Abedules de Birkenau
Georges Didi-Huberman viaj¨® al campo de concentraci¨®n y se lo encontr¨® adaptado al turismo
Georges Didi-Huberman visita Auschwitz-Birkenau un domingo de junio. Bien temprano, para librarse de los gu¨ªas. Es una bella ma?ana, con cielo plomizo. Como cualquier visitante de los campos sabe, la meteorolog¨ªa es crucial en estos casos. De ese viaje ¨¦l saca en claro un grupo de fotograf¨ªas y tres pedazos de corteza de abedul. Birkenau significa pradera donde crecen los abedules. Colocadas sobre una hoja de papel, las cortezas le parecen letras de una escritura anterior a todo alfabeto. Pero ?qu¨¦ dicen?
En Auschwitz-Birkernau, donde nunca hab¨ªa estado, vuelve al problema de la transmisi¨®n. Una de las barracas funciona como tienda de recuerdos, otras han sido convertidas en ¡°pabellones nacionales¡± del mismo modo que existen pabellones nacionales en la Bienal de Venecia. Han tendido alambrada nueva, un muro de utiler¨ªa sustituye al muro de las ejecuciones. ?l se pregunta si es necesario simplificar para transmitir, mentir para decir la verdad. En el centro de ese dilema est¨¢n las cuatro fotograf¨ªas con las que lidia desde hace m¨¢s de una d¨¦cada. Im¨¢genes clandestinas tomadas all¨ª por un recluso, en agosto de 1944. En dos de ellas, la incineraci¨®n al aire libre de un mont¨®n de cad¨¢veres. Una tercera, borrosa, muestra a un grupo de mujeres desvestidas rumbo a la c¨¢mara de gas. Alrededor hay hombres de las SS, el fot¨®grafo tuvo que correr un riesgo enorme. La cuarta es casi abstracta: negro de abedules contra el sol.
Una de las barracas funciona
En todas, abedules. Didi-Huberman ha dedicado a esas fotograf¨ªas un ensayo (Im¨¢genes pese a todo. Memoria visual del Holocausto) furiosamente cuestionado por Claude Lanzmann, entre otros. De modo que en Auschwitz-Birkenau revisita la discusi¨®n en torno a esas im¨¢genes. All¨ª, junto a uno de los crematorios, exponen tres de ellas. Han sido reencuadradas para hacerlas m¨¢s legibles y falta la abstracta de los abedules: no queda recordatorio del peligro que corri¨® quien las tomara.
Los ¨¢rboles son los mismos de entonces. ?l se adentra en el bosque. Como en un ensayo que dedicara a las luci¨¦rnagas, la naturaleza se hace pol¨ªtica. John Lukacs, historiador, ha evocado as¨ª el paso fronterizo sobre el Berg en la v¨ªspera del ataque alem¨¢n a la Uni¨®n Sovi¨¦tica: un ¨²ltimo tren de mercanc¨ªas cruz¨® hacia Alemania, sus luces rojas se perdieron en la oscuridad y en la paz del lugar qued¨® (este detalle pareci¨® relevante a la mayor¨ªa de sus fuentes) el croar de las ranas en la noche de verano.
Kurt Vonnegut escribi¨® en su novela m¨¢s conocida: ¡°Despu¨¦s de una matanza solo queda gente muerta que nada dice ni nada desea; todo queda en silencio para siempre. Solamente los p¨¢jaros cantan. ?Y qu¨¦ dicen los p¨¢jaros? Todo lo que se puede decir sobre una matanza; ?algo as¨ª como p¨ªo-p¨ªo-pi?¡±. Sensible a esta clase de p¨¢jaros y de ranas, Georges Didi-Huberman arranca tres pedazos de los abedules de Birkenau y halla en la etimolog¨ªa de la palabra corteza una posibilidad para la transmisi¨®n, para el libro.
Cortezas. Georges Didi-Huberman. Traducci¨®n de Mariel Manrique y Hern¨¢n Marturet. Shangrila. Santander, 2014. 68 p¨¢ginas. 14 euros
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