El para¨ªso a la vuelta de la esquina
Una exposici¨®n reexamina en Par¨ªs la cultura ¡®tiki¡¯, movimiento kitsch de inspiraci¨®n polinesia que proporcion¨® evasi¨®n y hedonismo durante la posguerra en Estados Unidos
Fue un movimiento breve pero penetrante, al que debemos cosas tan indispensables como las camisas hawaianas, las m¨¢scaras ¨¦tnicas y los c¨®cteles cobijados bajo un parasol de papel. La subcultura tiki, estilo kitsch de inspiraci¨®n polinesia, fue solo un fen¨®meno pasajero, pero logr¨® calar hondo en los Estados Unidos de los cincuenta y sesenta. Apareci¨® en la costa californiana durante una posguerra marcada por la sociedad de consumo, el boom econ¨®mico y la m¨¢s inflexible ¨¦tica del trabajo. Pero esa sociedad tambi¨¦n contaba con peque?os oasis en los que esa nueva clase media ¨Coficinistas vestidos de traje y corbata, con domicilio en alg¨²n suburbio residencial¨C ten¨ªa derecho a acordarse un breve reposo.
El estadounidense medio decidi¨® ocupar ese instante de ocio indagando en el imaginario so?ado de los mares del Sur, que tanto le hab¨ªan fascinado desde las grandes expediciones de los primeros aventureros. Ese exotismo hab¨ªa sido sublimado por Gauguin, quien dej¨® a mujer e hijos para instalarse en Tahit¨ª, y luego por la literatura de Jack London, Pierre Loti o Herman Melville, que escribi¨® Moby Dick inspir¨¢ndose en su estancia a bordo de un barco ballenero en Polinesia. En ese gran archipi¨¦lago de un millar de islas, esos hombres celebraron un estilo de vida alejado de los imperativos de la ciudad, donde los aut¨®ctonos se ajustaban a la definici¨®n que Rousseau dio del ¡°buen salvaje¡±.
De esa irreal enso?aci¨®n, que deformaba atributos de culturas lejanas y desconocidas, parte una nueva exposici¨®n, Tiki Pop, que examina la influencia del movimiento en las salas del Museo del Quai Branly, centro especializado en antropolog¨ªa y civilizaciones antiguas que impuls¨® el expresidente Jacques Chirac, gran amante de las artes primitivas. A trav¨¦s de 450 obras, objetos y documentos, de ancestrales efigies oce¨¢nicas a llamativas cajas de cerillas, la muestra recorre la historia de este movimiento, de su apogeo en los cincuenta y sesenta hasta su olvido en los ochenta, antes de reaparecer hace cerca de veinte a?os. En parte, gracias al impulso de Benedikt Taschen, propietario de la editorial del mismo nombre y gran apasionado del estilo, y del trabajo de Sven Kirsten, especialista en esta cultura alternativa que ahora comisaria la muestra en Par¨ªs. ¡°Potenciada por la literatura, la m¨²sica y las pel¨ªculas de Hollywood, los estadounidenses se fabricaron una visi¨®n rom¨¢ntica de Polinesia que ignoraba las complejas realidades de las culturas nativas, prefiriendo una fantas¨ªa idealizada de la vida isle?a¡±, afirma Kirsten en el cat¨¢logo de la muestra.
La exposici¨®n recoge c¨®mo se impuso esta est¨¦tica, que contaba con una aut¨¦ntica gram¨¢tica visual, formada por elementos como la palmera, la piragua o la caba?a ind¨ªgena, cuya estructura triangular inspir¨® a arquitectos de la ¨¦poca como Richard Neutra o John Lautner. Sin contar con el ukelele, que hoy sobrevive como instrumento hipster por excelencia, o la inevitable pi?a, todav¨ªa vigente en la evocaci¨®n de ese tropicalismo superficial. Pero en el centro de ese sistema figuraba un solo elemento: el semidi¨®s Tiki, presente en todas las culturas en el tri¨¢ngulo constituido por la Isla de Pascua, Haw¨¢i y Nueva Zelanda. En el territorio estadounidense se vener¨® a este dios pagano, clavando su efigie como si fuera un t¨®tem en la entrada de restaurantes, boleras y bloques de apartamentos. ¡°Fue un s¨ªmbolo de todos los placeres paganos que la Am¨¦rica de la posguerra no aprobaba¡±, se?ala Kirsten.
La est¨¦tica cont¨® con muchos otros tent¨¢culos. En esa pausa hedonista que interrump¨ªa una larga semana laboral, los estadounidenses empezaron a vestir camisas hawaianas, ¡°las primeras que no hab¨ªa que meterse dentro del pantal¨®n¡±, como apunta Kirsten, que logra ver en ellas ¡°un antepasado de la camiseta¡±. Y tambi¨¦n a frecuentar restaurantes de ambientaci¨®n playera, donde sorb¨ªan c¨®cteles de reminiscencias ex¨®ticas a base de ron, ¡°producto caribe?o completamente inexistente en el Pac¨ªfico¡±, como puntualiza St¨¦phane Martin, presidente del museo. Qu¨¦ m¨¢s dar¨ªa eso: en este sistema de valores, el mito siempre pas¨® por delante de la realidad.
Este exotismo de cart¨®n piedra no tard¨® en invadir el cine, la m¨²sica, la arquitectura, la moda, la gastronom¨ªa, la decoraci¨®n e incluso el canon de belleza. La mujer polinesia, reconvertida en hula girl para los estadounidenses, fue erigida en s¨ªmbolo de una mujer sumisa y de carnalidad amable, con la que estaba socialmente aceptado fantasear en aquellos tiempos de puritanismo sexual. ¡°Los hombres so?aban con esa mujer polinesia de senos desnudos mientras compraban a plazos la lavadora que les reclamaba su esposa¡±, resume Kirsten con sorna.
Lo que hab¨ªa empezado como un fen¨®meno marginal se acab¨® convirtiendo en una est¨¦tica casi dominante durante los 60. En 1963, incluso Walt Disney se adhiri¨® a ella tras inaugurar una atracci¨®n-restaurante (Enchanted Tiki Room) en sus parques de atracciones. Tras el ¨¦xito de Hurac¨¢n sobre la isla de John Ford y de las dos versiones de Rebeli¨®n a bordo, el cine recicl¨® a Elvis Presley en rompecorazones hawaiano. Al mismo tiempo, triunfaba la m¨²sica de Martin Denny, que puso al orden del d¨ªa el jazz selv¨¢tico de los a?os veinte, y desembarcaba en California la moda surf, un deporte ancestral en Haw¨¢i, que se acababa de convertir en 50? estado de la uni¨®n tras un apote¨®sico refer¨¦ndum: un 94% de los hawaianos votaron a favor de incorporarse a Estados Unidos en 1959. Y ese amor fue rec¨ªproco: desde entonces, toda luna de miel estadounidense deb¨ªa transcurrir obligatoriamente en la isla, futuro destino del turismo de masas.
Cuando los sesenta llegaron a su fin, lo tiki termin¨® entrando en desuso. A los hippies, ese exotismo de manual les pareci¨® rid¨ªculo y artificial, una liberaci¨®n circunscrita en el s¨¢bado por la noche que el sistema utilizaba para poder aplastar al individuo sin que se quejara demasiado. La marihuana y los alucin¨®genos sustituyeron al c¨®ctel como herramienta de evasi¨®n. ¡°?C¨®mo sorber un martiki mientras la televisi¨®n mostraba a vietnamitas calcinados por el napalm?¡±, resume Kirsten para explicar la desaparici¨®n de esta peculiar est¨¦tica.
En muy pocos a?os, los edificios de reminiscencias polinesias que se reproduc¨ªan en cada esquina fueron arrasados. ?ltimo basti¨®n de una ¨¦poca que se evaporaba, el m¨ªtico restaurante Kahiki cerr¨® sus puertas en 2000 para dejar paso a un centro comercial. Pero un centenar de edificios sobreviven en Los Angeles, donde los arque¨®logos urbanos siguen orquestando rutas secretas que permiten recordar este exotismo digerible por las masas. Hasta el 28 de septiembre, el Quai Branly se suma a la causa, dirigiendo una mirada entre nost¨¢lgica y sard¨®nica a este antiguo ed¨¦n de pacotilla.
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