Libros desnudos
El arte de leer vol¨²menes prestados es costumbre, goce, y casi una especialidad en Cuba
En mi segunda novela, Nunca fui Primera Dama, cuento c¨®mo la protagonista va desnudando uno a uno los libros forrados de la biblioteca materna, echando al fuego las falsas car¨¢tulas para dejarlos ser ellos mismos. Me refiero a los libros prohibidos en Cuba, aquellos que la gente forraba (con revistas sovi¨¦ticas fundamentalmente) para despistar a quienes nos espiaban y as¨ª evitar que se supieran sus verdaderos nombres, temas u or¨ªgenes. Recordemos que aun hoy, aqu¨ª, en la aduana, te quitan ciertos libros "inc¨®modos" para el sistema, tengamos en cuenta que en Cuba todav¨ªa no se publican todas nuestras obras y que existe una censura abstracta e irregular, sin rostro; pero el fantasma de la censura nos sigue secuestrando ciertos t¨ªtulos o autores. A pesar de ello esos vol¨²menes van de mano en mano, se prestan por una noche o un fin de semana y no hay un cubano que no sepa qui¨¦nes son sus autores, en el exilio o en el in-xilionos leemos con respeto y, no sin temor, entregamos puntualmente al "prestamista", el preciado objeto de deseo literario.
Cuando uno de nosotros edita un libro (me refiero a los autores cubanos vetados, o simplemente ignorados y/o censurados por las autoridades correspondientes) enseguida familiares o amigos env¨ªan desde todas partes alrededor de 50 vol¨²menes que deben ser pasados de mano en mano. Estos libros no terminan ni subrayados, ni doblados ¡ªpara nada¡ª, son ejemplares muy cuidados por quienes desean leerlos o difundirlos. El libro prohibido es un objeto de culto en mi pa¨ªs.
En la trama del filme Fresa y Chocolate, de Tom¨¢s Guti¨¦rrez Alea, vemos c¨®mo una de las primeras armas de seducci¨®n de Diego a David es, justamente, la promesa de prestarle varios libros ¡°prohibidos¡±. ?sta es una de las carnadas que usara Senel Paz en su cuento.
El morbo ya es h¨¢bito, ese vicio
En las primeras d¨¦cadas de la revoluci¨®n se editaron miles de vol¨²menes, como parte de una pol¨ªtica cultural que comprend¨ªa en su centro la Campa?a de Alfabetizaci¨®n, luego las crisis y los bajos presupuestos fueron modificando este gesto, y bajaron considerablemente los n¨²meros de edici¨®n. Mi generaci¨®n creci¨® pues con el h¨¢bito de prestar y heredar los libros, por ejemplo, mis cuadernos escolares fueron el legado de dos o tres cursos anteriores. Aprend¨ªas as¨ª a ver en sus heridas o magulladuras, modificaciones o pintadas, la vida anterior que hab¨ªa tenido el manual del aprendiz. Manchas de tinta, borrones, trozos de comida, y hasta goticas de sangre narraban dos o tres batallas anteriores a las nuestras en los seminternados o becas donde crecimos rodeados de estas "cartillas m¨¢rtires", resistentes a ciclones, escapadas al mar, cualquier tipo de transportaci¨®n y trifulcas infantiles en campamentos de pioneros o en casas de familia.
Una ma?ana de domingo descubr¨ª en la Plaza de Armas del casco hist¨®rico todo un ej¨¦rcito de libreros de segunda mano. Camin¨¦ con mi madre pisando la adoquinada calle de madera y los vi ante aquel banquete de pasado, presente y futuro¡, fui tan feliz al darme cuenta de que hab¨ªan autorizado este tipo de venta independiente que terminar¨ªa por hacer circular un conocimiento encerrado en las viejas mansiones clausuradas, o en bibliotecas desechas por el abandono. Entonces aparecieron los libros de Lezama, las cartas cruzadas con Pepe Rodr¨ªguez Feo y los primeros poemas de Flor Loynaz, un libro forrado de Milan Kundera, y ciertos tesoros que me reservo, pues correspond¨ªan a intercambios de dedicatorias entre c¨¦lebres autores. ?Qui¨¦nes se atrev¨ªan a vender un libro autografiado? ?Qui¨¦nes arrancaban las p¨¢ginas para evitar ser atrapados en el desprendimiento? Un libro de uso posee una leyenda a?adida al propio texto. Un libro usado conserva el valor a?adido de sus due?os.
La Habana est¨¢ llena de estos libreros de segunda mano, a muchos de ellos les encargas un t¨ªtulo que no tienen y luego te llaman a tu casa para decirte que lo han conseguido. En portales desvencijados, en bellos palacetes restaurados, corriendo bajo la lluvia para proteger sus libros, all¨ª los ves. Completando todo lo que no tienes de primera mano.
A Cuba no ha llegado el libro electr¨®nico, por eso muchas personas intentan fotocopiar los t¨ªtulos que edita Anagrama, Alfaguara, Tusquets o Planeta. Muchos de los autores ¡°inconseguibles¡± cobran vida en las fotocopiadoras de las empresas y los fines de semana pasan de mano en mano para ser devorados por un ¨¢vido n¨²mero de exigentes lectores insulares.
Hay un tr¨¢fico de libros entre los cubanos, un flujo que comprende no s¨®lo la ruta de fuera hacia dentro
Las ediciones cubanas de autores como Leonardo Padura y Pedro Juan Guti¨¦rrez cobran gran valor para muchos amigos que viven en el exterior. Ser¨¢ por esto que llevarles una de estas ediciones a sus nuevas moradas fuera de la isla es uno de los mejores regalos que se les pueda hacer, comparado solamente con llevar m¨²sica cubana actual, el a?ejo ron criollo, o el mejor tabaco cultivado en Pinar del R¨ªo. Esto significa que hay un tr¨¢fico de libros entre los cubanos, un flujo que comprende no s¨®lo la ruta de fuera hacia dentro, sino que ciertos libros editados en Cuba se reciben con mucho agrado. Las ediciones no son buenas, ni hermosas, ni perfectas, pero tal vez en esa imperfecci¨®n est¨¢ la prueba de fidelidad de este objeto hecho en Cuba en tiempos de guerra caliente. ?Cu¨¢ntas veces he ayudado a sacar parte de las bibliotecas de mis amigos para que les acompa?e fuera de Cuba? En el interior de esos libros hay otra historia, una intimidad que s¨®lo conoce su due?o. El morbo que ya es h¨¢bito, ese vicio extra?o de convivir en la promiscuidad de los libros manoseados antes por desconocidos. Hay ah¨ª cierta enfermedad, cierta pasi¨®n en recuperar algo que ha sido de otros, poseerlo, guardarlo para s¨ª, tenerlo para siempre como algo ¨²nicamente nuestro.
La Feria del Libro de La Habana es visitada anualmente por miles de cubanos que, al no tener Internet, cines de estreno semanal o la posibilidad de hacer turismo nacional, los fines de semana necesitan leer y as¨ª hacer otro tipo de viaje. En esta feria se consiguen vol¨²menes nuevos, muchos de ellos son parte de los libros que env¨ªan editoriales de todas partes del mundo a Cuba, donaciones o cesiones de vol¨²menes que, antes de ser molidos, se venden en este ¨²ltimo reducto de lectura universal. En los pr¨®ximos cinco a?os se seguir¨¢ leyendo en Cuba con el mismo inter¨¦s, no creo que el pa¨ªs pueda cambiar de golpe, lo suficiente, como para sustituir las fuentes de recepci¨®n informativa. Abrir un libro es, para nosotros, entender el mundo, el cubano necesita transitar de esta manera. Celebro el gesto de todas aquellas editoriales internacionales que deseen acercarse y contribuir con este puente de informaci¨®n. El cubano promedio no es culto, quiere cultivarse, ans¨ªa estar al tanto, persigue la informaci¨®n, tiene una plataforma ilustrativa b¨¢sica que le permite asimilar sin prejuicios, referentes, t¨®picos, formatos, estructuras y naturalezas dis¨ªmiles que lo acompa?en en su aislamiento.
Todos estos libros que se compran en las ferias pasan tambi¨¦n a bibliotecas p¨²blicas, bibliotecas escolares y centros de referencia, pero lo que en realidad funciona aqu¨ª es el libro que viaja de contrabando, as¨ª lo hemos aprendido, no vamos a mentirnos, el arte de leer los libros prestados, abandonados o robados es nuestra costumbre, nuestro goce, y casi nuestra especialidad.
Wendy Guerra (La Habana, 1970) es cineasta y escritora. Su ¨²ltima novela publicada es Negra (Anagrama).
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