?ltima mirada de Lauren Bacall
Con la muerte de la actriz a los 89 a?os se extingue casi al completo una era dorada del cine de Hollywood
En el cine negro de los a?os cuarenta, donde los di¨¢logos, los sentimientos y las balas iban al grano, no encajaba cualquier actriz. Lauren Bacall, fallecida ayer en Nueva York a los 89 a?os, ten¨ªa 19 cuando demostr¨® que ella no era cualquiera. Hab¨ªa estudiado interpretaci¨®n en la American Academy of Dramatic Arts, pero los problemas econ¨®micos de su familia la obligaron a dejar la escuela y trabajar como modelo. Fue precisamente gracias a una portada de Harper¡¯s Bazaar que la mujer de Howard Hawks repar¨® en ella. Hawks le pidi¨® a su secretaria que buscara el historial de la chica de la foto, pero, por error, la ayudante hizo viajar a Bacall a Hollywood desde Nueva York para una audici¨®n con el director. Hawks buscaba rostros para sus nuevos proyectos, pero como recuerda Joseph McBride en un magn¨ªfico libro-entrevista con el cineasta, la chica no encajaba: ¡°De repente apareci¨® una cr¨ªa con falda de gabardina, un jersey y una voz aguda, nasal, aflautada¡ aunque estaba muy ilusionada tuve que decirle que las chicas de nuestras pel¨ªculas eran bastante m¨¢s sofisticadas y en ning¨²n caso ten¨ªan esa voz¡±.
Pese al jarro de agua fr¨ªa, Bacall se qued¨® en Los ?ngeles y le pidi¨® tiempo y un consejo para poder corregir ese defecto. ¡°Solo te puedo decir lo que me cont¨® el mejor actor con el que jam¨¢s he trabajado, Walter Huston, sobre c¨®mo consigui¨® la fabulosa voz que tiene¡±. Dos semanas despu¨¦s Bacall regres¨® a la oficina de Hawks y lanzo un ¡°Hola, ?c¨®mo est¨¢s?¡± tan grave que se gan¨® la prueba y la gloria. Lo que sigui¨® fue un entrenamiento de cuatro meses que hicieron mutar definitivamente a Betty Joan Perske en Lauren Bacall.
Aprendi¨® de voz, de miradas y de cine, pero no era suficiente. Le?faltaba un peque?o detalle: atraer a los hombres. Como era una cr¨ªa, Hawks y su mujer la acompa?aban a todas partes hasta que un d¨ªa le preguntaron que por qu¨¦ nunca sal¨ªa de las fiestas con hombres. ¡°No se me dan demasiado bien¡±, dijo ella. Hawks le regal¨® otro truco impagable: ¡°?Y si dejas de ser tan amable con ellos? ?Qu¨¦ tal si pruebas a insultarles?¡±. Mano de santo. En la siguiente fiesta, Bacall ya ten¨ªa un candidato para acompa?arla a casa: Clark Gable. Como dec¨ªa William Faulkner, una mujer de verdad debe tener el coraz¨®n como una puerta giratoria.
As¨ª, convertida en la insolente de voz grave, ha llegado a nuestros d¨ªas. Y as¨ª Hawks empez¨® a esbozar el papel que la lanzar¨ªa al eterno estrellato: la chica de Bogart en Tener y no tener, la novela de Hemingway en cuyos di¨¢logos trabajaba Faulkner. Bacall supo aprovechar sus hoy c¨¦lebres l¨ªneas (¡°?Sabes que no tienes que actuar conmigo Steve?¡ No tienes que decir nada y no tienes que hacer nada. Nada de nada¡ O simplemente silbar¡ ?Sabes c¨®mo silbar, verdad Steve?¡ Simplemente junta tus labios y¡ sopla¡±) y fijar con ellas el mito. Cuentan que cuando Marlene Dietrich vio Tener y no tener se indign¨® tanto que llam¨® al director. ¡°?Sabes? Esa soy yo hace 20 a?os¡±, le espet¨®. ¡°Lo s¨¦¡±, respondi¨® Hawks, ¡°y tambi¨¦n s¨¦ que dentro de 20 a?os llegar¨¢ otra¡±.
Lo que sigui¨® a esa pel¨ªcula es historia. El flechazo con Bogart, el duro principio de la relaci¨®n amorosa por la doble vida que mantuvo el actor con su entonces tercera esposa, la actriz Mayo Methot, alcoh¨®lica, como ¨¦l, muerta en 1951 por sus problemas con la botella, y el cuarto (y definitivo) matrimonio del actor con Bacall. Con la nueva boda lleg¨® tambi¨¦n el anuncio de una nueva meta en la cabeza de la tozuda Betty: ser madre. Pese a las reticencias iniciales de Bogart, en 1949, nac¨ªa el primog¨¦nito de los tres hijos de la actriz (el ¨²ltimo fue de su segundo matrimonio, con Jason Robards) y cuyo nombre, Stephen, est¨¢ dedicado al personaje masculino de Tener y no tener. Antes del nacimiento del ni?o, Bacall rod¨® La senda tenebrosa (1947) y El sue?o eterno (1946), una de las cumbres del cine negro, escrita por Raymond Chandler y otra vez con Faulkner de guionista. Siguieron Cayo Largo (1949), C¨®mo casarse con un millonario (1953), Escrito en el viento (1956), Mi desconfiada esposa (1957)... Ese a?o Bogart fallec¨ªa a los 56 por un c¨¢ncer.
Diez a?os antes la pareja hab¨ªa encabezado el grupo de estrellas que viaj¨® a Washington para apoyar a los testigos citados por el Comit¨¦ de Actividades Antiamericanas. En un avi¨®n de Howard Hughes volaron Bogart, Bacall, Gene Kelly, Danny Kaye, John Garfield y John Huston. Bacall siempre se sinti¨® orgullosa de este episodio. Por desgracia, meses despu¨¦s, Bogart se borrar¨ªa de la hist¨®rica foto al declarar en p¨²blico que aquel viaje fue un error.
Para bien y para mal, la sombra del actor es alargada en la vida de Bacall. En 2011, en una entrevista a Vanity Fair, la actriz bromeaba sobre el asunto: ¡°Me temo que mi obituario va a estar repleto de Bogart¡±. No se equivocaba, aunque nunca fue un mero ap¨¦ndice y supo defender su lugar en la historia. Cuando el actor muri¨®, y despu¨¦s de recibir por una corta temporada el consuelo de Frank Sinatra, se cas¨® con Jason Robards. Entonces, dirigi¨® su carrera hacia Broadway y empez¨® a elegir pel¨ªculas con cuentagotas. En 2009 recibi¨® el Oscar honor¨ªfico. Quince a?os antes, coincidiendo con la publicaci¨®n de uno de los dos vol¨²menes de sus memorias, Bacall asegur¨® que llevaba tiempo sola. ¡°El problema es que hay muchos hombres a los que no les gustan las mujeres, les gusta el sexo, tener un florero, como quieran llamarlo, pero no les interesa la verdadera compa?¨ªa de una mujer. Echo de menos compartir los buenos momentos, pero tambi¨¦n he aprendido a disfrutar de mi soledad¡±.
Pese a su extraordinaria belleza, siempre se quit¨® importancia. Seguramente su humor fue clave para saber envejecer, espl¨¦ndida. ¡°Nunca fui una belleza, pero me considero una persona decente¡±, dec¨ªa.
Con su muerte se extingue casi al completo una era dorada del cine. Consuela recordar la primera vez que la actriz apareci¨® en la pantalla, sola, a la sombra. Lac¨®nica, abr¨ªa la boca para pedir una cerilla. Estaba tan asustada, le temblaban tanto las manos y las piernas, que clav¨® el ment¨®n en su pecho para controlar la ansiedad. Y as¨ª, presa del p¨¢nico, naci¨® esa mirada felina, desafiante, de abajo arriba, que desde aquella negra pantalla incendi¨® para siempre el coraz¨®n de un hombre y el del resto del mundo.
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