No digas que fue un juego
'Playgrounds' invita a reflexionar sobre el juego como recuperaci¨®n del espacio p¨²blico
Dec¨ªa Wittgenstein que no es posible encontrar un n¨²cleo de significaci¨®n com¨²n compartido por todos los juegos y que s¨®lo cabe descubrir entre algunos de ellos ¡°parecidos de familia¡± (tambi¨¦n hay, podr¨ªamos a?adir, bastardos que parecen haberse colado en el ¨¢lbum sin credenciales de parentesco alguno). Y no es solamente que haya juegos muy diferentes ¡ªcomo el boxeo o las cartas¡ª, es que llamamos jugar a cosas bien distintas y a veces contradictorias: la estresante competici¨®n deportiva, el deambular sin rumbo definido, el relajado descanso despu¨¦s del trabajo, el esforzado oficio del turista, una funci¨®n teatral, la furiosa invasi¨®n infantil del parque recreativo, o el desaf¨ªo electr¨®nico en el espacio virtual. Playgrounds es una muestra que re¨²ne un amplio mosaico de obras de arte contempor¨¢neo en una propuesta muy ambiciosa: se trata, para empezar, de delimitar, dentro de esa vasta y heterog¨¦nea masa, aquellos juegos que se desarrollan en el espacio p¨²blico (quedan excluidos, pues, los juegos de sal¨®n y, en general, los privados); una vez hecho esto, el argumento consiste en buscar en esa clase de juegos, de acuerdo con algunas de las apuestas cr¨ªticas que se han ido generando en los programas est¨¦ticos alternativos, una posibilidad de recuperar ese terreno privatizado y mercantilizado, una ocasi¨®n para ¡°reinventar la democracia¡± a partir de lo que ser¨ªa, seg¨²n los comisarios, el ¨²ltimo vestigio de resistencia contra la l¨®gica implacable del capitalismo. Ambiciosa, s¨ª, la propuesta no es en absoluto descabellada: se apoya en una ambig¨¹edad que hoy es constitutiva de la propia noci¨®n de juego,y que al mismo tiempo que permite sustentar la hip¨®tesis, amenaza con subvertir su sentido o trivializarlo.
?A qu¨¦ ambig¨¹edad nos referimos? En nuestra cultura, por razones que ser¨ªan largas de explicar, el concepto de juego disfruta de una situaci¨®n privilegiada. Por una parte, acumula todo el prestigio de lo no serio y de la inocencia salvaje de los ni?os, del posibilismo de lo ficticio, de lo l¨²dico, de lo festivo y lo gratuito, de lo gozoso y lo creativo, incluso del sexo y del amor, frente a las connotaciones negativas del trabajo y las actividades adultas que generan obligaciones y responsabilidades; y es, no conviene olvidarlo, la met¨¢fora m¨¢s repetida para pensar la actividad art¨ªstica. Pero, por otra parte, funciona igualmente como modelo, paradigma y esquema de todas las cosas serias a las que presuntamente se opone, de tal manera que, como ha mostrado en los ¨²ltimos tiempos la llamada teor¨ªa de juegos, tambi¨¦n sirve para explicar instancias tan aparentemente poco l¨²dicas como la estrategia militar y la guerra, el comercio, la industria, las finanzas, la pol¨ªtica o el matrimonio. Parece tener el m¨¢gico derecho a reunir en un solo paquete el principio del placer y el principio de realidad. Los movimientos art¨ªsticos y las corrientes ideol¨®gicas que, desde mediados del siglo pasado, desplegaron un discurso cr¨ªtico contra los deshilachados pilares de la modernidad (recogiendo impulsos revulsivos que ven¨ªan ya de los utopismos decimon¨®nicos) dirigieron sus dardos contra la rigidez de las estructuras sociales, encarnadas en las s¨®lidas edificaciones del Movimiento Moderno, que a su vez simbolizaban todas las intransigencias de la sociedad industrial (las fronteras ocio/trabajo, privado/p¨²blico, burgues¨ªa/proletariado, masculino/femenino, etc¨¦tera). El juego pod¨ªa, entonces, servir como met¨¢fora para que la llamada ¡°izquierda art¨ªstica¡±, que alcanz¨® plena visibilidad en Mayo del 68, reivindicase la flexibilizaci¨®n de esos f¨¦rreos cors¨¦s, la apertura de las citadas fronteras y la licuaci¨®n de aquellas ominosas solideces, alcanzando potencialidades que nadie dudaba en calificar de revolucionarias, sin necesidad de emplear expresiones de alto riesgo (como la que en uno de los paneles de la exposici¨®n habla del ni?o como ¡°sujeto pol¨ªtico aut¨®nomo¡±) o de dudosa gramaticalidad (como ¡°demanda de agencia¡±, ¡°empoderamiento¡± o ¡°no obstante a¡¡±).
Pero el hecho de que el juego se haya convertido en clave para entender las actividades serias no es una simple casualidad. Va de la mano de la instalaci¨®n generalizada de un nuevo r¨¦gimen socioecon¨®mico ¡ªl¨ªquido y no s¨®lido, flexible y no r¨ªgido¡ª en el cual, objetivamente, las fronteras entre el ocio y el trabajo, entre las clases sociales y entre los g¨¦neros, o entre lo p¨²blico y lo privado se han vuelto permeables y fluidas, pero no precisamente en el sentido imaginado por los utopistas del XIX o por los radicales del XX, sino en uno, contrario, que nos ense?a hoy el rostro infernal de la flexibilidad, la adaptabilidad y la movilidad: el juego ha sido tan sistem¨¢ticamente colonizado por los mismos que privatizaron y mercantilizaron el espacio p¨²blico que lo que hoy es leg¨ªtimo es dudar de su potencial revolucionario, y de las capacidades cr¨ªticas de un discurso ampliamente fagocitado por sus enemigos. Quienes han presentado esta muestra no ignoran nada de esto, y precisamente la oportunidad de su trabajo consiste en permitirnos visualizar el desgaste de ese discurso y en obligarnos a reflexionar no solamente acerca de qu¨¦ ser¨ªa hoy lo genuinamente ¡°revolucionario¡±, sino tambi¨¦n sobre el significado de las relaciones entre arte y pol¨ªtica en un mundo como el nuestro y en una coyuntura como la presente. No vaya a ser que alguien piense que el arte es s¨®lo un juego de sal¨®n que los entendidos practican en los museos.
Playgrounds. Reinventar la plaza. Museo Reina Sof¨ªa. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 22 de septiembre.
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