Garc¨ªa M¨¢rquez en Dubl¨ªn
La visita del colombiano hizo posible la convergencia de tres inmortales de la literatura universal
Resulta parad¨®jico que en Irlanda desconozcan la visita que Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez hizo a ese pa¨ªs, siendo uno de los pueblos que m¨¢s valora la literatura. Los irlandeses se consideran ¡°salvadores de la civilizaci¨®n¡± por las obras cl¨¢sicas que sus monjes copiaron y conservaron durante la Edad Media. Y decidieron recurrir a la literatura para ¡°inventar Irlanda¡± como una comunidad hist¨®rica, y como una cultura de resistencia ante la imposici¨®n durante siglos de Inglaterra, su vecino m¨¢s que inc¨®modo, imperial. Tal vez eso contribuye a explicar que Irlanda, siendo un pa¨ªs que no llega a cinco millones de habitantes, cuenta con cuatro Premios Nobel de Literatura, a pesar de que quien tal vez m¨¢s lo merec¨ªa, James Joyce, nunca lo recibi¨®.
Precisamente el 16 de junio de 1997, durante la gran fiesta joyceana de Bloomsday, la que celebra el d¨ªa durante el cual transcurre el Ulises, Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez recorri¨® Dubl¨ªn y alrededores en un peregrinaje secular que le hizo admirar a¨²n m¨¢s esa gran naci¨®n. Y durante ese recorrido, Gabo vincul¨® a otros dos grandes de la literatura universal. Garc¨ªa M¨¢rquez conserv¨® la experiencia como un momento singular.
Acompa?ado de su esposa Mercedes, Gabo acept¨® la invitaci¨®n que le hice para compartir unos d¨ªas en esa tierra de sorprendente fortaleza literaria. Yo resid¨ªa temporalmente en Irlanda por la sugerencia de Ted Sorensen, asesor del presidente Kennedy, de ra¨ªces irlandesas, quien me aconsej¨®: ¡°Si quieres escribir un libro, ve a Irlanda¡±. Con mi esposa Ana Paula Gerard recib¨ª a los ilustres hu¨¦spedes, y con ellos a Jos¨¦ Carre?o Carl¨®n y su esposa Luci.
Gabo ven¨ªa precedido del alboroto que hab¨ªa producido su propuesta en Zacatecas de ¡°simplificar la gram¨¢tica y jubilar la ortograf¨ªa¡±. Lo disfrutaba enormemente. Pero ese 16 de junio en Dubl¨ªn emple¨® la discreci¨®n para absorber la fortaleza del pa¨ªs. Los Garc¨ªa M¨¢rquez y los Carre?o se hospedaron en el hotel Shelbourne, frente a Stephen¡¯s Green, el parque predilecto de Joyce. Al caminar por Grafton Street, dominada por peatones, decidimos cambiar el curso y tomar la paralela, Dawson, la cual nos llev¨® a la librer¨ªa m¨¢s importante de la ciudad: Hodges Figgis. Poblada de entusiastas j¨®venes, ni?os y adultos, la librer¨ªa sorprendi¨® gratamente a Gabo por la diversidad de sus t¨ªtulos distribuidos en varios pisos.
Result¨® grato encontrar todo un sitio dedicado a las obras de Garc¨ªa M¨¢rquez. Entonces, Gabo revis¨® varios ejemplares con ojos concentrados, tanto la traducci¨®n de Gregory Rabassa de Cien a?os de soledad como la de Edith Grossman de El general y su laberinto. Su expresi¨®n fue de satisfacci¨®n a pesar de recordar que ¡°traduttore tradittore¡±. Todav¨ªa conservo ambos ejemplares. Mientras convers¨¢bamos en la cafeter¨ªa de la librer¨ªa, recordamos que en sus m¨¢s de doscientos a?os de existencia la librer¨ªa fue citada por el propio Joyce en la primera hora del Ulises al escribir: ¡°La virgen en la ventana de Hodges Figgis¡±.
La vitalidad de la ciudad se extend¨ªa hasta las afueras, en Bray, donde cenamos en la casa que rent¨¢bamos y compartimos recuerdos y tomamos una foto. Decidimos ir al d¨ªa siguiente a la torre Martello en Sandycove, una de las antiguas vig¨ªas imperiales y ahora museo, pues ah¨ª precisamente arranca el Ulises su periplo modernizado de un solo d¨ªa. La inspiraci¨®n la tuvo Joyce en 1904 cuando pernoct¨® varias noches en esa torre. Ah¨ª comparti¨® Gabo su admiraci¨®n por el autor y esa obra. Hizo entonces un apasionado comentario sobre el final del Ulises, m¨¢s de veinte p¨¢ginas convertidas en un p¨¢rrafo que no se interrumpe ni por comas ni por puntos. Fue un momento que convirti¨® en m¨¢gica la realidad que nos rodeaba.
La conversaci¨®n uni¨® a dos titanes literarios. Surgi¨® la referencia que de Joyce hizo Hemingway en su obra Par¨ªs era una fiesta. En su texto, Hemingway se?al¨® que en Par¨ªs Gertrude Stein no volv¨ªa a invitar a quien mencionara dos veces al escritor irland¨¦s. Pero para el Nobel norteamericano, ¡°Joyce es grande. Y un buen amigo¡±, seg¨²n asent¨® en ese testimonio escrito. Y a continuaci¨®n se record¨® que Hemingway relata haber encontrado finalmente a Joyce mientras paseaba solo por el bulevar Saint-Germain; lo invit¨® a beber una copa en Les Deux Magots.
A Gabo le brillaron intensamente los ojos al mencionarse este pasaje en la obra de Hemingway. Yo sab¨ªa el motivo de su emoci¨®n. Y Gabo lo record¨®. S¨®lo unos a?os antes, en Par¨ªs en 1992, Gabo hab¨ªa relatado su encuentro con Hemingway precisamente en el Barrio Latino. Lo hizo mientras tom¨¢bamos sus ostras preferidas en La Coupole. Esa noche hab¨ªa concluido una cena a la que me invit¨® el presidente Mitterrand en el El¨ªseo, donde tuve el honor de que me acompa?ara Carlos Fuentes. Al salir, el ministro de Cultura Jack Lange amablemente nos convid¨® a visitar las obras de restauraci¨®n de las murallas originales en los cimientos del Louvre. El momento se volvi¨® especial cuando Gabo se incorpor¨® al recorrido. Despu¨¦s, mientras degust¨¢bamos las ostras, Gabo rememor¨® que precisamente en el Barrio Latino hab¨ªa tenido su primer y ¨²nico encuentro con Hemingway. Y fue mientras ambos caminaban, pero en sentidos opuestos, cuando el joven y desconocido reportero colombiano vio al tit¨¢n en la acera opuesta. A Gabo lo embarg¨® la emoci¨®n y s¨®lo alcanz¨® a gritarle: ¡°?Maestro!¡±. Hemingway le devolvi¨® una c¨¢lida sonrisa y sigui¨® su camino sin imaginar que aquel que le hab¨ªa lanzado tan elogiosa expresi¨®n era su par, pero en ciernes. Ese encuentro ocurri¨® en 1956, cuando Hemingway recuper¨® un ba¨²l que hab¨ªa dejado casi treinta a?os antes y en el cual estaban las libretas en las que narraba sus a?os en Par¨ªs y que se convertir¨ªa precisamente en su libro Par¨ªs era una fiesta, el cual empez¨® a escribir el a?o siguiente en Cuba.
Como si todo estuviera dando vueltas, la conversaci¨®n durante la visita de Gabo en Dubl¨ªn hizo posible la convergencia de tres inmortales de la literatura universal. Estos recuerdos son permanentes por la calidad humana, la generosidad y el inmenso talento de un ser humano universal: por eso si bien Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez no se va, Gabo siempre nos har¨¢ falta.
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