Van Morrison: el le¨®n a¨²n ruge
Solo media docena de ¡®shows¡¯ este verano, pero el irland¨¦s mantiene su capacidad de seducir
?Qu¨¦ tienen o tuvieron en com¨²n James Brown, Chick Corea, Johnny Hallyday, Deep Purple, David Bowie, Miles Davis, Count Basie, Marvin Gaye, Aretha Franklin, Camar¨®n de la Isla, Quincy Jones, Jamie Cullum, Dexter Gordon, Eric Clapton, Ella Fitzgerald, Iggy Pop, Gilberto Gil, Morcheeba y Lole y Manuel? ?Qu¨¦ cosa pudo amalgamar a tan dispar fauna y flora de estilos, ¨¦ticas, g¨¦neros y personalidades?
Pues que en alg¨²n momento de sus vidas ¡ªalgunos de ellos en varios, en numerosos e incluso en infinidad de momentos¡ª actuaron en el Festival de Montreux.
El breve verano del le¨®n de Belfast
A diferencia de otras temporadas estivales en las que Van Morrison y su banda protagonizaban una media de 12 a 15 conciertos por las principales ciudades Europeas, esta vez la calma impera. Apenas media docena de apariciones en total, y de ellas, dos ser¨¢n en un resort para millonarios frente al mar de Irlanda.
Hoy, 17 de julio: Schlobplatz de Stuttgart (Alemania).
22 de julio: Festival de Jazz de Edimburgo (Reino Unido).
27 de julio: Slieve Donard Hotel (Newcastle Co. Down, Irlanda del Norte, Reino Unido).
28 de julio: Slieve Donard Hotel (Newcastle Co. Down, Irlanda del Norte, Reino Unido).
3 de agosto: Cambridge Folk Festival (Reino Unido).
22 de agosto: Van Morrison Orangefield Concert (Belfast, Irlanda del Norte, Reino Unido).
Pero un caso especial es, no hay duda de eso, el de George Ivan Morrison, Van Morrison para los amigos (Belfast, 1945), seg¨²n se entra, al fondo y a la derecha, all¨ª, debajo de un eterno sombrero negro y escondido detr¨¢s de una arm¨®nica o un saxo alto o un piano o qui¨¦n sabe, un ukelele, afincado para los restos en la vitrina imaginaria donde vivieron o viven sus existencias las leyendas y los mitos.
El Festival de Montreux, fundado en 1967 por el m¨²sico suizo Claude Nobs (fallecido de forma repentina el a?o pasado tras una ca¨ªda mientras practicaba el esqu¨ª de fondo) sigue llam¨¢ndose de manera oficial Montreux Jazz Festival, aunque de jazz tiene ya tirando a poco. Hace tiempo que se convirti¨® en un mastodonte de eso que irremisiblemente, y a falta de algo mejor que llevarnos a la boca, llamamos world music. Eso no es malo. De hecho, Montreux supo crear escuela hace ya muchos lustros y marcar el paso de los grandes festivales mundiales que se dicen de jazz ¡ªy lo son, aunque tambi¨¦n lo son de otras muchas cosas¡ª. Para entendernos: que lo mismo vale un Waltz for Debbyde Bill Evans que un chunch¨²n discotequero de Shakira, por m¨¢s que todas las estrellas que pasan por el fabuloso Auditorio Stravinsky pongan cara y gestos de m¨²sicos de jazz o, como poco, de blues, de soul o de folk.
Uno pierde un rato en Montreux revisando los carteles de las hist¨®ricas primeras ediciones de los ¨²ltimos 60 y primeros 70 aqu¨ª, a orillas del lago Leman en la hiperchic Riviera suiza y ve ah¨ª, reunidos en un mismo elenco, a brontosaurios del jazz como Gerry Mulligan, Ray Charles, Charles Mingus, Miles Davis, Joe Pass, Art Farmer o Dexter Gordon, rodeados de sucesivas pl¨¦yades de segundones de lujo. S¨ª, es cierto, hoy siguen pasando por aqu¨ª criaturas celestiales del g¨¦nero, que si Chick Corea, que si Herbie Hancock, que si Dave Holland, que si Wayne Shorter o que si Jack Dejohnette... pero el jazz, que antes era principio y fin por estos lares, pas¨® hace tiempo a ser un ingrediente m¨¢s del melting pot de Montreux o, como algunos lo llaman, el Rolls-Royce de los festivales musicales.
Pero volvamos a Van Morrison.
Para el viejo bardo de Cyprus Avenue volver a Montreux es un poco volver al hogar, una suerte de eterno retorno al lago Leman en el que se acumulan ya m¨¢s de una docena de shows. Y all¨ª estaba de nuevo en la noche del martes, saliendo por la puerta lateral del escenario del Auditorio Stravinski, a bordo de un traje negro de rayas, un sombrerete negro, unas gafas negras, un pa?uelo anaranjado en el cuello y una arm¨®nica roja en los labios, atacando los compases de Back on the top tras haber dejado que, por espacio de 20 minutos, fuera su hija Shana Morrison la que abriera el fuego en escena.
Las entradas para ver de cerca a Dios costaban entre 90 y 270 francos suizos (entre 75 y 225 euros, aproximadamente). ?Caras? Relativamente. Esto es Montreux, donde una cerveza no baja de los cinco euros en un quiosco de bebidas y donde por una camiseta nost¨¢lgica del festival te llevan 45. Pero a¨²n fue peor lo de ayer: las entradas m¨¢s baratas para el concierto de Stevie Wonder ¡ªun momento hist¨®rico para este festival: el autor de La vida secreta de las plantas nunca hab¨ªa viajado hasta aqu¨ª¡ª costaban 185 francos suizos (unos 152 euros) y las m¨¢s caras¡ 450 francos (alrededor de 370 euros).
Pero Van Morrison parece estar bajando lentamente el pist¨®n de su incandescencia. No queremos decir que su concierto del martes en Montreux fuera deficiente, bien al contrario, ni siquiera tenue, ni algo tan horrible en el universo del live show como ¡°correcto¡±. Nunca sabes lo que te vas a encontrar cuando vas a ver y a escuchar a este se?or bajito, regordete y mal encarado, una de las pocas leyendas musicales de verdad en vida, el tipo que en 1968 pari¨® el monumental Astral weeks, uno de los discos m¨¢s m¨ªsticos y geniales de la historia del rock, y que solo dos a?os despu¨¦s daba a sus seguidores el no menos abrumador Moondance. Pero es cierto que la posibilidad de sorpresas siempre est¨¢ latente. Como aquella inolvidable noche del verano de 2003 en que, durante un concierto en la Plaza de la Trinidad de San Sebasti¨¢n, dentro del Festival de Jazz, y cuando apenas hab¨ªa transcurrido un cuarto de hora de actuaci¨®n y solo dos canciones, nuestro hombre se march¨® de repente, fiuuuu, se eclips¨®. La banda sigui¨® tocando, sus miembros se miraban unos a otros, nadie entend¨ªa nada. Nada de nada. Revuelo entre el p¨²blico. ¡°?Ya est¨¢, se ha cabreado por un flash o porque el sonido es malo¡±, dijo uno. ¡°Me han dicho que est¨¢ enfermo¡±, avanz¨® otro. De pronto, de no se sabe qu¨¦ chistera m¨¢gica, Van the Man apareci¨® por detr¨¢s de la bater¨ªa, avanz¨® por la escena, agarr¨® el micr¨®fono y, sin mirar al p¨²blico, sigui¨® como si nada. Hab¨ªa ido a orinar. Los dioses tambi¨¦n saben ser prosaicos.
El martes por la noche, en Montreux, Van Morrison regal¨® a sus incondicionales dos horas de m¨²sica. De M¨²sica. La M va escrita as¨ª, en may¨²scula, porque el t¨¦rmino m¨²sica ya suele sufrir demasiados vapuleos como para que, cuando la cosa es de verdad, no se subraye como conviene. M¨¢s que nada por distinguir la tonter¨ªa prescindible de la excelencia a?orada.
Apoyado por una banda excepcional (menci¨®n aparte para el teclista Paul Moran), el viejo fundador de Them recorri¨® las veredas del jazz, del soul, del rythm and blues, del rock y del folk, sin olvidar alg¨²n leve toque country. Get on with the show, Keep it simple, Real real gone y Satisfied fueron cayendo en la noche suiza, hasta un total de 18 temas, repaso urgente a una de las carreras m¨¢s ricas de la m¨²sica popular en el que no faltaron homenajes a Ray Charles y a¡ ?Clint Eastwood! (¡°Oh... ya saben, Eastwood es¡ una especie de Mois¨¦s¡±, lanz¨® Van Morrison al auditorio). Los ecos de antiguos genios vocales de la mejor m¨²sica negra tambi¨¦n retumbaron el martes por la noche en Montreux: T-Bone Walker, Wilson Pickett, Marvin Gaye...
La banda de Van Morrison, siempre poderosa en los conciertos de este artista, que no negocia ni una micra con la calidad del directo, y con una secci¨®n de viento conmovedora en su despliegue (saxo tenor, saxo alto, tromb¨®n de varas, tuba, trompeta, clarinete, flauta, arm¨®nica) recibi¨® sobre el escenario a un invitado sorpresa de alcurnia: el saxofonista Maceo Parker, que andaba por Montreux y, tras recibir la sugerencia de Van Morrison, acept¨® el envite, apareci¨® al cuarto o quinto tema y se qued¨® ah¨ª hasta el final.
Solo un pero cabe poner a lo que ahora mismo, verano de 2014, es un espect¨¢culo en directo de quien sin lugar a la m¨¢s m¨ªnima duda ha sido uno de los m¨²sicos de mayor y m¨¢s decisiva influencia en las generaciones posteriores: el momento de gloria ¡ªexcesivo, como poco¡ª que el autor de maravillas como Brown eyed girl concede a su hija Shana. Fruto del matrimonio de Van Morrison con su primera esposa, Janet Rigsbee, Shana posee una voz privilegiada, pero ocurre que no es tan privilegiada como la de su ilustre pap¨¢. El hecho de que un concierto en un lugar tan altamente simb¨®lico como el Festival de Montreux llevara 20 minutos transcurridos, con la chica protagonizando el show acompa?ada por la banda de pap¨¢, y sin que pap¨¢ se signara salir del camerino, tuvo bastante gracia, por as¨ª decir, aunque no tanta cuando las entradas van servidas a precio de caviar.
Apenas media docena de apariciones vestir¨¢n el verano 2014 de Morrison. Hoy mismo actuar¨¢ en Stuttgart, y la semana que viene lo har¨¢, primero, en el Festival de Jazz de Edimburgo... y despu¨¦s, durante dos d¨ªas seguidos, en un melanc¨®lico resort para veraneantes con posibles frente al mar de Irlanda. En agosto recalar¨¢ en Cambridge y en su Belfast natal. Parecen suficientes datos como para una deducci¨®n apresurada y seguro que aventurada: ?Est¨¢ saliendo Van Morrison de la escena? Ser¨ªa una pena. Ya saben: como escribi¨® el cr¨ªtico Greil Marcus, ning¨²n hombre blanco canta como Van Morrison¡±.
LOS ¡®OCHOMILES¡¯ DE UN M?SICO ECL?CTICO
¡®The story of Them featuring Van Morrison¡¯
¡®Astral weeks¡¯ (1968)
¡®Moondance¡¯ (1970)
¡®It¡¯s too late to stop now¡¯ (1974)
¡®Into the music¡¯ (1979)
Aunque su cabecilla reneg¨® de Them, se trataba de un grupo rocoso con versiones incendiarias y canciones propias y apasionadas como Gloria o Mystic eyes, no se les reconoci¨® grandeza en su momento, por su supuesto origen paleto (Belfast no era el swingingLondon) y por su dificultad para comunicarse con la prensa o los fans, algo que Van convertir¨ªa en arte: el arte de dispararse en el pie. Them sigui¨® funcionando tras la marcha de Morrison pero no alcanz¨® la intensidad de las grabaciones realizadas en 1964-1965.
Su primer disco como solista ya inclu¨ªa la gozosa Brown eyed girl o la dolorida T. B. sheets, pero Van insiste que Astral weeks es su punto de partida: muestra al artista en estado de gracia o de arrebato, arropado por unos m¨²sicos hipnotizados. En 2008, cuarenta a?os despu¨¦s, en contra de sus principios, Van cedi¨® al marketing y lo toc¨® ¨ªntegramente en directo y luego edit¨® el resultado en CD y DVD. Antes ya hab¨ªa probado a invocar a esa particular musa en discos como Saint Dominic's preview (1972) o Common one (1980); la musa no se present¨®.
Enamorado de una chica tan hippy que se hace llamar Janet Planet, buscando la comuni¨®n con la naturaleza, Van se refugia en los alrededores de Woodstock. Luego, para evadir antiguos contratos, escapa a Cambridge (Massachusetts), ciudad universitaria con abundantes locales para el directo. Morrison tropieza con lo que ser¨ªa su piedra filosofal: un rhythm and blues que rueda casi sin esfuerzo, tocado con metales y algunos ritmos jazzeados. Celebra la sensualidad y el prodigio de vivir. Un Van Morrison feliz, un Van Morrison insuperable.
Hay aficionados que optan por otro disco doble en directo, A night in San Francisco (1994), enriquecido por John Lee Hooker y otros invitados. It's too late to stop now muestra a un artista iluminado que trata al p¨²blico como c¨®mplices en una ceremonia pagana, unido telep¨¢ticamente a su banda. Con el tiempo, perder¨ªa el respeto tanto por los espectadores como por sus m¨²sicos, maltratados de palabra y obra. Ya lo advirti¨® alguien: "Si encima fuera guapo y simp¨¢tico, Morrison podr¨ªa dominar el mundo".
Tras reconciliarse con sus ra¨ªces irlandesas (Veedon Fleece, 1974) y superar una sequ¨ªa creativa, Van se inspira en los poderes terap¨¦uticos de la m¨²sica y en reconocer su cristianismo, una posici¨®n contraria al nebuloso pante¨ªsmo anterior y el misticismo de discos posteriores. En las ¨²ltimas d¨¦cadas, mantuvo una saludable productividad alternando homenajes (a Mose Allison ?y a s¨ª mismo!) y trabajos conceptuales con discos originales y problem¨¢ticos: no faltan las perlas sueltas pero carece de un control de calidad.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.