Atr¨¦vete a sentir
La b¨²squeda de lo sublime en tiempos de escepticismo e igualdad se difumina La alternativa es el peligro de retroceder
1. ?Podemos sentir, pensar y representar lo sublime en la actual ¨¦poca de la cultura? La etimolog¨ªa latina de "sublime" (sublimis) se?ala lo muy alto y "sublimar" indic¨® al principio levantar o elevar. ?Existe hoy una literatura de estilo elevado? ?Ser¨ªa imaginable algo semejante a la antigua epopeya hom¨¦rica o a una tragedia griega protagonizadas por h¨¦roes m¨ªticos que, seg¨²n la preceptiva aristot¨¦lica, se caracterizan por ser superiores a nosotros, las personas reales? Muchos tender¨ªan a pensar que no. Vivimos una hora en la que la simple menci¨®n de lo sublime suscita en la mayor¨ªa un moh¨ªn de escepticismo, cuando no una palabra de sarcasmo. El cinismo ambiente ha desterrado del mundo contempor¨¢neo la mera conjetura de lo grandioso, pues as¨ª precisamente se define lo sublime: como lo grande, eminente, excelso, de elevaci¨®n extraordinaria. La presente etapa de la cultura, desertora del ideal, habr¨ªa quedado inhabilitada para tan subido sentimiento porque el igualitarismo democr¨¢tico impone una nivelaci¨®n general que lo excluye. Al homo democraticus le ser¨ªa dado disfrutar de las cosas sublimes producidas por los cl¨¢sicos de nuestra gloriosa tradici¨®n cultural ¡ªen una relaci¨®n arqueol¨®gica o anticuaria con ellas¡ª, pero ya no crearlas. Eso ya no, salvo acaso una sublimidad rasamente cuantitativa, como esas colosales obras de la arquitectura moderna o la admiraci¨®n ante las extensiones impensables del universo con sus millones de millones de estrellas y galaxias que estudia la astrof¨ªsica. Pero una cualitativa, concebida como grandeza moral y est¨¦tica, se nos antoja hoy muy poco convincente.
Ahora bien, ?y si la inveracidad de lo sublime a los o¨ªdos contempor¨¢neos respondiera a causas accidentales, adventicias? Ojal¨¢ sea as¨ª porque sin ese anhelo de elevaci¨®n hacia lo ¨®ptimo las culturas se empobrecen sin remedio. Cada ¨¦poca propone un ideal ¡ªgriego, romano, medieval, renacentista, ilustrado, rom¨¢ntico¡ª que, como expresi¨®n cimera de lo humano, seduce por su perfecci¨®n, ilumina la experiencia individual y moviliza el entusiasmo latente haciendo avanzar al grupo en una direcci¨®n. Una sociedad sin ideal ¡ªy lo sublime es una forma de ideal¡ª est¨¢ condenada fatalmente a no progresar, a repetirse y a la postre a retroceder. Nada prueba la incompatibilidad esencial entre la democracia y un ideal sublime. Quiz¨¢ s¨®lo exista con la versi¨®n distorsionada que de ese ideal ha depositado a las orillas del presente las oleadas de la historia, de suerte que, restituido a su significado original, se hallar¨ªa en condiciones de fecundar nuestra cultura tanto como lo hizo en las anteriores y agitar positivamente las fuentes de un entusiasmo por ahora reprimido y a la espera de su momento propicio.
2. Durante la Antig¨¹edad lo sublime es una variedad de lo bello. La belleza se asocia primeramente a las cosas dotadas de forma, justa medida y proporci¨®n. Pero tambi¨¦n le son propios el ¨¦xtasis, el hechizo o el rapto que suscita lo sublime. En el di¨¢logo plat¨®nico I¨®n, S¨®crates contrapone la t¨¦cnica y ese don inspirado por un dios que entra en el poeta, se apodera de ¨¦l y le hace componer versos de alta belleza, presa de furor y divino delirio, sobre temas de los que carece de conocimiento emp¨ªrico. Los poetas no son otra cosa que int¨¦rpretes de los dioses; cuando poetizan se hallan fuera de s¨ª y el alma les desborda de entusiasmo. De donde se sigue que el concepto formal de lo bello debe completarse con esa otra belleza de calidad sentimental que se compendia en la palabra entusiasmo, cuya etimolog¨ªa (en-thousiasmos) evoca justamente esa posesi¨®n divina.
En los primeros siglos de nuestra era, un desconocido profesor griego escribi¨® el tratado de ret¨®rica Sobre lo sublime, atribuido a un tal Longino. Lo sublime es como una elevaci¨®n y una excelencia en el lenguaje, aquella grandeza que gana siempre nuestra admiraci¨®n porque es digna de imitaci¨®n y de perduraci¨®n en las generaciones siguientes. ¡°Es grande¡±, leemos en el tratado, ¡°s¨®lo aquello que proporciona material para nuevas reflexiones y hace dif¨ªcil, m¨¢s a¨²n imposible, toda oposici¨®n y su recuerdo es duradero e indeleble. En una palabra, considera hermoso y verdaderamente sublime aquello que agrada siempre y a todos¡±. Este agradar universal (¡°siempre y a todos¡±) es obra de la naturaleza porque ella ¡°hizo nacer en nuestras almas desde un principio un amor invencible por lo que es siempre grande¡±.
Durante la Antig¨¹edad lo sublime es una variedad de lo bello. La belleza se asocia primeramente a las cosas dotadas de forma, justa medida y proporci¨®n
Esto vale para amar lo grande, pero ?c¨®mo crearlo? ?C¨®mo produce el poeta una obra literaria sublime? Longino cree que el artista, adem¨¢s de poseer una depurada t¨¦cnica (para el uso de figuras, la elecci¨®n de palabras justas y la composici¨®n), ha de reunir adem¨¢s disposiciones intelectuales y sentimentales innatas, toda vez que ¡°lo sublime es el eco de un esp¨ªritu noble¡±. El c¨¦lebre cap¨ªtulo 9 del tratado se refiere a esa ¡°natural grandeza de esp¨ªritu¡± de dichos poetas: ¡°El verdadero orador no debe tener un esp¨ªritu mezquino e innoble. Pues no es posible que aquellos que han tenido toda su vida h¨¢bitos y pensamientos bajos y propios de esclavos realicen algo digno de admiraci¨®n y de la estima de la posteridad. Grandiosas son las palabras de aquellos que tienen pensamientos profundos¡±. La segunda disposici¨®n innata es una pasi¨®n entusiasta y vehemente, una emoci¨®n ¡°que respira entusiasmo como consecuencia de una locura y una inspiraci¨®n especiales y que convierte las palabras en algo divino¡±.
En suma, grandes pensamientos (nobleza) y grandes sentimientos (entusiasmo).
Para la Antig¨¹edad el mundo conforma un cosmos finito, cuya belleza reside en la limitaci¨®n. Lo ilimitado, lo infinito son siempre sospechosos para el griego, porque remiten a una situaci¨®n ca¨®tica, monstruosa, previa a la determinaci¨®n de las leyes naturales. El arte no debe tratar de inventar nada, sino imitar la bella perfecci¨®n de una naturaleza preexistente. Incluso para Longino lo sublime se integra en lo bello y se puede hablar con propiedad en ¨¦l de una belleza sublime. Pero es cierto que en su tratado (cap¨ªtulos 35 y 36) encontramos expresiones que parecen subvertir este orden cl¨¢sico porque sugieren la insuficiencia de la naturaleza para un poeta inflamado que, ¡°abandonando las fronteras del mundo¡±, alcanza una grandeza supranatural que, a pesar de su imperfecci¨®n, es sublime. Aqu¨ª se apunta la posibilidad de una sublimidad antibella y antinatural, sin imitaci¨®n, que la modernidad, leyendo a Longino a su conveniencia, convertir¨¢ en can¨®nica.
3. Longino lleg¨® a la Europa moderna, tras siglos de olvido, por la traducci¨®n de su tratado que en 1674 hizo el acad¨¦mico franc¨¦s Boileau-Despr¨¦aux. Pronto se apropi¨® del concepto el pensamiento ingl¨¦s, que lo trasplant¨® desde los dominios de la ret¨®rica, su lugar original, a los de la psicolog¨ªa de las artes visuales. Para Addison, en Los placeres de la imaginaci¨®n (1712), estos placeres son de tres clases seg¨²n los objetos que comparecen a la vista: lo bello, lo singular y lo grande (los dos ¨²ltimos acabar¨¢n recibiendo el nombre de pintoresco y sublime, respectivamente). Ante lo grande, dice, ¡°caemos en un asombro agradable y sentimos interiormente una deliciosa quietud (stillness) y espanto (amazement)¡±. Burke, autor de De lo bello y lo sublime (1757), el texto m¨¢s influyente en la materia junto al de Longino, permutar¨¢ la tr¨ªada de Addison por un dualismo insuperable, definitivo, entre s¨®lo las dos categor¨ªas del t¨ªtulo, cuyo antagonismo exaspera hasta el extremo. Lo bello es una sensaci¨®n sociable, de placer o amor, que suscita la vista de determinados cuerpos peque?os, graciosos y delicados. Lo sublime, en cambio, es un deleite solitario. Y en su anal¨ªtica de lo sublime Burke caracteriza esta categor¨ªa con propiedades romantizadas contrapuestas a su visi¨®n neocl¨¢sica o rococ¨®, muy siglo XVIII, de la belleza. Produce asombro y admiraci¨®n la contemplaci¨®n de esos grandiosos fen¨®menos desatados en la naturaleza ¡ªtempestades, huracanes, terremotos, volcanes en erupci¨®n, la pavorosa majestad de la noche oscura¡ª cuando observamos la proximidad del peligro que nos amenaza, pero al mismo tiempo nos sabemos a salvo de ¨¦l. Y ninguna fuente mayor de lo sublime que el vislumbre de lo que, por no poder percibir sus l¨ªmites, presentimos infinito. ¡°La infinidad¡±, escribe Burke, ¡°tiene una tendencia a llenar la mente con aquella especie de horror delicioso (pleasing horror) que es el efecto m¨¢s genuino y la prueba m¨¢s verdadera de lo sublime¡±.
Aqu¨ª se consuma el giro moderno de lo sublime. Por un lado, una belleza natural seca, sim¨¦trica y ornamental; por otro, una sublimidad infinita, en trance, sobrenatural y por eso mismo deforme o informe. El m¨¢s consecuente corolario de este presupuesto lo hallamos, dentro de las artes visuales, en el expresionismo abstracto norteamericano. En un texto de 1947, The sublime is now, Barnet Newman escribi¨® que ¡°la ¨²nica pregunta que se impone hoy es c¨®mo crear un arte de lo sublime¡±, lo cual requiere, afirma con radicalidad, una previa destrucci¨®n de la belleza. Y ese designio lo cre¨ªa cumplido en el arte abstracto de su pa¨ªs, sin imitaci¨®n de bellas formas naturales, que ¡°reafirma el deseo natural del hombre por lo exaltado y nuestra relaci¨®n con las emociones absolutas¡±. Y el cr¨ªtico Rosenblum en The abstract sublime (1961) conecta Luz y verde sobre azul de Rothko (1954) con Monje al borde del mar de Friedrich (1809) para arg¨¹ir que las ra¨ªces comunes del expresionismo abstracto y la pintura de paisajes del romanticismo se hallan en el arte de lo sublime.
En su Cr¨ªtica del juicio (1790) Kant confirma el antagonismo burkeano entre lo bello y lo sublime, as¨ª como la intimidad del segundo con la infinitud. Para Kant lo sublime ¡ª¡°aquello en comparaci¨®n con lo cual toda otra cosa es peque?a¡±¡ª es un sentimiento despertado por la idea de infinito, una idea que, por el mero hecho de poder ser pensada por la raz¨®n, demuestra la superioridad de nuestro esp¨ªritu sobre la precaria naturaleza. Si la naturaleza es bella por su forma y su limitaci¨®n, lo sublime invierte los t¨¦rminos y participa de lo informe e ilimitado que la idea de infinitud lleva en su vientre. S¨®lo que ahora, a diferencia de lo que suced¨ªa en la Antig¨¹edad, esa idea de infinitud no denota carencia sino, al contrario, plenitud m¨¢xima. El hombre poscopernicano es un rey destronado que, al perder el centro del cosmos, compensa la herida en su narcisismo constituy¨¦ndose ¨¦l mismo en una totalidad a¨²n mayor. Y lo sublime es la categor¨ªa est¨¦tico-moral que mejor se adapta a este segundo mundo espiritual: el de la subjetividad moderna de anhelos infinitos. ¡°Lo sublime¡±, escribe Lyotard comentando el citado art¨ªculo de Newman, ¡°es el modo de la sensibilidad art¨ªstica que caracteriza la modernidad¡±. Lo sublime ya no es cuesti¨®n de elevaci¨®n, como en Longino, sino de intensidad, de manera que puede incluir las supuestas imperfecciones, las infracciones al gusto, la fealdad, si son lo bastante intensas. ¡°El arte no imita la naturaleza, crea un mundo paralelo, eine Zwischenwelt, dir¨¢ Paul Klee, donde lo monstruoso y lo informe tienen su derecho porque pueden ser sublimes¡±.
Se consuma el giro moderno de lo sublime. Por un lado, con una belleza natural seca, sim¨¦trica y ornamental; por otro, con una sublimidad infinita, en trance, sobrenatural
En lo sublime kantiano sorprende Eugenio Tr¨ªas el origen de ese inquietante deslizamiento moderno de lo sublime hacia lo siniestro: sin l¨ªmites de ninguna clase, informe y contrario a la belleza, se abre a lo abismal, terror¨ªfico, espantable, m¨®rbido y aun demoniaco. As¨ª, sublime en el siglo XX ser¨¢n, por ejemplo, los desfiles y concentraciones nazis filmados por una fascinada Leni Riefenstahl; y en el siglo XXI, nada m¨¢s sublime, dir¨ªa el compositor Stockhausen a¨²n bajo los efectos de su impacto, que el choque televisado de los aviones terroristas contra las Torres Gemelas de Nueva York.
4. Longino ya se preguntaba por qu¨¦ en su ¨¦poca escaseaban los poetas sublimes. Se daba dos razones. La primera, la ausencia durante el Imperio Romano de libertades democr¨¢ticas: ¡°La democracia es una excelente nodriza de genios y s¨®lo con ella florecen los grandes hombres de letras¡±. La segunda, el desmedido af¨¢n de riquezas y de placeres de sus coet¨¢neos, quienes, dominados por la indiferencia, ya no miraban hacia arriba ni emprend¨ªan jam¨¢s nada digno de emulaci¨®n y honor. ?Qu¨¦ dir¨ªamos de nuestra ¨¦poca? En este comenzado siglo la democracia se halla s¨®lidamente asentada en Occidente, pero reina por todas partes la indiferencia ante lo sublime. ?Por qu¨¦? ?S¨®lo por el af¨¢n de riqueza y placeres?
El anterior recorrido hist¨®rico ¡ªque va de lo elevado a lo siniestro¡ª explica por qu¨¦ esa sublimidad distorsionada que hemos heredado de la modernidad carece de persuasi¨®n como ideal movilizador para la ¨¦poca democr¨¢tica. Se hallar¨ªa pendiente la tarea de restauraci¨®n y civilizaci¨®n del concepto, que empezar¨ªa por recuperar la noci¨®n de sublimidad bella o belleza sublime, entendida como grandeza y ejemplaridad digna de imitaci¨®n y perduraci¨®n, como elevaci¨®n y no s¨®lo como intensidad. Una sublimidad no s¨®lo cuantitativa ¡ªno s¨®lo ese gigantismo de los grandes n¨²meros al que es propensa nuestra cultura colosalista¡ª, sino sobre todo cualitativa, que aspira a lo mejor en todo. En fin, una sublimidad de la finitud y amiga de los l¨ªmites, urbana m¨¢s que natural y dispuesta a absorber la vulgaridad para transformarla sin ignorarla desde?osamente.
S¨®lo el entusiasmo nos peralta a lo sublime y hoy esta emoci¨®n divina parece que se nos niega, apagadas sus fuentes por el escepticismo y la resignaci¨®n generales. El propio Longino alerta contra el falso entusiasmo, la vana hinchaz¨®n, la solemnidad que no conmueve, el patetismo inoportuno. Lord Shaftesbury dedic¨® la mayor parte de su Carta sobre el entusiasmo (1708) a denunciar sus modalidades corrompidas, que en su ¨¦poca hab¨ªan tomado la forma de fanatismo religioso ext¨¢tico. El verdadero entusiasmo, dice, permanece poderoso ante la libertad de cr¨ªtica y el sentido del humor.
Kant dio el lema a la modernidad, ese ¡°atr¨¦vete a pensar¡± (sapere aude) que todav¨ªa nos gu¨ªa. Ahora nos convendr¨ªa una exhortaci¨®n pareja a dejarnos conmover, con entusiasmo cr¨ªtico y bienhumorado, por todo lo grande, noble y hermoso de este mundo. El nuevo lema saldr¨ªa de una ligera modificaci¨®n del anterior, que no deroga sino complementa.
Y dir¨ªa sencillamente: ¡°Atr¨¦vete a sentir¡±.
Taurus publicar¨¢ en octubre en bolsillo la tetralog¨ªa sobre la ejemplaridad de Javier Gom¨¢ Lanz¨®n.
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