Deconstruyendo a Theotoc¨®puli
Aquellos que al sol del cuarto centenario est¨¦n revisando su juicio sobre El Greco, deben comenzar por la esencial exposici¨®n de su biblioteca en una salita del Museo del Prado
Aquellos que al sol del cuarto centenario est¨¦n revisando su juicio sobre El Greco, deben comenzar por la esencial exposici¨®n de su biblioteca en una salita del Museo del Prado de discreto tama?o y densa documentaci¨®n. La propuesta, dirigida por Javier Docampo y Jos¨¦ Riello, es impecable: debemos olvidar los viejos t¨®picos sobre el pintor. Este es el pr¨®logo ineludible.
En l¨ªnea con los seminales trabajos de Fernando Mar¨ªas, quien lleva treinta a?os limpiando la vieja estampa del artista, los comisarios muestran de modo irrefutable que ni el catolicismo, ni la m¨ªstica, ni el genio metaf¨ªsico de Castilla son elementos relevantes en la pintura de quien no tuvo otra pretensi¨®n que la de ser el m¨¢s grande pintor de Europa. Y seguramente ten¨ªa raz¨®n. Aunque un pintor extravagante.
El t¨®pico trascendente se forj¨® poco a poco, pero tuvo su m¨¢s fuerte oleaje popular con los escritos de Maurice Barr¨¨s cuya influencia en la Espa?a de comienzos del siglo XX fue enorme. La visi¨®n de Barr¨¨s determin¨® la de talentos como Ortega, Unamuno, Mara?¨®n o D'Ors. A lo largo del siglo XX el Greco no fue sino un ¡°int¨¦rprete del alma castellana¡± (Coss¨ªo), cuando no un meteoro de Asia: ¡°Lo oriental, lo occidental, todo se anega en el espa?olismo de la obra del Greco¡± (G¨®mez de la Serna). Nada de eso es congruente con el an¨¢lisis actual de su pintura, ni con la simple visi¨®n de su biblioteca.
Primera sorpresa, apenas hay libros de religi¨®n y son de los que ofrecen estampas a la imaginaci¨®n, no doctrina. Segunda, muchos textos en griego y pocos en espa?ol. Tercera, entre los abundantes cl¨¢sicos ni un Plat¨®n, pero s¨ª tres Arist¨®teles. Los ensayos reunidos en el cat¨¢logo dan cuenta de los inventarios que permitieron conocer la biblioteca y se detienen en el volumen de las Vidas de Vasari donde el Greco anot¨® una importante cantidad de p¨¢ginas. Ahora podemos leer dieciocho mil palabras que forman casi un libro en donde expone su pensamiento. En ese extenso texto no hay una sola palabra que aluda a la religi¨®n. Si a ello se a?ade que no perteneci¨® a cofrad¨ªa alguna y no encarg¨® misas a su muerte (Riello, 54), aunque s¨ª lo hizo luego su hijo por razones del cargo, puede entenderse que pintaba temario religioso porque no le encargaban otro, no por obsesi¨®n.
?Qu¨¦ queda cuando al Greco le amputamos la m¨ªstica, la espiritualidad flam¨ªgera y el delirio p¨ªo? Queda la pintura. Una de las m¨¢s singulares de la historia.
En el primer inventario, el de 1614, figuran ciento treinta libros. Es una biblioteca considerable para un pintor. La de Vel¨¢zquez (¡°erudito pintor¡±, le llamaba Palomino) ten¨ªa ciento cincuenta y cuatro. La de Rubens, el m¨¢s rico e instruido de los pintores de su ¨¦poca, contaba quinientos. Esa pasi¨®n estudiosa responde al proceso (que conoci¨® en Venecia, hacia 1567) de ascenso intelectual de los pintores, los cuales, de pertenecer a los gremios artesanos (mec¨¢nicos) se alzar¨ªan a ser ¡°artistas¡± (liberales) en un doloroso calvario de doscientos a?os. No en vano Pacheco dijo de ¨¦l que era ¡°gran fil¨®sofo de agudos dichos¡±, sentencia que hay que tomar con prudencia porque Theotoc¨®puli, en los treinta y pico a?os que vivi¨® en Espa?a, s¨®lo logr¨® farfullar un espa?ol plagado de italianismos.
?Qu¨¦ queda cuando al Greco le amputamos la m¨ªstica, la espiritualidad flam¨ªgera y el delirio p¨ªo? Queda la pintura. Una de las m¨¢s singulares de la historia. Algo as¨ª como si al Tintoretto de San Rocco le hubieran injertado el cielo estrellado de Van Gogh. Pintura saturada de color, pero no la limpia coloratura florentina y ni siquiera la m¨¢s oscurecida de Roma, sino otra inventada por el griego, un cromatismo ¨²nico, inconfundible, espectral: la dram¨¢tica luminosidad del nocturno toledano, verdadero h¨¢pax del paisajismo. Es esa originalidad portentosa, ¡°la falta de simetr¨ªa, la distorsi¨®n de las proporciones, las incongruentes libertades iconogr¨¢ficas, la negaci¨®n del espacio, el trabajo directo sobre el lienzo con manchas de color¡± (Hadjinicolau), lo que ha emocionado tan poderosamente a los artistas modernos. La exposici¨®n del Museo del Prado que pone en relaci¨®n el Greco y los modernos es admirable.
Tras un periodo de olvido, la pintura de Theotoc¨®puli regres¨® de la mano del romanticismo tard¨ªo, pero despu¨¦s de seducir a los ochocentistas sigui¨® su camino a lo largo del siglo XX y entr¨® de lleno en la invenci¨®n de las vanguardias. Su obra es una de las presencias antiguas m¨¢s extensas: cubismo, expresionismo, surrealismo, abstracci¨®n, su esp¨ªritu reaparece en casi todos los movimientos. Con el pre¨¢mbulo del estupendo Cristo muerto de Manet, la exposici¨®n se inicia con la primera y m¨¢s potente colaboraci¨®n, la de C¨¦zanne, cuya copia de la Dama del armi?o (no importa su autor¨ªa) abre el proceso de absorci¨®n vanguardista en 1882.
Posterior, pero no menor, es el peso de Picasso, en verdad obsesionado con el cretense. Hay aqu¨ª diecinueve picassos, alguno de los cuales, como el audaz Entierro de Casagemas, parodia del de Orgaz, es casi desconocido. Menos sorprendente es su influencia en el ¨¢mbito germ¨¢nico donde se le conoci¨® gracias a dos piezas extraordinarias, El expolio, en Munich, y el Laocoonte de los Montpensier que permaneci¨® durante a?os en Berl¨ªn y en Munich. Ni falta hace decir que la convulsa paleta de Kokoschka est¨¢ embebida del Greco, pero hay en esta exposici¨®n piezas inesperadas de Beckmann, de Schiele, de Macke, de Soutine.
Es imposible resumir todo lo que el comisario, Javier Bar¨®n, ha logrado reunir en esta muestra. Lo m¨¢s ins¨®lito, las copias de Pollock y el evidente impacto en sus ¨®leos de los a?os treinta. Menos sorprendente, pero singular, la presencia de Giacometti, Chagall o Bacon. Hay tambi¨¦n una aportaci¨®n de la ¨²ltima gran pintura espa?ola, la de Saura, que enlaza con la recepci¨®n de los primeros: Zuloaga, Rusi?ol, Fortuny. De Zuloaga conmueve el inmenso retrato de los defensores del Greco, todo el 98 encabezado por Ortega, con un fondo magn¨ªfico: la Visi¨®n de San Juan comprado en 1905 por Zuloaga y que desdichadamente se vendi¨® al Metropolitan. Fue esa brillante generaci¨®n la que forj¨® la vieja estampa del Greco m¨ªstico y ¡°espa?ol¡±. Toca ahora limpiarla mediante una restauraci¨®n profunda. Y eso hacen las ciento siete piezas de esta exposici¨®n memorable.
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