Cuesti¨®n de fe
La chispa de Hamilton apela a los sue?os que nos faltan para remontar
Cr¨¦anme: hubo un tiempo en que no se hablaba de Instagram o Twitter, sino que la famosa Conversaci¨®n giraba en torno a un tipo de aplicaciones que no cambiaban el ritmo de las pulsaciones del pulgar, precisamente, sino la vida de la clase media. El tostador llegaba a casa y los americanos observaban esas rebanadas crujientes de pan con m¨¢s curiosidad que la que hoy sentimos cuando miramos de reojo a quien usa Telegram en lugar de WhatsApp.
En ese tiempo surgieron los artistas pop. Gente lista con el radar activado ante los cambios que supo elevar coches, tostadores o a Marlon Brando al altar de la creaci¨®n. De las dos exposiciones pop que hay en Madrid ya se ha hablado, pero hay un momento en una de ellas, la de Richard Hamilton en el Reina Sof¨ªa, que parece encerrar la clave de la magia, de un milagro, de esa resurrecci¨®n que se echa en falta. Y que merece un ratito de reflexi¨®n. Ah¨ª va.
Con una envidiable mirada daliniana, la sonrisa abierta, los ojos saltones y una alegr¨ªa individual que se desvive por compartir, Hamilton nos cuenta en un v¨ªdeo c¨®mo ha encontrado algo as¨ª como el Santo Grial en una obra de Duchamp. Casi por casualidad, mezclando materiales sin demasiada atenci¨®n, ¨¦ste hab¨ªa logrado una oxidaci¨®n genial. ¡°?Seguramente ¨¦l no se hab¨ªa dado cuenta!¡±, viene a decir cargado de admiraci¨®n. ¡°?Pero fue un milagro!¡±
Hoy que la televisi¨®n nos devuelve la imagen de nuevos y viejos l¨ªderes sin brillo en la mirada, repitiendo argumentarios con menos entusiasmo a¨²n que el nuestro al zapear o intentando dar explicaci¨®n a corrupciones que no la tienen, la chispa de Hamilton apela a los sue?os que nos faltan para remontar.
Y ver este v¨ªdeo no tiene por qu¨¦ significar comprenderlo ¡ªla esencia de la coloraci¨®n de Duchamp me deja algo fr¨ªa, lo siento¡ª, pero nos permite ser testigos de lo que vale una buena convicci¨®n, de la energ¨ªa que puede poner en marcha.
Hamilton proclam¨® el milagro ajeno, s¨ª, pero el verdadero milagro era su propia fe, su mirada entusiasmada. Creer en algo. ?Ser¨ªa mucho pedir que las pantallas de casa, y no las del museo, nos devolvieran la imagen de pol¨ªticos que se lo creen?
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