La pasi¨®n del editor
El fallecido creador de Quaderns Crema y Acantilado reivindica la importancia de la edici¨®n
Jaume Vallcorba (Tarragona, 1949), creador de Acantilado y Quaderns Crema, falleci¨® el pasado 23 de agosto en Barcelona. Esta es la conferencia que pronunci¨® el pasado 1 de julio en la Universidad Pompeu Fabra.
Si he aceptado el peligroso honor de darles esta conferencia (porque, en el fondo, es esto, y no una clase), se debe a que, (adem¨¢s de pasar un rato agradable con ustedes), despu¨¦s de m¨¢s de treinta a?os de experiencia y con alg¨²n centenar de t¨ªtulos en mi haber como editor, no s¨®lo siento un intenso amor por los libros, sino que a¨²n hoy me siguen estimulando. Este amor a los libros me ha acompa?ado a lo largo de toda mi vida, desde que le¨ªa en la cama, a escondidas de mi madre y en ¨¦poca muy temprana, La Isla del Tesoro, El Mercader de Venecia, o Cuore, de Edmundo de Amicis. Y, aunque nunca cre¨ª estrictamente en la verdad literal de las historias que all¨ª se contaban, azuc¨¦ momentos de angustia escuchando sin aliento c¨®mo la pata de palo del Capit¨¢n John Silver golpeaba el parquet de mi casa en el silencio de la noche. Y me emocionaba con la valent¨ªa y el coraje de Marco en su viaje en solitario a Sudam¨¦rica. Y descubr¨ªa que los puros de alga del Capit¨¢n Nemo ten¨ªan tanta nicotina como los de la Habana. De hecho, me acuerdo a¨²n de ellos cuando enciendo uno de mis puros a d¨ªa de hoy, pregunt¨¢ndome c¨®mo ser¨ªan aqu¨¦llos. He aprendido mucho de los libros, ciertamente, pero, no los estimo por lo que he aprendido, que es much¨ªsimo, sino por encima de todo por c¨®mo me han acompa?ado a lo largo de los a?os, configur¨¢ndome y, quisiera pensar, que afin¨¢ndome. La biblioteca en la que ahora mismo escribo el texto que les estoy leyendo contiene algunos libros que ya estaban all¨ª cuando ten¨ªa once a?os, en ediciones algo manoseadas, y otros que llenaron tardes de verano de hace treinta a?os. Se ven enriquecidos por algunas manchas de caf¨¦, de vino, o de ceniza de tabaco. Me gustan estas manchas, como me gusta encontrar una carta de un amigo de hace tiempo o un recuerdo feliz. Tambi¨¦n contienen algunas notas a l¨¢piz, siempre a l¨¢piz, en las que manifiesto estupor, o entusiasmo, rechazo o aplauso o fervor por lo que acabo de leer. Me reencuentro y dialogo conmigo cuando ten¨ªa muchos menos a?os, con resultado irregular. A fuerza de recorrerlos, algunos de los poemas que contienen han quedado grabados en mi memoria sin haberlo pretendido, y aparecen de manera gozosa cuando menos se les espera. Se han adherido a m¨ª como se adhiere el sol a la piel, cambiando su tonalidad. La diferencia con el tinte de la piel es que esta tonalidad no desaparece con los fr¨ªos del invierno. Al contrario: los atempera y los conjura. Como la m¨²sica, son capaces de envolver un estado de confort que ser¨ªa dif¨ªcil conseguir sin su concurso.
Editar (y empec¨¦ muy joven, en el colegio, con una revista en ciclostil, y a?os despu¨¦s continu¨¦ en una colecci¨®n con vagos tintes de vanguardia que organic¨¦ a los veinte a?os y de la que es mejor no acordarse), ha sido para m¨ª, desde el principio, proponer a unos amigos que no conoc¨ªa una lectura que pensaba que les pod¨ªa gustar, estimular y enriquecer. Estoy convencido de que un libro es capaz de modificar a su lector por el simple hecho de haberlo le¨ªdo; que puede cambiar, en el lector, algo importante, de manera que se podr¨ªa decir que no es la misma persona antes que despu¨¦s de haberlo le¨ªdo. Porque leer es dialogar, es "escuchar con los ojos a los muertos y tener conversaci¨®n con los difuntos", como dec¨ªa Quevedo siguiendo un viejo y noble lugar com¨²n. Con pocos libros se puede tener al alcance el pensamiento humano, y del di¨¢logo con ¨¦l deriva, es sabido, cualquier conocimiento y cualquier construcci¨®n de una personalidad, ya sea individual o social. Por esto creo que editar es un trabajo que conlleva una cierta responsabilidad.
Entiendo la edici¨®n como un oficio en el que confluyen el trabajo intelectual y artesanal, en la fabricaci¨®n del libro, as¨ª como un cierto tino empresarial en su publicitaci¨®n, distribuci¨®n y venta. Los dos aspectos, lo he dicho ya muchas veces, me parecen sustantivos e igual de importantes en este oficio. Un libro sin ning¨²n atractivo, a¨²n con muchas ventas, se ver¨¢ fuera del ¨¢mbito personal de inter¨¦s y actuaci¨®n de un editor tal como yo lo concibo, y lo mismo le suceder¨¢ a un libro sustantivo sin visibilidad, puesto que sin visibilidad no hay existencia. Calidad y visibilidad son fundamentales en la edici¨®n. Edere significa "sacar hacia fuera", "dar luz", y ¨¦ste, de dare, de "dar".
Y con esto entramos en un punto fundamental del oficio. Hacer visible un libro no significa solamente imprimirlo, convertirlo en un n¨²mero indeterminado de pliegos y darlo al comercio en la esperanza, incluso perfectamente leg¨ªtima, de obtener alg¨²n rendimiento. El mejor de los libros puede hacerse invisible a sus hipot¨¦ticos lectores sin el trabajo fundamental que sobre ¨¦l debe ejercer su editor. Cada d¨ªa aparece un n¨²mero indeterminado de libros nuevos, algunos de ellos verdaderamente valiosos, que son destruidos al cabo de un tiempo por una guillotina implacable. Y muchos otros que aparecen colgados en Internet, como ahorcados mecidos por el viento, sin que nadie les preste gran atenci¨®n. Lo infinito de Internet, como cualquier otro infinito material sin l¨ªmites, se asemeja peligrosamente al desierto. A un desierto est¨¦ril. Es tarea del editor rescatarlo y darle un marco.
El marco es una parte sustancial del paisaje. Tan sustancial que se dir¨ªa que sin ¨¦l no hay paisaje. El marco da forma a lo que, antes de verse arropado por ¨¦l, era algo inasible por inmenso. El marco dirige nuestra mirada hacia su interior: subraya, acent¨²a, estructura. Elimina todo lo superfluo y profundiza en lo esencial, d¨¢ndole relieve y contorno.
Calidad y visibilidad
son fundamentales
en la edici¨®n. Edere significa ¡°sacar hacia fuera¡±, ¡°dar luz¡±, y ¨¦ste, de dare, de ¡°dar¡±.
Un marco, a pesar de lo que pueda parecer a simple vista, es din¨¢mico. Enfoca y da profundidad de campo. Y, en un cat¨¢logo, establece un di¨¢logo fecundo entre todos aquellos libros que lo conforman. Porque los libros dialogan entre s¨ª. El arist¨®crata Von Moltke, esperando en su celda de la c¨¢rcel de Tegel su ejecuci¨®n en enero de 1945 (una ejecuci¨®n que sab¨ªa de antemano doloros¨ªsima), escrib¨ªa a su mujer, y, al hacerlo, establec¨ªa tambi¨¦n un di¨¢logo con el canciller Tom¨¢s Moro, que cuatrocientos diez a?os antes, en 1535, esperaba en la torre de Londres su decapitaci¨®n cuando escrib¨ªa, con una inmensa ternura y lucidez, a su hija Margaret, con quien mantuvo un interesant¨ªsimo di¨¢logo en que la fortaleza vence a la tribulaci¨®n. Ni Moltke ni Tom¨¢s hab¨ªan cedido al poder desp¨®tico, incluso en la conciencia distinta de que esta intransigencia les iba a costar la vida. Qui¨¦n sabe si los dos no fueron confortados, en tan duro trance, por Chesterton.
Dar marco, dar forma, es relacionar y propiciar el di¨¢logo. La forma externa del libro es ciertamente muy importante: desde ella nos reconoceremos a primer golpe de vista. Hablaremos tambi¨¦n de ella un poco m¨¢s adelante. Pero imagino que, en su base, lo m¨¢s importante ser¨¢ el grado de sinton¨ªa, la amistad que pueden establecer los libros entre ellos, fruto de esa simpat¨ªa espiritual que habr¨¢ sabido poner de relieve su editor. Y todo ello es important¨ªsimo para el libro. Que me sea permitido poner un ejemplo elemental: Georges Simenon fue para muchos despistados un autor de quiosco y de best seller, hasta que Gallimard lo incluy¨® en La Pl¨¦iade. Con ello, lo pon¨ªa a la altura de Proust, Racine y Chr¨¦tien de Troyes. Me aceptar¨¢n que, como lectores, todos nosotros adoptamos una actitud vital distinta seg¨²n nos dispongamos a leer un libro de entretenimiento o un cl¨¢sico. Y es as¨ª como, desde La Pl¨¦iade (como hoy desde la Penguin Classics o la New York Review of Classics), Simenon ha ido adquiriendo la calidad de enorme escritor que ya casi todo el mundo no indocumentado le reconoce. Empec¨¦ a publicar a Stefan Zweig en una aventura editorial que dur¨® relativamente poco, Sirmio se llamaba. Pero Zweig no tom¨® el vuelo que hoy tiene hasta que no se percibi¨® el testimonio fundamental del siglo XX que nos ofrece en El Mundo de Ayer. Sin embargo, para este fin, el lector ten¨ªa que encontrarlo en una compa?¨ªa que lo hiciera evidente. Al lado de la ficci¨®n de quiosco, Balzac puede ser le¨ªdo como un tebeo. Con los libros pasa como con las personas. Y no es lo mismo encontrar a Zweig por la calle en compa?¨ªa de cualquiera que en la de Joseph Roth, que fue un amigo cercano en vida, o en la de Chateaubriand, con quien dialoga desde la distancia en el mundo del esp¨ªritu. Porque, no lo duden, Joseph Roth charla a menudo con Zweig, y tambi¨¦n con Chateaubriand y con Aleksander Wat. Y Leopardi lo hace con Lucrecio, que a su vez lo hace con Montaigne. Y lo hacen porque son amigos. No se trata ¨²nicamente de que sean cl¨¢sicos, sino que pertenecen a aquel grupo humano que ha recibido distintos nombres, el m¨¢s claro de los cuales quiz¨¢s sea el de la Rep¨²blica de las Letras. Ser un ¡°cl¨¢sico¡± no basta. Hab¨ªa hace a?os una colecci¨®n de cl¨¢sicos que se llamaba ¡°Cl¨¢sicos olvidados¡±, y que con mi profesor y amigo Mart¨ªn de Riquer , llam¨¢bamos, divertidos, ¡°cl¨¢sicos justamente olvidados¡±. La condici¨®n de cl¨¢sico no redime a un libro, ni siquiera aunque sea un cl¨¢sico de verdad. Para que un cl¨¢sico, que finalmente es una forma del esp¨ªritu de un hombre, tome presencia activa, necesita de sus amigos, y sentirse a sus anchas en una conversaci¨®n civilizada: de ella se nutre y en ella se vivifica. La conversaci¨®n, conversatio, nos lo recordaba el gran Leo Spitzer, es communio, comuni¨®n. Es esa conversaci¨®n la que ayuda a construir un marco y la que da forma a cualquier cat¨¢logo editorial.
Lo infinito de Internet,
como cualquier otro
infinito material sin l¨ªmites, se asemeja peligrosamente
al desierto
Una manera de subrayar esta comuni¨®n, sin duda, reside en el aspecto que adquiere el objeto en el que el libro toma cuerpo. Es quiz¨¢s por esto que soy tan poco amigo de las pantallas electr¨®nicas. Y no solamente porque no permiten la mancha de vino o caf¨¦ que recordaba al inicio de esta charla. La forma que toman los libros de una editorial me parece fundamental en su proyecto. Hacer cada libro distinto de los dem¨¢s, darle un protagonismo material, es tender a lo exc¨¦ntrico y a lo raro. Es privarlo de estar en una sala en conversaci¨®n con sus potenciales amigos. De aquel di¨¢logo fruct¨ªfero, adelante y atr¨¢s en el tiempo y viajero en la geograf¨ªa que configura el mundo del esp¨ªritu y que huye de la engolaci¨®n, la pedanter¨ªa y la pesadez, que es alado y libre. Si un cat¨¢logo puede ofrecerlo, creo que ya ha conseguido lo m¨¢s importante.
Pero, como dec¨ªa, este espacio debe hacerse claro para el lector. Y la mejor y m¨¢s r¨¢pida manera de conseguirlo es, como digo, la presentaci¨®n material y una cierta m¨²sica de fondo que a todos los distingue. Es un tono general, algo dif¨ªcil de definir pero perfectamente perceptible para el lector avisado, es la inconfundible presencia de una alma. Ser¨¢ tarea del editor encontrar los libros que simpaticen (uso el t¨¦rmino en su acepci¨®n antigua), libros que puedan conversar entre ellos sin disonancias y que son los que acabar¨¢n configurando su cat¨¢logo. Trabajar con sus autores en conseguir el m¨¢ximo de sus posibilidades ser¨¢ otra de las grandes tareas del editor. Hacer sugerencias al autor, ayudarle a mejorar su texto (aqu¨ª el editor se desdobla en lector competente), ser¨¢ otro de los modos de cerrar este espacio del que les hablaba. Mejorar, cr¨¦anme, no significa adaptar el texto a los gustos imperantes, en aras de una mayor popularidad o una mayor venta, sino ayudar a limar las asperezas que lo afean o lo desfiguran. Hacerlo ser m¨¢s ¨¦l de lo que era antes de nuestra lectura. Si este trabajo es serio, dif¨ªcilmente encontraremos oposici¨®n por parte del autor. Recuerdo con especial afecto las tardes que pas¨¦ con Josep Vicen? Foix mostr¨¢ndole c¨®mo alguno de sus versos deb¨ªa ser modificado. Les pongo un ejemplo: en su libro Les irreals omegues, compuesto todo ¨¦l en alejandrinos y endecas¨ªlabos, se le hab¨ªa colado incomprensiblemente un octos¨ªlabo "no ens deixa veure la llum". De pie, sin soluci¨®n de continuidad, Foix dio con la soluci¨®n: el heptas¨ªlabo "ens amaga la llum". El sentido es exactamente el mismo, pero la homogeneidad m¨¦trica redondeaba, por decirlo as¨ª, el conjunto. Mejorar es ayudar a que el texto se "redondee" de acuerdo con la voluntad de su autor. Algo as¨ª debe hacerse tambi¨¦n con las traducciones, aunque en este caso el papel del editor pueda ser mucho mayor: una traducci¨®n debe poder leerse como si no lo fuera, como si hubiera sido escrita en la lengua que estamos leyendo. Dicho de otro modo, como si fuera transparente. Lo mismo que el dise?o tipogr¨¢fico. El trabajo del editor debe ser invisible. Me habr¨¢n o¨ªdo decir que creo que un libro debe ser como una pantalla cinematogr¨¢fica, el la que la acci¨®n se desarrolle sin que ¨¦sta sea percibida: una errata, una mala traducci¨®n, una mala edici¨®n, una mala tipograf¨ªa son manchas en esa pantalla.
Un libro debe ser como una pantalla cinematogr¨¢fica, el la que la acci¨®n se desarrolle sin que ¨¦sta sea percibida:
una errata, una mala traducci¨®n,
una mala edici¨®n, una mala tipograf¨ªa
son manchas en esa pantalla
Tan s¨®lo en un punto el libro debe hacerse visible: en la librer¨ªa, en competici¨®n abierta con el resto de novedades. Hoy los libros, casi todos, llevan una ilustraci¨®n en la cubierta. En otros tiempos era muy f¨¢cil adivinar por el color de la cartulina, la tipograf¨ªa y su distribuci¨®n en la cubierta, que se trataba de un libro de Gallimard. Lo mismo pas¨® m¨¢s adelante con los de Einaudi. Algo que tambi¨¦n se hac¨ªa visible por su composici¨®n tipogr¨¢fica, el uso de los blancos y de los t¨ªtulos y el resto de elementos de la maqueta. La presentaci¨®n es una forma de invitaci¨®n, el color de una sugerencia. Un exceso de presencia entiendo que desvirt¨²a su papel. Creo que un libro, m¨¢s que llamar la atenci¨®n por su estridencia, lo debe hacer por su silencio.
Un editor, en efecto, enmarca, da profundidad, subraya y despu¨¦s calla, escondido tras las p¨¢ginas. Se convierte en alguien transparente, que desaparece tras el libro que ha ofrecido a su lector. ?l y su libro acaban formando una unidad, tal y como lo hacen, por retomar el ejemplo de hace un momento, la pantalla de un cine y la pel¨ªcula que en ella se proyecta. Una mancha en la pantalla, un roto, perturban constantemente nuestra visi¨®n. Una errata, una mala traducci¨®n, son sin duda manchas en esta pantalla, que entorpecen y molestan. Pero tambi¨¦n lo son un exceso de ornamentaci¨®n tipogr¨¢fica, o una ornamentaci¨®n barroca. ?Cu¨¢ntas veces no nos hemos enfadado con una tipograf¨ªa ilustrada que nos distra¨ªa de la nitidez del verso de Racine! ?Cu¨¢ntas veces no eliminar¨ªamos aquellas ligaduras caprichosas entre la ese y la te, en las novelas de Balzac! El editor, en efecto, debe saber callar y no hacerse demasiado visible. A menudo debe hacer lo que en el teatro se llamaba el mutis por el foro. La humildad es fundamental.
Llegados a este punto, habr¨¢n advertido que les he venido a hablar de un tipo de libro. De un tipo espec¨ªfico de libro. Lo apuntaba hace un momento, de aquel tipo de los que me han acompa?ado a lo largo de toda la vida.
Son aquellos libros que hacen nuestro mundo po¨¦ticamente habitable (y entiendo por poes¨ªa lo que nos acerca a lo nuclear y primigenio, y a algunos aut¨¦nticos movimientos de la psique que no han podido ser jam¨¢s descritos complexivamente en los manuales de psicolog¨ªa), que nos lo describen y nos lo explican, el mundo, digo, coloc¨¢ndonos en el lugar pr¨®ximo y feliz. Pienso en el libro, en gran medida, que abraza, sin abarcarlo del todo, el mundo entero. Quiz¨¢s me acuerde en este momento de Dante, quien, despu¨¦s de su fatigoso periplo por el mundo de ultratumba, tras haber sufrido un sinf¨ªn de penalidades y haber pasado por terribles peligros, entreve a Dios al final de su periplo y su poema, ya situado en el Para¨ªso. Dice que ve ¡°encuadernado con amor en un volumen, aquello que en el universo est¨¢ desencuadernado¡±, es decir, que ve en forma de libro lo que en el universo son solamente pliegos sueltos. Algo as¨ª, por cierto, hace el editor. Me gustar¨ªa pensar que lo hace tambi¨¦n con amor.
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