La oveja negra de los sesenta
Sean elegantes y no esperen hasta que Tim Hardin nos llegue en versi¨®n Hollywood
Se cuenta en varias cr¨®nicas sobre Woodstock. La crema del festival se alojaba en un Holiday Inn cercano y las escenas de libertinaje que all¨ª se contemplaron podr¨ªan dar materia para otra pel¨ªcula. Pero un artista local dej¨® estupefactos a los arrogantes brit¨¢nicos y a los hippiescalifornianos: se inyectaba hero¨ªna en p¨²blico, indiferente al repel¨²s que provocaba.
Era Tim Hardin, autor de canciones primorosas, inmortalizadas por Bobby Darin, Johnny Cash, los Four Tops, Rod Stewart, Scott Walker. Conviene destacar la heterogeneidad de la subcultura yonqui de los sesenta: entre beats y jazzmen, tambi¨¦n pod¨ªa deslizarse Timothy James Hardin (Eugene, Oreg¨®n, 1941), antiguo deportista de ¨¦lite que sufri¨® una lesi¨®n y descubri¨® los opi¨¢ceos.
Hardin prefer¨ªa explicar que adquiri¨® el h¨¢bito en Vietnam, durante su etapa con los marines (ment¨ªa, como siempre: ni siquiera estuvo en Vietnam). En 1961 lleg¨® a Nueva York para estudiar arte dram¨¢tico. Pero tropez¨® con Fred Neil, Karen Dalton y otros yonquis del mundillo folk; intuy¨® que aquel pod¨ªa ser un oficio m¨¢s c¨®modo que el teatro. Comenz¨® recreando blues y pronto estaba componiendo delicadas confesiones de amor total, que brillaban como gemas.
Temas como Reason to believe, Misty roses, If I were a carpenter o Lady came from Baltimore. Y hab¨ªa ciertamente una dama que vino de Baltimore: Susan Yardley, una actriz de buena familia que asumi¨® la tarea herc¨²lea de enderezar a su hombre. Ya casados, con un ni?o, se instalaron en las monta?as de Woodstock.
Grabar a Hardin ten¨ªa mucho de reto. En el estudio, se defend¨ªa bien con jazzmen y m¨²sicos altamente cualificados pero su estado oscilaba entre lo comatoso y lo inspirado. Columbia le financi¨® una producci¨®n tan costosa como at¨ªpica: se colocaron micr¨®fonos en cada habitaci¨®n de su casa, con t¨¦cnicos de guardia las 24 horas del d¨ªa, para atrapar la inspiraci¨®n cuando llegara; durante unas semanas, aquello atrajo a m¨²sicos de la zona y sanguijuelas variadas.
El resultado fue Suite for Susan Moore and Damion ¡ªWe are¡ª One, one, all in one (1969), un disco tramposo y terror¨ªfico: proclamas de amor conyugal y devoci¨®n paternal que su comportamiento inmediato se encargaba de desmentir. Hardin nunca ganar¨ªa un concurso de popularidad: sol¨ªa denigrar a Bobby Darin, que llev¨® su cancionero a lo alto de las listas; parad¨®jicamente, ser¨ªa una composici¨®n de Darin ¡ªA simple song of freedom¡ª la que proporcionar¨ªa a Hardin el ¨²nico ¨¦xito bajo su nombre.
Sus a?os setenta fueron horribles. Tras morir compa?eros de jeringuilla, como el humorista Lenny Bruce, emigr¨® a Londres. Quer¨ªa beneficiarse del sistema de salud brit¨¢nico, que entonces cuidaba de los yonquis declarados; tambi¨¦n le urg¨ªa esquivar a Hacienda, que hab¨ªa detectado que no pagaba impuestos.
Pero llevaba el demonio dentro. En Inglaterra, agotada la veta creativa, lanz¨® discos de versiones. La industria renunci¨® a hacerse ilusiones cuando Hardin se qued¨® traspuesto en el escenario del Royal Albert Hall.
Nadie sabe d¨®nde estuvo el resto de la d¨¦cada o qu¨¦ fue de sus millonarios derechos de autor. Cuando finalmente compareci¨® por los ambientes musicales estadounidenses, estaba tan deteriorado que no le reconoci¨® gente que hab¨ªa trabajado con ¨¦l. Con 39 a?os, falleci¨® en diciembre de 1980, por una sobredosis; su desaparici¨®n qued¨® eclipsada por el asesinato de John Lennon.
Hay ahora intentos de revivir su legado. El grupo tejano Okkervill River parti¨® de una de sus confesiones, Black sheep boy, para dedicarle un ¨¢lbum de voluntad biogr¨¢fica. El pasado a?o, sali¨® un audaz homenaje, Reason to believe-The songs of Tim Hardin. Tambi¨¦n se habla insistentemente de un proyecto de biopic. Sean elegantes y no esperen hasta que nos llegue en versi¨®n Hollywood.
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