Una tienda de palabras
'La librer¨ªa m¨¢s famosa del mundo' se lee como un repertorio literario del siglo XX Jeremy Mercer reconstruye con licencia de novelista la cr¨®nica de Shakespeare & Co en Par¨ªs
Las librer¨ªas (las verdaderas, las que han sobrevivido al asalto de Amazon y de los supermercados) tienen algo de templo y algo de posada. En el Egipto antiguo, los sacerdotes, que pueden ser considerados como los primeros libreros, vend¨ªan a los parientes de los difuntos ejemplares de El libro de los muertos, para iniciarlos en el largo viaje a trav¨¦s del m¨¢s all¨¢. Los libreros posteriores, menos audaces, se ocuparon (se ocupan todav¨ªa) de ofrecer a sus clientes libros para facilitarles el viaje en este mundo, que ya es mucho. Mi vida, por ejemplo, est¨¢ jalonada por las librer¨ªas en las que he encontrado las gu¨ªas que me han servido para hacerme camino a largo de m¨¢s de seis d¨¦cadas de lectura.
Entre ellas se halla, ciertamente, Shakespeare & Co en Par¨ªs. No por cierto la c¨¦lebre librer¨ªa fundada por Sylvia Beach, primero en la Rue Dupuytren, y luego en la Rue de l¡¯Od¨¦on, donde la mayor parte de los escritores franceses y extranjeros de la primera mitad del siglo veinte pasaban horas para hojear las novedades. El acto m¨¢s famoso (y arriesgado) de Beach fue publicar el Ulises de Joyce. Beach muri¨® en 1962, y el fondo y el nombre de la librer¨ªa fueron comprados por un americano inquieto que hab¨ªa abierto su propia tienda de libros una d¨¦cada atr¨¢s. Es as¨ª como Shakespeare & Co se traslad¨® del barrio de St-Germain-des-Pr¨¨s a los bordes del Sena, frente a Notre-Dame, donde todav¨ªa se encuentra, con algo de templo y mucho de posada.
El nombre del americano era George Whitman. Aunque no ten¨ªa lazo de sangre alguno con el c¨¦lebre poeta, no negaba ser su hijo o nieto si alguien se lo preguntaba. Beach hab¨ªa alentado a los modernistas; Whitman se interes¨® sobre todo por los escritores de la generaci¨®n beat y, fiel a la pol¨ªtica comunitaria de Jack Kerouac y Allen Ginsberg, abri¨® las puertas de su librer¨ªa a quienes estuvieran de paso y necesitasen un techo para la noche o la semana. Algunos aprovecharon la generosidad de Whitman y se quedaron varios meses, comiendo sus galletas y bebiendo su t¨¦ en la peque?a cocina infestada de cucarachas. Uno de los refugiados fue Jeremy Mercer, un periodista canadiense que huy¨® a Europa para escapar de una amenaza de muerte por un art¨ªculo donde denunciaba a un traficante de drogas.
La librer¨ªa m¨¢s famosa del mundo es la cr¨®nica, algo ficticia, de esta larga aventura de Mercer. En la nota preliminar, Mercer confiesa que ¡°al escribir memorias como ¨¦stas la verdad se vuelve l¨ªquida¡± y que ha condensado u omitido ciertos hechos con la licencia de un novelista. El resultado es una cr¨®nica amena, nada pretenciosa, cuyo tono amistoso (sospecho) se debe mucho a la eficaz mano del traductor, Rub¨¦n Mart¨ªn Gir¨¢ldez. Por ejemplo, es Gir¨¢ldez quien no se ha resignado al t¨ªtulo original (Time Was Soft There ¡ªall¨ª el tiempo era blando¡ª) y lo ha sabiamente transformado para alivio del lector.
Si la lectura merece una divisa, deber¨ªa ser aquella que George Whitman coloc¨® sobre la puerta de su primera librer¨ªa (instalada en Taunton, Massachusetts, antes de viajar a Par¨ªs): ¡°No leer es peor que no saber leer¡±. Esa advertencia ilumina la cr¨®nica de Mercer, de la primera a la ¨²ltima p¨¢gina. Como se debe en un volumen dedicado a una tienda de palabras, La librer¨ªa m¨¢s famosa del mundo es tambi¨¦n un delicioso compendio de an¨¦cdotas literarias, puesto que la lista de clientes de Shakespeare & Co constituye un verdadero repertorio de la literatura europea y americana del siglo veinte. Samuel Beckett ven¨ªa a ver a Whitman, pero los dos hombres ¡°no ten¨ªan demasiado que decirse y generalmente se sentaban y se quedaban mir¨¢ndose de hito en hito¡±; Ana?s Nin, seg¨²n un rumor persistente, fue por un tiempo la amante del librero; William Burroughs se documentaba en los polvorientos anaqueles sobre deformidades patol¨®gicas para luego escribir sus pesadillas; Gregory Corso robaba las primeras ediciones coleccionadas por Whitman ¡°para financiarse sus vicios¡±.
Mercer ha retratado h¨¢bilmente a sus personajes. Por supuesto, presidiendo sobre su corte de milagros, est¨¢ el viejo Whitman pidiendo a todos sus hu¨¦spedes que escriban ¡°una corta biograf¨ªa¡±, entreteni¨¦ndose con la lectura de los diarios personales de las j¨®venes que acoge en la librer¨ªa, proclamando que de todos sus libros ama sobre todo El idiota, de Dostoievski, en quien reconoce un alma gemela. Est¨¢n los invitados: un argentino aprovechador apodado obviamente El Gaucho; el joven Kurt (como Kurt Vonnegut) que sue?a con hacer pel¨ªculas; Simon, poeta que no escribe y es devoto de las novelas de detectives que Whitman desprecia. Est¨¢ Mercer, el narrador, observador interesado, para quien la tienda resulta ser una suerte de teatro del mundo, un mundo que ya no existe de inocencia, curiosidad y valores comunitarios, preservado en el espacio atiborrado y mugriento de Shakespeare & Co. Pero el personaje principal es la librer¨ªa. Victor Hugo hizo de la catedral g¨®tica que trona sobre Par¨ªs la protagonista de su gran novela. M¨¢s modestamente, Mercer quiso que la peque?a librer¨ªa a la sombra de Notre-Dame protagonizase, ella tambi¨¦n, una historia. En un mundo en el cual las librer¨ªas son una especie en v¨ªas de desaparici¨®n, el libro de Mercer tiene algo de memento mori.
La librer¨ªa m¨¢s famosa del mundo. Jeremy Mercer. Traducci¨®n de Rub¨¦n Mart¨ªn Gir¨¢ldez. Malpaso. Barcelona, 2014. 334 p¨¢ginas. 22 euros (electr¨®nico: 8,99)
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.