre, brillaba en la efectividad de los arranques, en el uso de adjetivos y met¨¢foras inesperados, en el humor y la iron¨ªa. Tanto pod¨ªa hablar de la hibridez del d¨ªa jueves (¡°Despertamos a su simple claridad, a su desabrida transparencia, con la sensaci¨®n de estar desembarcando en una isla est¨¦ril¡±), como apelar a los cables que llegaban al peri¨®dico y aplicarles un procedimiento de expansi¨®n (lo mismo que hab¨ªa hecho, a?os antes, el genial argentino Roberto Arlt, en su secci¨®n Al margen del cable, en el diario El Mundo, de Buenos Aires), para escribir, por ejemplo, acerca de una joven italiana, Mirella Petrini, que hab¨ªa tomado una sobredosis de barbit¨²ricos y permanec¨ªa dormida. Pas¨® por El Heraldo; por El Nacional, de Barranquilla; por El Espectador, de Bogot¨¢. En esas redacciones, en las que hab¨ªa solidaridad, tertulia y sed de buenas historias, aprendi¨® el oficio cometiendo desastres y maravillas. Se top¨® con colegas que lo miraban con sospecha antes de transformarlo en ¡°uno de los nuestros¡±, y encontr¨® editores que supieron educarlo y sacar de ¨¦l un periodista m¨¢s enamorado de la informaci¨®n que de s¨ª mismo, como Jos¨¦ Salgar, que le apretaba las clavijas cuando, despu¨¦s de devolverle un texto escrito con demasiados adornos, le dec¨ªa ¡°Hay que retorcerle el cuello al cisne¡±. Aprendi¨® a fuerza de frustraci¨®n (una vez, el mismo Salgar le coment¨® un art¨ªculo dici¨¦ndole: ¡°A este cisne no hay que retorcerle el cuello, porque ya naci¨® muerto¡±), y a fuerza de p¨¢nico: cuando lo mandaron a cubrir un derrumbe con decenas de v¨ªctimas en Medell¨ªn, pens¨® en renunciar, porque no ten¨ªa idea de c¨®mo contar la historia, hasta que, como una epifan¨ªa, en una charla con un taxista que lo llevaba de regreso al hotel (desde donde pensaba enviar la renuncia), entendi¨® qu¨¦ era lo que ten¨ªa que hacer, le pidi¨® al taxista que cambiara de rumbo, reporte¨®, escribi¨® y regres¨® transformado, gracias a esa cobertura, en una joven estrella.
Supo que el lugar de un reportero no era la calma burocr¨¢tica, sino la calle
Supo, desde el principio, que el lugar de un reportero no era la calma burocr¨¢tica de un escritorio sino la calle. Salir, ver y volver para contar fueron los tres movimientos naturales que incorpor¨® en aquellos a?os, y en los que sigui¨® creyendo hasta el final.
En 1955 le cay¨® en las manos una piedra opaca a la que nadie, ni ¨¦l, le ten¨ªa fe, y termin¨® por transformarla en un diamante encendido. El director de El Espectador, Guillermo Cano, le orden¨® entrevistar a Luis Alejandro Velasco, el ¨²nico sobreviviente del naufragio del destructor Caldas, de la Armada Nacional. Hab¨ªa pasado un mes desde la noticia, el n¨¢ufrago hab¨ªa sido entrevistado por otros peri¨®dicos, y Garc¨ªa M¨¢rquez se neg¨® a hacer el trabajo porque pens¨® que la historia ya era vieja y no iba a interesarle a nadie. Finalmente, por obediencia laboral, acept¨®, con la condici¨®n de que el texto no llevara su firma. Esa rebeld¨ªa levantisca produjo una pieza de periodismo magistral. Despu¨¦s de tres semanas de entrevistas de seis horas diarias, escribi¨® un largu¨ªsimo mon¨®logo interior, en primera persona, donde la voz del n¨¢ufrago fluye, de principio a fin, sin quiebres, sin fisuras, con un grado de detalle y verosimilitud que hace olvidar que quien narra no es ¨¦l, sino el autor. Relato de un n¨¢ufragose public¨® en veinte entregas (en los ¡®70 ser¨ªa libro), multiplic¨® el tiraje del peri¨®dico y revel¨® una historia de contrabando ¡ªla verdadera causa del naufragio¡ª que ayud¨® a corroer al gobierno dictatorial de entonces, que cay¨® dos a?os m¨¢s tarde.
Cada vez que le preguntaban, dec¨ªa que se consideraba, sobre todo periodista
Despu¨¦s de ese reportaje consagratorio, Garc¨ªa M¨¢rquez empez¨® a transitar el largo camino que lo llevar¨ªa a ser quien fue: escribi¨® novelas como El coronel no tiene qui¨¦n le escriba, Cien a?os de soledad, El oto?o del patriarca, Cr¨®nica de una muerte anunciada y, como se sabe, gan¨® el premio Nobel en 1982. Sin embargo, cada vez que le preguntaban, dec¨ªa que se consideraba, sobre todo, periodista. De hecho, segu¨ªa si¨¦ndolo: entre 1959 y 1961 trabaj¨® en Prensa Latina, en 1974 fund¨® la revista Alternativa, entre 1980 y 1984 public¨® art¨ªculos semanales en El Espectador, en 1986 escribi¨® Miguel Littin, clandestino en Chile, en 1996 Noticia de un secuestro, en 1999 compr¨® la revista colombiana Cambio. Y, entre todas esas cosas, hizo un gesto mayor: en 1994 cre¨® la Fundaci¨®n Nuevo Periodismo Iberoamericano que, con sede en Cartagena, tendr¨ªa como fin estimular ¡°las vocaciones, la ¨¦tica y la buena narraci¨®n en el periodismo¡±, a trav¨¦s de, entre otras cosas, la organizaci¨®n de talleres, que se dictar¨ªan en diversas ciudades del continente, y donde periodistas de las nuevas generaciones, bajo la gu¨ªa de un colega experimentado, pasar¨ªan una semana escribiendo y discutiendo sobre el oficio. Volvamos: un premio Nobel, un escritor de ficci¨®n que ha recibido los m¨¢ximos honores que un escritor de ficci¨®n puede recibir, que ha publicado una novela ¡ªCien a?os de soledad¡ª que es, desde el mismo d¨ªa de su publicaci¨®n, un cl¨¢sico de la lengua, decide poner su nombre y su prestigio al servicio de una fundaci¨®n para periodistas: de gente que cuenta historias reales. Pudo haber montado una beca para j¨®venes poetas, o una residencia para novelistas. Pero no: se?al¨® al periodismo ¡ªcon un dedo que sab¨ªa poderoso¡ª y dijo: ¡°Es por ah¨ª¡±. Dos a?os despu¨¦s, en 1996, en la Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa, dio un discurso llamado El mejor oficio del mundo, en el que repas¨® la forma en la que ¨¦l hab¨ªa llegado al periodismo ¡ªaquel traj¨ªn de redacciones, aquel rigor de editores maestros¡ª y la compar¨® con el estado de las cosas por entonces: ¡°Hace unos cincuenta a?os no estaban de moda escuelas de periodismo. Se aprend¨ªa en las salas de redacci¨®n, en los talleres de imprenta, en el cafet¨ªn de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el peri¨®dico era una f¨¢brica que formaba e informaba sin equ¨ªvocos, y generaba opini¨®n dentro de un ambiente de participaci¨®n que manten¨ªa la moral en su puesto¡±. Segu¨ªa diciendo que en ese momento, en cambio, a los periodistas ya no los conmov¨ªa ¡°el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero, sino muchas veces la que se da mejor (...) y se extraviaron en el laberinto de una tecnolog¨ªa disparada sin control hacia el futuro. (...) Las salas de, redacci¨®n son laboratorios as¨¦pticos para navegantes solitarios, donde parece m¨¢s f¨¢cil comunicarse con los fen¨®menos siderales que con el coraz¨®n de los lectores¡±. Garc¨ªa M¨¢rquez dej¨® una obra de no ficci¨®n muy s¨®lida, pero quiz¨¢s su gesto m¨¢s importante haya sido esa pr¨¦dica: la insistencia en que el periodismo no es una escritura de segunda mano, un g¨¦nero rotoso, sino algo a lo que vale la pena dedicarle los desvelos de una vida. Perteneci¨® a una generaci¨®n de grandes autores que empezaron haciendo periodismo, pero pocos, como ¨¦l, no renegaron del oficio una vez consagrados como escritores de ficci¨®n; pocos, como ¨¦l, no miraron con menosprecio ese pasado en redacciones repletas del humo, aporreando maquinas de escribir en carrera enloquecida contra el cierre (el otro nombre evidente es Mario Vargas Llosa, que jam¨¢s ha dejado de ejercerlo ni de pensar que el g¨¦nero, bien hecho, puede alcanzar alt¨ªsimas cotas). Repitiendo que siempre se hab¨ªa considerado periodista, Garc¨ªa M¨¢rquez puso al oficio, en t¨¦rminos valorativos, a la par de la mejor literatura y, con la creaci¨®n de la FNPI, transform¨® ese dicho en acto, al punto que el estado actual del periodismo en Am¨¦rica Latina no puede evaluarse sin tener en cuenta los profundos efectos que ha tenido, en ¨¦l, la existencia de la Fundaci¨®n.
Pocos como ¨¦l no miraron con desprecio el pasado en redacciones
A lo largo de todos estos a?os, la FNPI form¨® una red: hizo que muchas personas, dispersas en muchos pa¨ªses, se sintieran parte de algo. A veces de una cat¨¢strofe, a veces de una precariedad, pero siempre de una idea: de la idea del periodismo como un oficio noble. Los talleres que organiza la Fundaci¨®n duran, en promedio, cinco d¨ªas. Varios de los periodistas que pasaron por esos talleres, ya de regreso en sus pa¨ªses, renunciaron a las revistas o los peri¨®dicos en los que trabajaban porque, una vez vislumbrado ¡ªo recordado¡ª lo que el oficio pod¨ªa ser, no se sintieron capaces de seguir ejerci¨¦ndolo con el automatismo anest¨¦sico de quien forma parte de una cadena de montaje, y decidieron intentarlo solos. No es el ¨²nico efecto ¡ªni el m¨¢s importante¡ª que ha tenido el trabajo de la Fundaci¨®n, pero la mejor herencia de Garc¨ªa M¨¢rquez cabe en ese s¨ªmbolo: en el salto al vac¨ªo de esos hombres y mujeres que, antes de ser navegantes solitarios en redacciones como laboratorios as¨¦pticos, prefirieron tomar el riesgo de soltar amarras y tratar de hacer honor a lo que este hombre cre¨ªa: que el periodismo, bien hecho, es una forma del arte.
Leila Guerriero es periodista y escritora argentina.
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